Tomado de The Wall Street Journal
Jacqueline detrás de la cámara con Picasso, 1957, es
una de las fotos de David Douglas Duncan. David Douglas Duncan.
Picasso y Jacqueline Roque: el maestro y la musa
Por Carol Kino
CUANDO
SE PIENSA EN PICASSO, es imposible no imaginar a las mujeres que amó, atormentó
y pintó, como Fernande Olivier, cuyos rasgos distorsionados se asocian con el
cubismo temprano; o Dora Maar, pintada a menudo llorando; o Marie-Thérèse
Walter, cuyo rostro y cuerpo fueron tan violentamente desgarrados por el
artista durante su período surrealista. “Para mí sólo hay dos tipos de mujeres:
diosas y felpudos”, le dijo a Françoise Gilot, su compañera de la posguerra,
según cuenta ella en Mi vida con Picasso, su libro de memorias de 1964.
Desde
la muerte de Picasso en 1973, las obras que emergen de estas relaciones —y las
apasionantes historias detrás de ellas— han sido objeto de innumerables
exposiciones en museos y galerías. Sólo en los últimos tres años, la Gagosian
Gallery ha montado en Nueva York —con John Richardson, el biógrafo de Picasso—
dos exposiciones bien recibidas: Picasso y Marie-Thérèse: El amor loco, en
2011, y Picasso y Françoise Gilot en 2012. El 28 de octubre, la galería
inaugurará Picasso y la cámara, curada por Richardson, que también se ocupó de
las anteriores exposiciones.
Pace
Gallery, de Nueva York, que también ha presentado varias muestras de Picasso,
dedicará ahora una extensa exposición de dos galerías a sus obras centradas en
Jacqueline Roque, la menos célebre y más controversial de las amantes del
artista. Roque, una morena divorciada 45 años menor que Picasso, se convirtió
en su segunda esposa en 1961. Su relación duró más de 20 años, hasta la muerte
de Picasso a los 91, por lo que Jacqueline resultó ser su consorte y musa de
mayor duración. Sin embargo, ha inspirado pocas exposiciones. La última fue en
2006, en el Kunstmuseum Pablo Picasso, de Münster, Alemania.
Eso se
debe en parte a que las creaciones tardías de Picasso han sido tratadas con
frecuencia como irrelevantes y de mal gusto. Décadas después de su muerte, las
obras de sus años con Jacqueline empiezan a ser altamente cotizadas. Pace, que
desde 1981 ha organizado ocho exposiciones con los últimos trabajos del
artista, aspira a presentar un retrato de la mujer que, a pesar de todo lo que
se dijo de ella, fue sin duda el amor más importante de Picasso. En un ensayo
de 1988, Richardson calificó los últimos años de Picasso como ‘L’Époque
Jacqueline’.
La
obra de ese período “es tan libre y llena de amor”, dice Carmen Giménez,
curadora del Museo Guggenheim y experta en Picasso.
Cabeza de mujer, 1960
“Jacqueline creó un oasis
de paz para él. Eso no sucedió antes”.
La
escasez de exposiciones relacionadas con la época de Jacqueline también puede
obedecer al papel ambiguo que jugó en la vida de la familia y entre los amigos
de Picasso. Jacqueline desarrolló una reputación de ser manipuladora, avara y
confabuladora, empezando por el momento en que se interpuso entre Picasso y
Gilot. Una vez instalada en La Californie, la espléndida villa del artista en
Cannes, Jacqueline protegía celosamente la intimidad de Picasso, obstaculizando
el contacto hasta con sus hijos y nietos para que pudiera concentrarse en el
trabajo. Tras la muerte de Picasso, Jacqueline se aisló durante tres años, y
sólo salió de su reclusión para batallar con los herederos del artista por la
disposición de sus bienes.
En
1986, todavía sacudida por el dolor de la pérdida del hombre al que llamaba
Monseigneur, Jacqueline se suicidó con una pistola en su castillo Notre-Dame de
Vie, en Mougins, sumándose a la larga lista de amigos íntimos de Picasso que
murieron trágicamente: Marie-Thérèse, quien se ahorcó en 1977; Paolo —el hijo
que Picasso tuvo con su primera esposa, la bailarina Olga Khokhlova—, que murió
alcoholizado en 1975; y Pablito, el hijo de Paolo, que ingirió lejía después de
que Jacqueline le prohibiera la entrada al funeral de su abuelo.
La
relación de la pareja, y la expresión de esfinge con que Jacqueline fue
representada en más de 125 obras, cobrarán vida de nuevo en la doble exhibición
de Pace, titulada Picasso and Jacqueline: The Evolution of Style (Picasso y
Jacqueline: la evolución del estilo), del 31 de octubre hasta el 10 de enero de
2015. Las exposiciones abarcarán todo tipo de medio, desde la pintura y la
escultura, hasta los dibujos, las cerámicas y los grabados. Sólo un puñado de
esas obras estará a la venta.
