La selección juega una hora como un equipo de fogueo y luego paga sus angustias ante el cerrojo suizo.
Un error de concepto dejó a España en una situación angustiosa , por inesperada y porque ahora corre el riesgo de que se inflame el viejo fatalismo español, que ya parecía desterrado. En el peor momento, la selección interpretó mal para qué sirve el gobierno del balón, se regodeó con exceso, le pudo la retórica y solo un atropellado tanto suizo la tiró de la hamaca.
Entonces, con urgencias, ya sin la pausa que la distingue, no encontró respuestas y se impuso el azar. El equipo de Del Bosque estuvo a un centímetro del gol, Suiza, también. España, que se abanicó durante casi una hora con la pelota, pero sin picante, sin chispa, propició la ruleta. Gelson Fernandes hizo bingo; lo demás fue cosa de la montonera de sus compañeros junto a la trinchera de Benaglio, su portero.
Así son los Mundiales, donde nadie está a salvo de la condena. Ni siquiera la campeona de Europa, el único de los candidatos al trono que ha caído a la primera. Ahora, cualquier posibilidad de repunte español pasa por despejar todo pesimismo crónico. Hay derrotas que cuando tienen remedio, como ésta, pueden ser didácticas. Los campeones también caen alguna vez a la lona. Unos encajan y otros no. Del diván español depende. Hoy, los jugadores son tan buenos como ayer.
De alguna forma a España le venció un miramiento excesivo . Su grandeza proviene de toda esa merecida catarata de elogios que acentúan el fútbol de seda, el toque a toque, el coro de los pequeñitos... Un manual que no merece tacha alguna, por supuesto. Con él, la selección se ha paseado al frente de todas las pasarelas. Así se ha ganado el respeto universal. Pero ante Suiza se creyó que los partidos se ganan solo por estilo. Y no. El estilo es el punto de partida. La exclusividad del balón no garantiza el éxito si su sustento no resulta dañino. La pelota se abrocha con mala intención. No la tuvo España, que durante una hora fue más ancha que larga. Cada futbolista se sentía complacido por el mero hecho de masajear el balón. No hubo atrevimiento, rupturas en vertical, alguien intrépido que citara en el mano a mano a un adversario. Al frente solo llegaban Ramos y Capedevila, dos laterales al fin y al cabo. España jugaba con cierta atrofia de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Suiza, siempre precavida ante el rango de su rival, poco a poco se sintió en el paraíso.
Solo Piqué, un central, estuvo a un paso de alterar el marcial ecosistema del grupo de Hitzfeld. Se revolvió con sutilidad en el área, pero hizo diana en la rodilla izquierda del guardameta. En la retina, su gol al Inter en el Camp Nou, cuando por un instante fue un Romario ante Julio César. Sin Torres en plenitud, España se exilia del área del contrario. Villa, que con El Niño parte desde un costado con el gol en sus entrañas, hoy apenas tuvo auxilio al inicio. Sobre el asturiano gravitaron Xavi, Iniesta y Silva, jugadores para la periferia del gol.En Silva, muy dislocado, errático en el pase y con poca chicha, tampoco Villa encontró un aguador.
Sin mayores rasguños que el arabesco de Piqué, Suiza salió a hombros del primer acto. Enfrente, un contrario tan pulcro como de fogueo. A los suizos les basta con la pedrea, se conforman con no tener cicatrices. Si se presenta la ocasión, bien; si no, a cubrirse la nuca. Un dato. El último jugador en marcar un tanto a Suiza en un Mundial, aunque es cierto que no estuvo en las ediciones de 1998 y 2002, fue Begiristain, y de ello han pasado ya 16 años.
Víctima del manierismo, de su artificiosidad, España consintió que el partido fuera un peligroso enredo. Llegado el segundo tramo, cualquier traspié podría ser definitivo. Sin resolución previa, los dados pueden caer una vez de cara al adversario. Ocurrió en una jugada un tanto abstracta, tras un saque del meta suizo.
Rebote a rebote, varios españoles se desplomaron junto a Casillas, que interpuso sin éxito los pies, no las manos, frente a Nkufo. Con Piqué ensangrentado de tanta refriega, Gelson embocó.
Del Bosque reaccionó. Con Navas por Silva quiso poner remedio a uno de los déficits previos: alguien que echara un pulso a un rival por velocidad y regate, un jugador con la mirada al frente, un futbolista que hiciera largo al equipo. Con Torres por Busquets, un socio para Villa, otro capaz de conquistar el área de Benaglio, un delantero a la carrera y poderoso en el juego por el aire.
Los cambios despertaron a España, que encadenó una sucesión de remates que no había tenido. Por fin, una selección punzante. Torres, Navas, Iniesta y Xabi Alonso ?con un disparo al larguero? rasparon el gol. También Derdiyok, frustrado por el poste izquierdo de Casillas. Una jugada que hizo rebobinar el duelo ante Estados Unidos en la Copa Confederaciones de hace un año.
El penúltimo azote para España. Otra vez en Sudáfrica se llevó el segundo. Ahora está ante el abismo, pero tiene crédito y talento. Lo primero se lo ha ganado; lo segundo es una certidumbre mayor. Sin pánico ni viejas pesadillas, tiene salida. Ante Honduras y Chile, la pelota debe ser de nuevo su primer cultivo. Pero cuidado, no hay tiempo para un exceso de retórica.
