Tomado esglobal
LOS RETOS DE LAS MUJERES EN AMÉRICA
LATINA
El Salvador con la mayor tasa de feminicidios a nivel mundial
Las mujeres
latinoamericanas y del Caribe realizan una actividad política y social cada vez
más importante. El futuro del continente está también en sus manos y desde las
instituciones se está incentivando su presencia. Por otra parte, la violencia
contra la población femenina sigue siendo una realidad cotidiana.
Por Coral Herrera Gómez
El día que Dilma Rousseff
ganó las elecciones en Brasil, las portadas de los periódicos eligieron la foto
de la nueva presidenta arropada por el señor Lula, quien le da un beso en la
frente mientras rodea su cabeza con un gesto de ternura. También Cristina
Fernández de Kirchner tuvo a su lado en las portadas a un hombre el día que
pasó de ser Primera Dama a ser presidenta de Argentina: su marido le ayudó a
sostener y alzar el cetro presidencial. Su gesto paternal sirvió para legitimar
de forma simbólica la victoria electoral de su esposa.
América Latina ha dado pasos
de gigante en estos últimos años hacia la igualdad: las presidencias de
Rousseff y Fernández, junto con las de Michelle Bachelet en Chile y la de Laura
Chinchilla en Costa Rica, han supuesto un hito histórico y tienen un enorme
valor simbólico. Sin embargo, la cuestión es si sus liderazgos están contribuyendo
al empoderamiento colectivo y a la paridad democrática.
Las presidencias femeninas
apenas han transformado las estructuras de poder patriarcal de las democracias
de sus países, que siguen basadas en el modelo presidencial: una figura de
máxima jerarquía rodeada de un núcleo pequeño de gente que toma decisiones.
Las estadísticas nos demuestran que las mujeres de América Latina y el
Caribe han aumentado su tasa de participación política en algunas áreas,
principalmente en los parlamentos: en Argentina el número de mujeres
parlamentarias ha aumentado del 6% al 37,4% en diez años, según datos de la
Comisión Económica para América Latina (CEPAL) en 2014. En Costa Rica aumentó
del 10% al 38%, en Chile del 7,5% al 14,2% y en Brasil del 5 al 8%, país en el
que también aumentó el porcentaje de mujeres en los gabinetes
ministeriales, pasando del 10,7% al 22,6%.
En paralelo, se percibe un
ligero aumento de la participación de las mujeres en el ámbito de la política
local: el porcentaje promedio de concejalas de América Latina y el Caribe aumentó desde el 13.7% en 1998, al 25.2%
en 2012. Muchos países, sin embargo, se encuentran lejos de las cuotas de
paridad: en Argentina, el número de alcaldesas aumentó del 6 al 10%; en Chile,
del 9 al 12%; en Bolivia, del 3 al 7%, según datos de CEPAL de este año.
Algunos países
latinoamericanos han puesto en marcha una serie de medidas para incentivar la
participación política de las mujeres, como por ejemplo garantizar el acceso de
miles de ellas a la obtención de papeles y documentos legales o la aprobación
de una ley para eliminar la violencia y la discriminación hacia mujeres que
participan en actividades políticas. En Bolivia estas medidas han supuesto un
notable incremento de la participación de las mujeres en sindicatos, partidos
políticos, organizaciones vecinales, corporaciones municipales y movimientos
sociales.
Aunque las presidentas
acaparen los focos de atención, las organizaciones de mujeres están jugando un
papel fundamental en el camino hacia el desarrollo de toda América Latina y el
Caribe. Asuntos como el derecho al agua de las poblaciones, el derecho a la
tierra del campesinado, la soberanía alimentaria, los derechos de los pueblos
indígenas, la defensa del medioambiente, los derechos de la población LGBTQ, la
lucha contra el turismo sexual o la trata de mujeres y niñas son algunas de sus
demandas.
Bajo mi punto de vista,
ellas son las verdaderas protagonistas de los cambios en todo el continente.
Con su trabajo están contribuyendo al empoderamiento colectivo, porque con sus
luchas están aportando en la mejora y transformación de sus comunidades,
de sus países y de la región. Muchas organizaciones están trabajando desde
otros modelos de liderazgo femenino que no están basados en figuras
autoritarias que representan al resto. Cada vez son más las mujeres
latinoamericanas trabajando en redes horizontales, locales, nacionales e
internacionales y están experimentando diversas metodologías de trabajo y
equipo que involucran a toda la comunidad. Este modelo participativo convierte
a todos sus miembros en beneficiarios y, a la vez, en actores principales de
sus proyectos.
Los mayores obstáculos para
la igualdad en América Latina son la pobreza extrema, la discriminación de las
mujeres en todos los ámbitos de su vida -social, político, económico, familiar-
y la violencia que existe contra lideresas, defensoras de derechos humanos,
activistas y periodistas. Los datos nos demuestran que el desarrollo no es
posible sin el empoderamiento femenino: en la medida en que se avanza hacia el
logro efectivo de los derechos de las mujeres, se logra mejorar la situación y
calidad de vida de la población entera. En aquellos países de América latina y
el Caribe donde se ha dado un incremento de la participación de las mujeres en
el mercado laboral, disminuyó la pobreza: un 70% en Chile, un 120% en Ecuador,
un 103% en México.
