Tomado de esglobal
LA
GUERRA INTERNA DEL PARTIDO REPUBLICANO SE RECRUDECE
¿Llegarán los republicanos
divididos y a la deriva a las elecciones en 2014?
Tras la derrota electoral de 2012, muchos dentro del GOP se dieron
cuenta de que sin los latinos será difícil recuperar los votos en estados clave
para retomar la Casa Blanca.
Por Mario Saavedra
Cuando un matrimonio
empieza a mantener acaloradas discusiones en público, saltan todas las alarmas
entre sus allegados: si se comportan así con gente escuchando, ¿cómo serán sus
peleas de puertas adentro?
Algo parecido ocurrió el
pasado 10 de diciembre, cuando el portavoz de la Cámara de Representantes del
Congreso de Estados Unidos, John Boehner, echó una tremenda bronca a los grupos
más conservadores y cercanos al Tea Party ante las Cámaras. No se recuerda nada
parecido. La lucha entre las facciones saltaba a la primera plana de la
actualidad política. Los trapos sucios se aireaban delante de todo el mundo.
Grupos activistas
republicanos, clave dentro del partido y con mucho dinero en los bolsillos
(Heritage Action, FreedomWorks y Club for Growth) habían estado despotricando
contra el acuerdo presupuestario que habían alcanzado los republicanos con los
demócratas. Se trataba de financiar el Gobierno durante los próximos dos años.
El proyecto de presupuesto intentaba poner fin al ciclo pernicioso de guirigáis
políticos que han marcado los últimos años en Washington y han dificultado la
recuperación económica. Boehner, el tercer hombre más poderoso en el escalafón
político estadounidense, había sido humillado en varias ocasiones por las
facciones más ultras de su partido, que habían obligado a cerrar el Gobierno
durante 17 días para intentar frenar la Ley de Sanidad Asequible de Barack
Obama. No lo consiguieron, pero con su juego acabaron con la poca reputación
que les quedaba a los congresistas tras melodramas similares en 2011 y 2012. El
líder republicano explotó: esos grupos habían criticado el acuerdo incluso
antes de leerlo, dijo. Empezó a elevar la voz: “Están usando a nuestros
miembros [del Congreso] y a los estadounidenses para conseguir sus objetivos.
¡Es ridículo! Si están por la reducción del déficit debería gustarles este
acuerdo”.
Algunos pensaron que se
trataba de un calentón pasajero, un desahogo del jefe republicano después de
unos años en los que los freshmen (los congresistas elegidos
en las elecciones de 2010) del Tea Party le habían estado amargando la
existencia, negándose a cualquier compromiso con Obama. Para despejar dudas, él
mismo se encargó de insistir al día siguiente: “Creo que están empujando a los
miembros del Congreso a hacer cosas que no quieren. Y creo que con eso [los más
conservadores] han perdido toda su credibilidad. Nos obligaron a luchar para
quitar la financiación al Obamacare y a cerrar el Gobierno. La mayoría de
vosotros sabéis que esa no era mi estrategia […] y luego uno de esos grupos
reconoció que nunca pensaron que iba a funcionar. ¿Están de broma o qué?”, gritó
el congresista.
Entre bambalinas, los
republicanos de centro y los pronegocio están formando una alianza para
enfrentarse y arrebatarles poder a los más radicales, conservadores sociales y
miembros del Tea Party, un grupo que ha acabado conformando una amalgama de
católicos reaccionarios, defensores de las armas, libertarios con tendencias
anarquistas, además de los miembros originarios en contra de las subidas de
impuestos y gasto público. Estas organizaciones no electas, controladas por
oscuros intereses económicos, ponen nota a los congresistas en función de lo
que han votado, les hacen firmar cláusulas de nunca negociar subidas de
impuestos y utilizan a sus representantes en los medios de comunicación para
convertirse en un poder que audita la pureza del partido.
En 2010, el Tea Party y las
opciones más conservadoras, apoyadas por muñidores republicanos como los
multimillonarios hermanos Koch, barrieron en las elecciones de medio mandato (midterm).
Les arrebataron así la Cámara Baja a los demócratas. Los años siguientes
prácticamente no se legisló en Estados Unidos. Bloquearon esencialmente el
poder legislativo. El objetivo era llegar al “cuanto peor, mejor”. Decenas de
jóvenes de distritos blancos y conservadores habían llegado al Capitolio. Otros
como Michelle Bachman o Ted Cruz los acogieron bajo sus alas, y empezaron a
formar un grupo de resistencia a cualquier ley que supusiera un aumento del
gasto: no al plan para el empleo de Obama, no a reparar puentes, no a elevar el
techo de deuda hasta que no hubiera más remedio, no a financiar al Gobierno.
Era un no a casi todo, con una notable excepción: el presupuesto para Defensa,
que han tratado de proteger a toda costa de los recortes.
Además, tras adquirir un
poder inusitado en algunos estados, empezaron a reconfigurar los distritos
electorales para garantizarse la victoria efectiva: redibujaban las zonas de
votos para asegurarse zonas de mayoría blanca, o ponían dificultades al voto de
las minorías étnicas (pidiéndoles, por ejemplo, documentos de identidad de uso
poco común o reduciendo los horarios de inscripción). El resultado fue que
decenas de distritos no tenían competencia demócrata y, por tanto, los
candidatos podían ser tan radicales como desearan, ya que no había que
granjearse el voto del centro.