“Hay
más retratos de Jacqueline que de cualquier otra mujer en la vida de Picasso”,
dice Arne Glimcher, fundador de la Pace Gallery. “La amplitud de la interpretación de su imagen es asombrosa. Hemos seleccionado las obras que
representan a todos estos momentos, desde que se conocieron, cuando él la
dibuja como Ingres, hasta el final de su vida, cuando su obra se caracterizó por
el expresionismo salvaje. Podemos apreciar la transformación de su estilo
tardío sólo a través de estos retratos de Jacqueline”.
Glimcher
ha trabajado cinco años en la preparación de la exposición, junto con Catherine
Hutin, la hija de Jacqueline, que vive en París y tiene casi 70 años. Hutin
vivió con la pareja y heredó una gran parte del patrimonio de Picasso tras la
muerte de su madre. Aunque Hutin no era hija de Picasso, Glimcher señala que
“vivió con él más tiempo que cualquiera de sus otros hijos y lo vio trabajar en
sus obras más que cualquier otra persona, con la excepción de Jacqueline. Ella
conoce su trabajo al derecho y al revés”, afirma Glimcher.
La
mayoría de las pinturas y esculturas se expondrá en la sede de Pace en Chelsea,
situada en el número 534 de la calle 25th West, mientras que el grueso de los
grabados estará en su otro local, ubicado en el número 32 de la calle 57th
East. También se incluyen fotografías tomadas por David Douglas Duncan, el
fotoperiodista de la revista Life que comenzó a fotografiar a la pareja en 1956
tras una visita imprevista en La Californie, donde retrató a Picasso en la
bañera. Poco después, el artista le concedió carta blanca para que los captara
con su lente durante el resto de su vida. Las 56 fotografías de la exposición
muestran a la pareja durante sus momentos juntos: caminando, hablando y hasta
tomados de la mano justo después de casarse en secreto.
Perfil de mujer, Jacqueline, 1969. David Douglas Duncan.
Duncan,
que tiene 98 años y aún vive cerca de Cannes, tiene un temperamento irascible y
poca paciencia para los críticos de Jacqueline. “¡Al diablo con ellos!”, dice.
“Ella cerró la maldita puerta para mantener fuera a la gente. Gracias a ella,
él probablemente vivió 15 años más”.
El
affaire comenzó en 1952 cuando Picasso, entonces de 72 años y uno de los
personajes más célebres de Francia, conoció en un taller de cerámica en
Vallauris a Jacqueline, que tenía 27 años. El artista hacía sus cerámicas allí,
donde ella trabajaba de vendedora. A pesar de que aún vivía con Gilot, Picasso
cortejó a Jacqueline, dibujando una paloma blanca con tiza en las paredes de su
casa y enviándole rosas rojas. Los amigos del artista no la consideraban “a la
altura” de ser su consorte, recuerda Richardson en El aprendiz de brujo, su
libro de 1999 sobre sus años en el círculo íntimo de Picasso.
Cuando
Gilot, que no parecía haberse dado cuenta de la nueva relación sentimental,
dejó a Picasso un año más tarde, Jacqueline sufrió los intentos de la pareja
por reconciliarse, así como los romances del artista con otras mujeres. Al
final, prevaleció sobre las demás, en gran parte debido a su servil devoción al
maestro. En palabras de la historiadora de arte Barbara Rose, colaboradora del
catálogo de exposición de Pace: “Ella pensaba que él era Dios y él pensaba que
era Dios. Los dos estaban enamorados de él”.
Tal
vez por eso Picasso se volvió aún más prolífico de lo habitual durante los años
que pasaron juntos. Jacqueline descuidaba alegremente a su hija para
administrar la casa, supervisar la vida social del artista y pasar horas en el
estudio. Cautivado a su vez por su perfil clásico, sus ojos almendrados y sus
exóticos rasgos, Picasso incorporó a Jacqueline en sus reelaboraciones de
maestros franceses y españoles como Ingres, Manet y Velázquez, que lo
obsesionaron en sus años finales.
Una
pintura de 1954, Jaqueline con un chal negro, la representa envuelta en un chal
que parece un hiyab y sonriendo enigmáticamente. Es una interpretación moderna
del óleo La dama del armiño, de El Greco. Ese mismo año, Picasso se inspiró en
la costumbre de Jacqueline de acuclillarse para incorporar su forma en una
serie de 15 cuadros que deconstruyen Mujeres de Argel, la obra de Eugène Delacroix
de 1834.
Jacqueline
también aparece en 1970 como la representación sexualizada en estilo cubista de
Almuerzo sobre la hierba, la obra de Manet de 1863, y los grabados eróticos
conocidos como Suite 347, de 1968, en los que Picasso muestra a Rafael y su modelo
La Fornarina haciendo el amor. También esculpió la imagen de Jacqueline en
bronce y chapa pintada, y la dibujó leyendo, jugando con sus hijos, acariciando
a su gato y en simple contemplación. Pese a su caracterización sexual o
agresiva, las obras también están infundidas por una calidad serena y alegre.
La representación de ese amor yace con ellos en su tumba conjunta en
Vauvenargues, su château en Provenza. En el funeral de Jacqueline, Duncan metió
una foto en su ataúd: tomada en 1962, aparece sentada con Picasso en la
escalinata de La Californie, con su retrato pintado por el artista detrás de
ellos. Acurrucados y riendo, esperan que la pintura se seque.