Una de las principales
causas de la pobreza extrema en el continente es el desigual reparto de las
tierras: ellas poseen tan solo el 20% de las tierras, mientras que los hombres
poseen el 80% según datos de la FAO de 2011. Paraguay, por ejemplo, es el país
más pobre de América Latina: sólo un 2% de la población tiene el 80% de las
tierras y de ese porcentaje la gran mayoría son hombres. Son muchas las
organizaciones que están trabajando en esta área para garantizar a las mujeres
su derecho a la titularidad de las tierras, pero es esencial que los gobiernos
latinoamericanos garanticen, mediante leyes y políticas públicas, la
titularidad de las tierras, el acceso al agua, y los derechos humanos de las
mujeres en todos los ámbitos: empresarial, judicial, económico, social, político,
cultural.
En el ámbito laboral, los
Estados deben de seguir trabajando para reducir la brecha salarial y dignificar
y mejorar las condiciones laborales de las mujeres. La mayor parte de las
latinoamericanas, además, sufren serias dificultades para conciliar su vida
laboral y familiar. Una situación que limita su capacidad para participar en
política: la sobrecarga de trabajo femenino y la conciliación laboral son dos
de los grandes desafíos de las políticas públicas de los gobiernos actuales en
América Latina y el Caribe, según ONU Mujeres.
Las tasas de violencia
contra las mujeres son otro indicador del largo camino que nos queda por
recorrer para alcanzar la igualdad y para garantizar los derechos humanos de la
mitad de la población del continente latinoamericano. Un reciente estudio de la
Organización Panamericana de la Salud señala que entre el 17 y el 53% de
mujeres de doce países de América Latina y el Caribe han reportado haber
sufrido violencia sexual o física de parte de un compañero íntimo. El mismo estudio también indica que 2 de cada 3
mujeres son asesinadas en Centroamérica por el hecho de ser mujeres.
En el informe de la oficina
de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNDOC, en sus siglas en inglés)
sobre los feminicidios cometidos en todo el mundo, se muestra como 14 países de
la región se encuentran entre los 25 países con los mayores índices. El
Salvador ocupa el primer lugar, Guatemala el tercero y Honduras el séptimo. Más
de las tres cuartas partes de los países de la región ya están ejecutando políticasy/o planes nacionales
contra la violencia de género en todas sus formas: feminicidio, trata de
personas con fines de explotación sexual o tráfico de personas migrantes, entre
otros.
Por su parte, los informes
de la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas estiman que más de
cinco millones de mujeres y niñas son víctimas de trata de personas en América
Latina y el Caribe, más de 500.000 de todos esos casos tienen lugar en México.
En el país americano, según el Informe Sombra 2010 realizado por CATWLAC
(Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe),
desaparecen cada mes más de 60 mujeres y niñas. México es el país latinoamericano con las
tasas más altas de violencia contra las mujeres: los feminicidios aumentaron un
106.6% desde el año 2007 hasta la actualidad.
Estas terribles cifras han
tenido impacto en la comunidad internacional y en la cooperación al desarrollo:
la lucha contra los feminicidios, la explotación, la pobreza y la violencia
contra las mujeres son algunos de los objetivos prioritarios de la agenda
post 2015 de los ODM (Objetivos de Desarrollo del Milenio). Todos los
organismos internacionales coinciden en la necesidad de contar con las mujeres
y sus organizaciones en el camino hacia el desarrollo y la paz, pues hasta hace
poco no se las ha reconocido como protagonistas de la transformación que se
está llevando a cabo en América Latina.
Las industrias culturales y
los medios de comunicación deben asumir también la responsabilidad social y
política que tienen para impulsar cambios mostrando el protagonismo de las
mujeres, visibilizando, documentando y difundiendo el trabajo de las
organizaciones y los colectivos de mujeres.
En el ámbito político y
legislativo, es necesario despatriarcalizar y descentralizar el poder político;
al mismo tiempo se debe abrir el camino hacia la consolidación de modelos
democráticos más plurales, participativos, abiertos e inclusivos. El camino
hacia la igualdad y el desarrollo pasa por la creación de espacios de participación
ciudadana, redes de trabajo horizontales, canales de comunicación entre
organizaciones de base y los gobiernos e instituciones, espacios de debate
locales, nacionales y regionales en las que las organizaciones de mujeres y las
mixtas puedan ampliar su capacidad de incidencia política.
Es fundamental aprovechar
todo el potencial y el trabajo de las redes feministas y los colectivos de
mujeres en toda América Latina y el Caribe, pues están jugando un papel
fundamental en el camino hacia la igualdad, la paz y el desarrollo. Ellas no
pisan alfombras rojas ni lucen en las portadas, pero son, sin duda, las
verdaderas protagonistas del cambio en todo el continente.
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