sábado, 7 de marzo de 2015

SALUD MENTAL LA MEJOR HERENCIA FAMILIAR: DERECHO A LA VIDA Y A LA MUERTE



            Me pasa con el tema de la eutanasia lo mismo que con otros igualmente polémicos y con posiciones radicalmente enfrentadas, y es que no me siento identificada en absoluto con quienes proclaman argumentos subjetivos desde posiciones radicales, tanto a favor como en contra, pero tengo la sensación de identificarme con una mayoría silenciosa en el medio, cuya conciencia no acepta manejar con frivolidad ciertos temas, pero al mismo tiempo reacciona internamente, aunque no se atreva a manifestarlo, a las sutiles manipulaciones que tradicionalmente han utilizado sectores ultraconservadores en la defensa de la vida, y que rayan en lo contradictorio.

       El tema es enormemente complejo como para ser analizado en corto espacio, pero haré alguna reflexión. En mi opinión todo el problema gira en torno a dos cuestiones fundamentales: Cuáles son las condiciones de vida que se cuestionan; y quién es el dueño de la vida, es decir, quién tiene derecho a decidir. Empecemos por la segunda. En sociedades con marcada fe religiosa parece bastante atrevido pensar algo diferente a que Dios sea el dueño de la vida, y que, por tanto, nadie puede decidir sobre la misma. Contradictoriamente, algunos de los que defienden esto abogan por la pena de muerte, y hasta la aplican por su mano a escondidas.

       En cualquier caso, la creencia de que Dios es el dueño de la vida es defendible solo desde un punto de vista religioso, y, como he dicho tantas veces, la fe religiosa es algo opcional, personal e individual que puede ser compartido o no, pero no puede servir de base al derecho civil. Entonces, civilmente, ¿Quién es el dueño de la vida? Será difícil, si no imposible, encontrar alguna alusión explícita a este tema en cualquier constitución de cualquier país. Lo que sí hacen todas las constituciones es reconocer el derecho a la vida, lo que viene a significar que nadie tiene derecho a quitar la vida a otra persona, o, lo que es lo mismo implícitamente, que la vida le pertenece a cada quien.

       Por tanto, civilmente cada persona es dueña de su vida, y es su opción personal transferir esa propiedad a Dios en función de sus creencias, y en tal caso ello aplica para uno mismo; no para los demás. Pero si la vida pertenece a uno mismo, ¿por qué no se acepta el suicidio? La constitución defiende el derecho a la vida, pero no la obligación de vivir. Sin embargo, lo natural es el deseo de vivir; cuando uno no es capaz de decidir por sí mismo, tiene sentido que otros lo hagan asumiendo que el deseo de uno es vivir. Incluso en un intento de suicidio de una persona sana, cabe asumir que el deseo de quitarse la vida es anómalo, temporal y circunstancial, y que es posible recuperar el deseo de vivir.

Sin embargo, cuando conscientemente una persona desea morir porque su sufrimiento es más fuerte que su deseo de vivir, y la situación es objetivamente irreversible, solo puede ser comprensible oponerse a su voluntad en forma personal por objeción de conciencia, pero negarle su voluntad desde el punto de vista civil parece contradecirse con el reconocimiento implícito de cada persona es dueña de su vida. Más parece que somos los demás los dueños de su vida al decidir sobre ella en contra de su voluntad.

       Y en este punto entra en juego la otra cuestión fundamental que motiva el debate, es decir, las condiciones de vida que provocan el deseo de no seguir luchando por vivir. Siempre he defendido la vida entendiéndola con un mínimo de dignidad. Cuando por la situación de sufrimiento la vida ya no es vida y la posibilidad de recuperación es nula, me parece perfectamente entendible el deseo de no seguir viviendo. Incluso, viéndolo desde el punto de vista religioso, tratar de prolongar artificialmente la vida de alguien a quien Dios ya está llamando a su lado, parece contradictorio y una falta de respeto a Dios, y a la persona por prolongarle inútilmente el sufrimiento.
Yo no veo la vida como un valor absoluto. Si la vida pertenece a cada quien, el valor de la vida es relativo al valor que cada quien dé a su vida. Con la misma naturalidad con que se reconoce el derecho a la vida debería reconocerse también el derecho a la muerte digna. Sin embargo, hacemos mucho más esfuerzo para ofrecer una muerte indigna que para ofrecer una vida digna a la sociedad. Se reconoce el derecho a vivir por el simple hecho de nacer, pese a que no es uno mismo quien ha decidido nacer, y sin embargo, no se reconoce el derecho a morir aun cuando sea uno mismo, dueño de su vida, quien decida que ya no desea vivir.

Acerca de la Dra. Mendoza Burgos

Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.

Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su tradicional estigma.

Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.

Ocasionalmente he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.

La tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.

Trato de orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos, porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo adulto o se independizó, e incluso después.


Estoy absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que cada persona es o va a ser en el futuro.

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