sábado, 23 de noviembre de 2013

EEUU la brecha entre la tecnología para hacer el bien o el mal

Tomado de esglobal  



¿QUÉ LE QUEDA DE ADMIRABLE AL TÍO SAM?
Hace tiempo que EE UU dejó de ser la fábrica de sueños del mundo.

Por Mario Saavedra

A lo largo del mes de octubre, los periodistas extranjeros afincados en Estados Unidos recibieron reiteradas invitaciones de Lockheed Martin para la presentación de su nuevo F-35 Lightning II. El fabricante de armamento había organizado una demostración en la cabina de este caza para experimentar en primera persona su versatilidad. Cada aeronave cuesta alrededor de los 200 millones de dólares (unos 150 millones de euros). Es el arma definitiva para destruir al enemigo, o, al menos, la última que se ha inventado.
Mientras, en el mundo real, los estadounidenses tenían que enfrentarse a dos hechos, uno político y el otro tecnológico, que sonrojaban al más patriota. Por un lado, el Gobierno llevaba literalmente cerrado desde el día uno. Centenares de miles de trabajadores públicos fueron enviados a sus casas, las pruebas de nuevo medicamentos oncológicos quedaron suspendidas, Wall Street tuvo que operar sin conocer  los datos oficiales macroeconómicos, y en la NASA, con sus 18.000 empleados en casa, había preocupación por el lanzamiento de un satélite artificial a Marte.
Esto era sólo parte del panorama dantesco, la parte de la que se podía culpar a los congresistas americanos. Pero justo ese mismo día se lanzaba la nueva web oficial donde millones de personas sin seguro médico podrían adquirirlo. La página era una parte clave de la nueva Ley de Sanidad Asequible, el Obamacare, pero por problemas técnicos no funcionó. A los usuarios les resultó imposible registrarse ese día, y el siguiente... y así durante un mes. El mismo país capaz de matar desde el aire en Pakistán o Yemen con robots teledirigidos o espiar las comunicaciones internacionales, era incapaz de lanzar una página de Internet, Healthcare.gov.
La página debía de ser el reflejo tecnológico de la ley con la que Barack Obama quiere pasar a la Historia. No era una web más, era un sitio clave. El próximo 1 de enero todo el que no haya comprado un seguro médico en este país tendrá que pagar una multa. La idea del Obamacare es la de subvencionar la compra de pólizas para las decenas de millones de estadounidenses pobres no asegurados y obligar a los que puedan pagárselo, pero no quieran (principalmente, los jóvenes sanos). Incluyendo a más gente en el sistema, se compensará a las empresas aseguradoras por los gastos extras en los que han incurrido después de que Obama les obligara a cubrir las enfermedades preexistentes. Es una forma de hacer que los sanos paguen por los enfermos.
Pero el éxito del plan depende de que se subscriban millones de personas. Para eso se lanzaba Healthcare.gov el 1 de octubre, y por ello se gastaron unos 400 millones de dólares en levantarlo, con empresas privadas subcontratadas. Pero Healthcare.gov se cayó nada más empezar, y los problemas hicieron que en los primeros días sólo unas decenas de personas pudieran darse de alta. El escándalo político adquirió la dimensión que se merece: incluso los demócratas que defienden el nuevo sistema de salud piden a Obama que retrase la implementación por el fiasco tecnológico.
¿Cómo ha podido Estados Unidos caer tecnológicamente tan bajo? ¿Dónde ha quedado el país que hacía soñar a los niños de todo el mundo pisando la luna antes que nadie?
El complejo militar-industrial siempre ha sido uno de los motores de la economía, llevándose uno de cada cinco dólares de impuestos. Pero ahora parece que la superioridad tecnológica estadounidense se limita a ese campo. Ya no hay siquiera transbordadores espaciales, deben alquilárselos a los rusos. No existen grandes proyectos de infraestructuras como la presa Hoover o la red interestatal de autopistas. El gobierno de Estados Unidos parece no tener plan, no contar con un proyecto que no sea el eterno avance militar.
El vaso de la indignación está a rebosar. Al menos 8.000 puentes se consideran inseguros en el país. De vez en cuando aparece en la televisión el hundimiento de uno de ellos debido al impacto de un camión contra una viga o por una riada. Existen incluso mapas para tratar de evitar los puentes más peligrosos. La Administración Federal de Carreteras ha estimado en 20.000 millones el coste de mantenimiento para evitar que el problema vaya a mayores.
