Tomado de esglobal
¿QUÉ
LE QUEDA DE ADMIRABLE AL TÍO SAM?
Hace tiempo que EE UU dejó
de ser la fábrica de sueños del mundo.
Por Mario Saavedra
A
lo largo del mes de octubre, los periodistas extranjeros afincados en Estados
Unidos recibieron reiteradas invitaciones de Lockheed Martin para la
presentación de su nuevo F-35 Lightning II. El fabricante de armamento había
organizado una demostración en la cabina de este caza para experimentar en primera
persona su versatilidad. Cada aeronave cuesta alrededor de los 200 millones de
dólares (unos 150 millones de euros). Es el arma definitiva para destruir al
enemigo, o, al menos, la última que se ha inventado.
Mientras,
en el mundo real, los estadounidenses tenían que enfrentarse a dos hechos, uno
político y el otro tecnológico, que sonrojaban al más patriota. Por un lado, el
Gobierno llevaba literalmente cerrado desde el día uno. Centenares de miles de
trabajadores públicos fueron enviados a sus casas, las pruebas de nuevo
medicamentos oncológicos quedaron suspendidas, Wall Street tuvo que operar sin
conocer los datos oficiales macroeconómicos, y en la NASA, con sus 18.000
empleados en casa, había preocupación por el lanzamiento de un satélite artificial
a Marte.
Esto
era sólo parte del panorama dantesco, la parte de la que se podía culpar a los
congresistas americanos. Pero justo ese mismo día se lanzaba la nueva web
oficial donde millones de personas sin seguro médico podrían adquirirlo. La
página era una parte clave de la nueva Ley de Sanidad Asequible, el Obamacare,
pero por problemas técnicos no funcionó. A los usuarios les resultó imposible
registrarse ese día, y el siguiente... y así durante un mes. El mismo país
capaz de matar desde el aire en Pakistán o Yemen con robots teledirigidos o
espiar las comunicaciones internacionales, era incapaz de lanzar una página de
Internet, Healthcare.gov.
La
página debía de ser el reflejo tecnológico de la ley con la que Barack Obama
quiere pasar a la Historia. No era una web más, era un sitio clave. El próximo
1 de enero todo el que no haya comprado un seguro médico en este país tendrá
que pagar una multa. La idea del Obamacare es la de subvencionar la compra de
pólizas para las decenas de millones de estadounidenses pobres no asegurados y
obligar a los que puedan pagárselo, pero no quieran (principalmente, los
jóvenes sanos). Incluyendo a más gente en el sistema, se compensará a las
empresas aseguradoras por los gastos extras en los que han incurrido después de
que Obama les obligara a cubrir las enfermedades preexistentes. Es una forma de
hacer que los sanos paguen por los enfermos.
Pero
el éxito del plan depende de que se subscriban millones de personas. Para eso
se lanzaba Healthcare.gov el 1 de octubre, y por ello se gastaron unos 400
millones de dólares en levantarlo, con empresas privadas subcontratadas. Pero
Healthcare.gov se cayó nada más empezar, y los problemas hicieron que en los
primeros días sólo unas decenas de personas pudieran darse de alta. El escándalo
político adquirió la dimensión que se merece: incluso los demócratas que
defienden el nuevo sistema de salud piden a Obama que retrase la implementación
por el fiasco tecnológico.
¿Cómo
ha podido Estados Unidos caer tecnológicamente tan bajo? ¿Dónde ha quedado el
país que hacía soñar a los niños de todo el mundo pisando la luna antes que
nadie?
El
complejo militar-industrial siempre ha sido uno de los motores de la economía,
llevándose uno de cada cinco dólares de impuestos. Pero ahora parece que la superioridad
tecnológica estadounidense se limita a ese campo. Ya no hay siquiera
transbordadores espaciales, deben alquilárselos a los rusos. No existen grandes
proyectos de infraestructuras como la presa Hoover o la red interestatal de
autopistas. El gobierno de Estados Unidos parece no tener plan, no contar con
un proyecto que no sea el eterno avance militar.
El
vaso de la indignación está a rebosar. Al menos 8.000 puentes se consideran
inseguros en el país. De vez en cuando aparece en la televisión el hundimiento
de uno de ellos debido al impacto de un camión contra una viga o por una riada.
Existen incluso mapas para tratar de evitar los puentes más peligrosos. La
Administración Federal de Carreteras ha estimado en 20.000 millones el coste de
mantenimiento para evitar que el problema vaya a mayores.