Mientras, en la capital,
Washington, y en el centro económico, Nueva York, los republicanos pro negocios
empezaron a ponerse nerviosos. Habían ganado una primera batalla poniendo a su
candidato en las presidenciales de 2012, el moderado Mitt Romney, frente a
radicales que jamás conseguirían llegar a la Casa Blanca, como la mencionada
Michelle Bachman, Rick Perry o Herman Caine. Pero terminaron perdiendo el pulso
electoral, en parte por el voto latino y femenino. Hubo otros avisos: la
debacle de la batalla fiscal del verano anterior, cuando Estados Unidos perdió
la calificación triple A de Standard & Poor’s; el de 2012, cuando con tal
de no ceder se implementaron recortes automáticos e indiscriminados (el
llamado sequester), o el mencionado cierre de Gobierno.
Grupos empresariales como
el poderoso lobby U.S. Chamber of Commerce o el Grupo de
Acción Política (Super PAC) America Crossroads (dirigido por el
influyente Karl Rove) han formado una alianza con los republicanos moderados y
pro negocio para aislar a las facciones ultras, según el artículo “Viejo Gran
Partido (GOP en sus siglas en inglés, Partido Republicano) y los empresarios
remodelan el mensaje”, del diario The Wall Street Journal.
El objetivo es aparcar la
confrontación, pasar del no permanente a una actitud más propensa a legislar,
más positiva. Todo de cara a evitar que en las próximas elecciones midterm de
noviembre de 2014 haya radicales del Tea Party entre los elegidos. “Nuestro
mantra va a ser: no más locos en nuestras listas”, asegura al periódico
neoyorquino Scott Reed, estratega jefe de política de la US Chamber of
Commerce, que ha puesto 50 millones de dólares (unos 36 millones de euros) a
favor de los candidatos más moderados. “Nuestro objetivo número uno es no
presentar candidatos que puedan perder en el Senado”.
El grupo se refiere a casos
como el de los aspirantes a senadores Todd Akin, de Missouri, y Richard
Mourdock, de Indiana, que perdieron sus posibilidades de entrar en la Cámara
Alta frente a candidatos demócratas, a pesar de partir como favoritos. Akin
aseguró que una mujer no podía quedarse embarazada en el caso de una “violación
legítima”, porque, según le decían los médicos, “el cuerpo femenino puede
cerrarse por completo” en ese caso. Mourdock, por su parte, aseguró que la vida
es un regalo de Dios. “Incluso si comienza con la horrible situación de una
violación, era la intención de Dios que ocurriera”, añadió.
La seguridad que
proporcionan ciertos distritos electorales hace que sus congresistas no tengan
el más mínimo interés en ganarse a la opinión pública nacional, sino que tan
sólo se deban a sus votantes. Es lo que ocurrió con el senador por Texas Ted
Cruz, que llevó al extremo su lucha contra el Obamacare, cerrando el Gobierno y
causando pérdidas de miles de millones de dólares al país.
Juntos, los republicanos
pro negocio y los empresarios han lanzado una campaña agresiva para
acabar con losdebates alocados que se enfrentará a una prueba de
fuego en las próximas primarias, en primavera. Un ejemplo claro es Mitch
McConnel, líder de la minoría en el Senado, que se juega su puesto por Kentucky
frente a un candidato apoyado por el Tea Party. Después vendrán otros comicios:
Alaska, Lousiana, Mississippi, Georgia… Todos, lugares muy dados a decisiones
radicales. Es allí donde podrán probar si su estrategia (inundar las ondas con
anuncios apoyando al candidato moderado, fundamentalmente, o hablar con medios
conservadores como el WSJ) funciona, o si tienen que intensificar la batalla de
cara a las elecciones de noviembre.
A medio plazo, el Partido
Republicano debería someterse a un cambio más amplio. Abarcar, para empezar, a
la comunidad hispana. De tendencia católica, pro familia y conservadores, los
latinos en Estados Unidos votaron mayoritariamente por los demócratas en las
últimas elecciones porque durante la campaña los republicanos no paraban de
hablar de extender el muro de separación con México, electrificarlo y deportar
a los ilegales.
Tras la derrota electoral
de 2012, muchos dentro del GOP se dieron cuenta de que sin los latinos será
difícil recuperar los votos en estados clave para retomar la Casa Blanca.
Lanzaron una propuesta de ley para regularizar a los inmigrantes
ilegales, aumentar el número de visados de entrada al país... Pusieron a un
latino al frente, Marco Rubio. Sin embargo, el Congreso ha frenado la
propuesta. ¿Qué pasará si en las próximas elecciones los demócratas recuperan
la Cámara de Representantes y mantienen el Senado, y aprueban la ley ellos
solos? Se habrían llevado de calle el voto hispano, las posibilidades de los
republicanos de ganar en 2016 se desvanecerán.
Lo más probable, sin
embargo, es que tras las elecciones de 2014 el escenario político se mantenga:
Senado demócrata y Cámara republicana. En ese caso, será muy importante para el
Partido Republicano qué tipo de congresistas eligen los votantes: si entran
muchos radicales, que tienden a saltarse la disciplina de voto ordenada por el
partido, harán imposible que se vote la ley de inmigración, y esto dañará aún
más las posibilidades de los republicanos. El mejor escenario es el de que se
recuperen ambas cámaras, pero aún en ese caso será importante tener
congresistas alineados con el rumbo que decida tomar el Viejo Gran Partido. Una
formación que ahora navega sin norte y con una rebelión a bordo.
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