La recesión, que ha mermado los presupuestos locales, ha puesto un clavo en el ataúd de estas infraestructuras. El resto ha venido de Washington: en la pelea por reducir el déficit se escogió el peor de los caminos posibles, el de la reducción across the board, sin distinciones, de las partidas de gasto. Como consecuencia se paralizó muchos de los ya de por sí escasos proyectos de infraestructuras del país.
No se trata de que Washington no gaste. No es que EE UU deje ciertas iniciativas al sector privado. El problema es que gasta mal. La deuda pública ha superado el 100% del PIB. Las partidas de sanidad estatal (mayores, pobres, funcionarios, militares y niños), carísima porque se trata de pagos públicos al inflado sector privado, junto con el gasto militar y la seguridad social, se llevan el grueso del presupuesto anual. No queda dinero para infraestructuras, grandes proyectos o investigación pública.
El sistema de autopistas interestatales actual, con casi 75.000 kilómetros de extensión, fue posible gracias a la Federal Aid Highway Act firmada por Dwight Eisenhower  en 1956. Costó, a lo largo de 35 años, el equivalente a medio billón de euros. Semejante proyecto es inimaginable hoy. La batalla política en Washington no deja lugar al compromiso: hay que reducir el déficit cueste lo que cueste. No se puede invertir. Hay que recortar.
Así, desde que en 2010 los demócratas perdieron la cámara baja del Congreso, Estados Unidos no ha realizado ninguna inversión sustancial. En los primeros dos años de Obama el dinero se fue en rescatar a los bancos al borde del colapso. Es una inversión que se ha devuelto, pero que se ha esfumado sin dejar rastro. Las legislaturas anteriores no fueron mucho mejor en este sentido: cargaron dos guerras en la tarjeta de crédito, se hicieron gratuitos los medicamentos para los mayores, y poco más.
El sector privado sigue su curso, por supuesto. Google, Amazon, Apple, Facebook… Pero estas empresas ya no son estadounidenses, sino globales, sobre todo fiscalmente. Apple, por ejemplo, tiene un sistema de tributación internacional que le permite no pagar impuestos por alrededor de 100.000 millones de dólares, que esconde en el extranjero. En EE UU crea unos exiguos 47.000 empleos directos. Google, 37.000 en todo el mundo. Facebook menos de 5.000 a nivel global. Compárense estas cifras con la clase media que contribuyeron a crear empresas como Ford, General Motors o General Electric en la gloriosa década de los 50 y 60. 
Además, el sector privado sigue su curso en todas partes, también en Europa, que tiene 150 empresas dentro de la lista de las más importantes del Fortune 500, frente a las 132 de Estados Unidos.
El sector financiero se había convertido en apuesta decidida del gigante americano tras la liberalización acometida de Bill Clinton (derogación de la ley Glass-Steagall, que prohibía a los bancos comerciales realizar apuestas arriesgadas con el dinero de sus clientes). Pero en 2007 pinchó de forma espectacular, llevándose por delante toda la economía. Lo que ha quedado es un grupo de bancos rescatados que aún se lamen las heridas, que pocos admiran y muchos temen, cuyos ingresos han caído un 7% en el tercer trimestre de 2013, y donde los despidos se cuentan por miles (Wells Fargo, Bank of America, Citigroup y JP Morgan).
Desde el otro lado del Atlántico, y en muchas ocasiones también desde dentro, Estados Unidos se cree falsamente que es el país más rico del mundo y por ello puede pensarse que es un lugar futurista. Uno se imagina aeropuertos de diseño como en París o Tokio; trenes de alta velocidad como en España o China; autopistas como las alemanas; sistemas informáticos como los israelíes. Pero lo que se encuentra es, por ejemplo, una Nueva York que se paraliza con cada nevada, se queda a oscuras con cada tormenta, y en el que los aeropuertos se caen a pedazos, las carreteras son estrechas; los puentes, viejos, y el suburbano, destartalado.
Estados Unidos está dejando escapar su poder blando, esa capacidad de convencer por admiración, la que le convertía en la fábrica de sueños del mundo. Ahora exporta batallas encarnizadas entre sus congresistas, con la economía como rehén. A día de hoy, el Gobierno de la primera potencia global es un ente seco, sin imaginación, sin grandes planes a largo plazo. EE UU lleva décadas sin sorprender al mundo. 

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