La
recesión, que ha mermado los presupuestos locales, ha puesto un clavo en el
ataúd de estas infraestructuras. El resto ha venido de Washington: en la pelea
por reducir el déficit se escogió el peor de los caminos posibles, el de la
reducción across the board, sin distinciones, de
las partidas de gasto. Como consecuencia se paralizó muchos de los ya de por sí
escasos proyectos de infraestructuras del país.
No
se trata de que Washington no gaste. No es que EE UU deje ciertas iniciativas
al sector privado. El problema es que gasta mal. La deuda pública ha superado
el 100% del PIB. Las partidas de sanidad estatal (mayores, pobres,
funcionarios, militares y niños), carísima porque se trata de pagos públicos al
inflado sector privado, junto con el gasto militar y la seguridad social, se
llevan el grueso del presupuesto anual. No queda dinero para infraestructuras,
grandes proyectos o investigación pública.
El
sistema de autopistas interestatales actual, con casi 75.000 kilómetros de
extensión, fue posible gracias a la Federal Aid Highway Act firmada por Dwight
Eisenhower en 1956. Costó, a lo largo de 35 años, el equivalente a medio
billón de euros. Semejante proyecto es inimaginable hoy. La batalla política en
Washington no deja lugar al compromiso: hay que reducir el déficit cueste lo
que cueste. No se puede invertir. Hay que recortar.
Así,
desde que en 2010 los demócratas perdieron la cámara baja del Congreso, Estados
Unidos no ha realizado ninguna inversión sustancial. En los primeros dos años
de Obama el dinero se fue en rescatar a los bancos al borde del colapso. Es una
inversión que se ha devuelto, pero que se ha esfumado sin dejar rastro. Las
legislaturas anteriores no fueron mucho mejor en este sentido: cargaron dos
guerras en la tarjeta de crédito, se hicieron gratuitos los medicamentos para
los mayores, y poco más.
El
sector privado sigue su curso, por supuesto. Google, Amazon, Apple, Facebook…
Pero estas empresas ya no son estadounidenses, sino globales, sobre todo
fiscalmente. Apple, por ejemplo, tiene un sistema de tributación internacional
que le permite no pagar impuestos por alrededor de 100.000 millones de dólares,
que esconde en el extranjero. En EE UU crea unos exiguos 47.000 empleos
directos. Google, 37.000 en todo el mundo. Facebook menos de 5.000 a nivel
global. Compárense estas cifras con la clase media que contribuyeron a crear
empresas como Ford, General Motors o General Electric en la gloriosa década de
los 50 y 60.
Además,
el sector privado sigue su curso en todas partes, también en Europa, que tiene
150 empresas dentro de la lista de las más importantes del Fortune 500, frente
a las 132 de Estados Unidos.
El
sector financiero se había convertido en apuesta decidida del gigante
americano tras la
liberalización acometida de Bill Clinton (derogación de la ley Glass-Steagall,
que prohibía a los bancos comerciales realizar apuestas arriesgadas con el
dinero de sus clientes). Pero en 2007 pinchó de forma espectacular, llevándose
por delante toda la economía. Lo que ha quedado es un grupo de bancos
rescatados que aún se lamen las heridas, que pocos admiran y muchos temen,
cuyos ingresos han caído un 7% en el tercer trimestre de 2013, y donde los
despidos se cuentan por miles (Wells Fargo, Bank of America, Citigroup y JP
Morgan).
Desde
el otro lado del Atlántico, y en muchas ocasiones también desde dentro, Estados
Unidos se cree falsamente que es el país más rico del mundo y por ello puede
pensarse que es un lugar futurista. Uno se imagina aeropuertos de diseño como
en París o Tokio; trenes de alta velocidad como en España o China; autopistas
como las alemanas; sistemas informáticos como los israelíes. Pero lo que se
encuentra es, por ejemplo, una Nueva York que se paraliza con cada nevada, se
queda a oscuras con cada tormenta, y en el que los aeropuertos se caen a
pedazos, las carreteras son estrechas; los puentes, viejos, y el suburbano,
destartalado.
Estados
Unidos está dejando escapar su poder blando, esa capacidad de
convencer por admiración, la que le convertía en la fábrica de sueños del
mundo. Ahora exporta batallas encarnizadas entre sus congresistas, con la
economía como rehén. A día de hoy, el Gobierno de la primera potencia global es
un ente seco, sin imaginación, sin grandes planes a largo plazo. EE UU lleva
décadas sin sorprender al mundo.