Un error de concepto dejó a España en una situación angustiosa , por inesperada y porque ahora corre el riesgo de que se inflame el viejo fatalismo español, que ya parecía desterrado. En el peor momento, la selección interpretó mal para qué sirve el gobierno del balón, se regodeó con exceso, le pudo la retórica y solo un atropellado tanto suizo la tiró de la hamaca.
Entonces, con urgencias, ya sin la pausa que la distingue, no encontró respuestas y se impuso el azar. El equipo de Del Bosque estuvo a un centímetro del gol, Suiza, también. España, que se abanicó durante casi una hora con la pelota, pero sin picante, sin chispa, propició la ruleta. Gelson Fernandes hizo bingo; lo demás fue cosa de la montonera de sus compañeros junto a la trinchera de Benaglio, su portero.
Así son los Mundiales, donde nadie está a salvo de la condena. Ni siquiera la campeona de Europa, el único de los candidatos al trono que ha caído a la primera. Ahora, cualquier posibilidad de repunte español pasa por despejar todo pesimismo crónico. Hay derrotas que cuando tienen remedio, como ésta, pueden ser didácticas. Los campeones también caen alguna vez a la lona. Unos encajan y otros no. Del diván español depende. Hoy, los jugadores son tan buenos como ayer.
De alguna forma a España le venció un miramiento excesivo . Su grandeza proviene de toda esa merecida catarata de elogios que acentúan el fútbol de seda, el toque a toque, el coro de los pequeñitos... Un manual que no merece tacha alguna, por supuesto. Con él, la selección se ha paseado al frente de todas las pasarelas. Así se ha ganado el respeto universal. Pero ante Suiza se creyó que los partidos se ganan solo por estilo. Y no. El estilo es el punto de partida. La exclusividad del balón no garantiza el éxito si su sustento no resulta dañino. La pelota se abrocha con mala intención. No la tuvo España, que durante una hora fue más ancha que larga. Cada futbolista se sentía complacido por el mero hecho de masajear el balón. No hubo atrevimiento, rupturas en vertical, alguien intrépido que citara en el mano a mano a un adversario. Al frente solo llegaban Ramos y Capedevila, dos laterales al fin y al cabo. España jugaba con cierta atrofia de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Suiza, siempre precavida ante el rango de su rival, poco a poco se sintió en el paraíso.
Solo Piqué, un central, estuvo a un paso de alterar el marcial ecosistema del grupo de Hitzfeld. Se revolvió con sutilidad en el área, pero hizo diana en la rodilla izquierda del guardameta. En la retina, su gol al Inter en el Camp Nou, cuando por un instante fue un Romario ante Julio César. Sin Torres en plenitud, España se exilia del área del contrario. Villa, que con El Niño parte desde un costado con el gol en sus entrañas, hoy apenas tuvo auxilio al inicio. Sobre el asturiano gravitaron Xavi, Iniesta y Silva, jugadores para la periferia del gol.En Silva, muy dislocado, errático en el pase y con poca chicha, tampoco Villa encontró un aguador.
Sin mayores rasguños que el arabesco de Piqué, Suiza salió a hombros del primer acto. Enfrente, un contrario tan pulcro como de fogueo. A los suizos les basta con la pedrea, se conforman con no tener cicatrices. Si se presenta la ocasión, bien; si no, a cubrirse la nuca. Un dato. El último jugador en marcar un tanto a Suiza en un Mundial, aunque es cierto que no estuvo en las ediciones de 1998 y 2002, fue Begiristain, y de ello han pasado ya 16 años.
Víctima del manierismo, de su artificiosidad, España consintió que el partido fuera un peligroso enredo. Llegado el segundo tramo, cualquier traspié podría ser definitivo. Sin resolución previa, los dados pueden caer una vez de cara al adversario. Ocurrió en una jugada un tanto abstracta, tras un saque del meta suizo.
Rebote a rebote, varios españoles se desplomaron junto a Casillas, que interpuso sin éxito los pies, no las manos, frente a Nkufo. Con Piqué ensangrentado de tanta refriega, Gelson embocó.
Del Bosque reaccionó. Con Navas por Silva quiso poner remedio a uno de los déficits previos: alguien que echara un pulso a un rival por velocidad y regate, un jugador con la mirada al frente, un futbolista que hiciera largo al equipo. Con Torres por Busquets, un socio para Villa, otro capaz de conquistar el área de Benaglio, un delantero a la carrera y poderoso en el juego por el aire.
Los cambios despertaron a España, que encadenó una sucesión de remates que no había tenido. Por fin, una selección punzante. Torres, Navas, Iniesta y Xabi Alonso ?con un disparo al larguero? rasparon el gol. También Derdiyok, frustrado por el poste izquierdo de Casillas. Una jugada que hizo rebobinar el duelo ante Estados Unidos en la Copa Confederaciones de hace un año.
El penúltimo azote para España. Otra vez en Sudáfrica se llevó el segundo. Ahora está ante el abismo, pero tiene crédito y talento. Lo primero se lo ha ganado; lo segundo es una certidumbre mayor. Sin pánico ni viejas pesadillas, tiene salida. Ante Honduras y Chile, la pelota debe ser de nuevo su primer cultivo. Pero cuidado, no hay tiempo para un exceso de retórica.
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