Desde hace muchos años algunos especialistas hemos insistido repetidamente en lo necesario que es poner límites en la educación de los hijos; particularmente en la primera infancia; digamos los primeros seis años de vida. Hace algún tiempo publiqué la siguiente columna en referencia al tema LIMITES Y CONTROL DE LA FRUSTRACION que también nos ayuda a entender este asunto.
Ahora el tema parece estar de moda tras haber sido investigado por algunas universidades, que, como no podía ser de otra manera, han llegado a la conclusión de lo que es un secreto a voces: los límites son absolutamente necesarios. No es ningún secreto que tengamos guardado los especialistas. Es un secreto a voces porque de la misma manera que hay personas que no entienden ni aplican esta necesidad, y hay otras personas que no la entienden pero la tratan de aplicar porque las investigaciones así lo dictan; hay muchísimas personas que lo entienden y lo aplican bastante bien sin que ningún especialista o ninguna investigación les diga que deben hacerlo ni cómo deben hacerlo.
Pero yendo al grano, ¿cómo se aplican los límites? Bueno, es que no es una cuestión de fórmulas matemáticas o recetas de cocina. Debe entenderse primeramente qué es el límite y por qué hay que ponerlo. Es lo más básico en educación; enseñar al niño lo que está bien y lo que no; lo que sí puede hacer, lo que debe hacer, y lo que ni puede ni debe. Y hacerlo con absoluta claridad y sin ambivalencias, y, en la medida de lo posible, explicando por qué. Normalmente no se enseña con lecciones magistrales, sino simplemente corrigiendo acciones y actitudes incorrectas. No hay nada malo en estar corrigiendo con alguna frecuencia a un niño, siempre que se haga de buena forma y con cariño, se le explique por qué, y, sobre todo, muy importante, nosotros mismos tengamos claro qué es lo que debemos corregir y qué no. Porque sucede muchas veces que al niño se le corrigen constantemente cosas que realmente no ameritan, y se pasan por alto otras cosas importantes; o bien, se le corrige absolutamente todo, y luego el niño desarrolla una enorme inseguridad porque piensa que cualquier cosa que haga puede estar mal.
El niño, en el fondo, agradece que se le corrija con cariño, porque eso le va enseñando referencias y le va dando seguridad en sí mismo. Puede que a veces se resista o se rebele, particularmente entre la edad de dos a cuatro años en la que tenderán a hacer berrinche por todo. Hay que mantenerse firmes y hacerles entender que la palabra NO, significa eso, y solo eso, NO; así de claro. Ello tenderá a provocarle cierta frustración, que debe aprender a controlar. Ver también LIMITES Y CONTROL DE LA FRUSTRACION. En la medida en que se haga bien la tarea en los primeros años de vida será más sencillo después.
Poner límites no es solo corregir, prohibir y decir que no cuando amerita; es también no fomentar hábitos o actitudes que no son convenientes para el hijo en el presente o en el futuro. Pero aquí nos encontramos con otro problema. Muchas veces los padres no sabemos qué es bueno y que no para nuestro hijo, o que cosas deben ser corregidas y que cosas no, y así es difícil hacer buena labor de padres. Cierto, pero siempre se puede buscar asesoría sobre ello. Y con esto no me refiero simplemente a buscar ayuda cuando el problema ya está ahí; me refiero a buscar asesoría para hacer las cosas bien desde un principio.
Pero ello requiere de un cierto nivel de conciencia de la necesidad de saber cómo hacer bien las cosas desde un principio, y, probablemente, esta conciencia es lo que más falta. Es demasiado común que cuando se tiene un hijo se sea absolutamente inconsciente de la tarea que se tiene por delante. Y es demasiado común también que uno asuma que no necesita asesoría porque, con seguridad, uno lo va a hacer bien, así, solo porque sí. Y, lamentablemente, también es demasiado común que no exista ningún recurso asequible, a nivel institucional, para obtener esa asesoría.
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