Por JOHN CARLIN
Si el fútbol es la guerra por otros medios, un Mundial es una guerra mundial por otros medios. Algunos países prefieren olvidar la última gran guerra, la segunda, la que empezó en 1939 y acabó en 1945. Un par de ellos serían Francia y Alemania. Pero otros no dejan de recordarla, y con regocijo, como por ejemplo los ingleses, para quienes, como Winston Churchill declaró en un famoso discurso, aquel fue "our finest hour", [nuestro momento más grandioso].
Los ingleses sienten la rivalidad con más fervor; el equipo alemán es más joven. Por eso no fue del todo sorprendente el haber recibido, tras la noticia de que Inglaterra y Alemania se enfrentarán mañana en octavos de final, un mensaje de texto de un ex soldado británico con el siguiente comentario: "Este Mundial se ha vuelto como la segunda guerra mundial. Los franceses se rinden a la primera, los ingleses se quedan solos contra los alemanes y los estadounidenses llegan en el último minuto".
Hay dos encuentros internacionales de fútbol que poseen un especial morbo, dos que se aproximan a lo que podría ser un Barça-Madrid, un Celtic-Rangers o un Boca-River. Son Inglaterra-Alemania y, una deliciosa posibilidad en cuartos de final del actual Mundial, Inglaterra-Argentina. Cada uno deriva su especial tensión de que ha habido una guerra real -con soldados, batallas y bombas- como antecedente. Y que se guardan en la memoria colectiva algunos épicos partidos de fútbol.
Como la final del Mundial de 1966 que Inglaterra ganó contra Alemania con la inestimable ayuda de un juez de línea de la Unión Soviética, país que, por cierto, fue aliado de los ingleses en la segunda guerra. Desde entonces el balance futbolístico (por no hablar del económico) se ha inclinado claramente hacia el lado de los alemanes, cuya trayectoria en los últimos 10 mundiales ha sido brillante: dos veces han quedado campeones, tres más han llegado a la final. Lo mejor que han logrado los ingleses en este período ha sido una semifinal en 1990, que perdieron contra los alemanes por penaltis.
Por eso será que cuando de repente surge un partido contra Alemania los ingleses tienen tanta manía por olvidar la historia reciente y recordar la victoria de 1945. Las canciones que cantan los aficionados ingleses, y las letras de las canciones, rozan el mal gusto. Una de ellas tiene como estribillo, "dos guerras mundiales y una Copa del Mundo". Otra, que con casi total seguridad se cantará en el estadio de Bloemfontein el domingo, es la música de una de las películas de guerra británicas más exitosa, y más crasamente patriótica, de la posguerra, The Dambusters.
En cuanto al tema secundario del partido que se disputará sobre el campo, la presión recaerá más sobre Inglaterra que sobre Alemania. Primero, porque los ingleses sienten la rivalidad con más fervor; segundo, porque el equipo alemán es más joven, y muchos de los jugadores tendrán segundas, o incluso terceras posibilidades de lucirse en un campeonato del mundo. Para el capitán, Steven Gerrard, para Frank Lampard, John Terry, David James, Jamie Carragher y para la mayoría de la selección inglesa esta será la última oportunidad de competir en un Mundial. Más alarmante, incluso, no hay pistas de que exista detrás de ellos una generación de futbolistas capaz de jugar al más alto nivel, o incluso de volver a vencer a equipos de la talla de Argelia o Eslovenia.
Si pierde Inglaterra mañana lo patético del asunto será que a la afición inglesa, la más ferviente del mundo con la posible excepción de la argentina, tendrá que seguir consolándose con el recuerdo de sus antiguas glorias militares. Los españoles también tienen entre manos la última oportunidad en muchos años de conquistar la Copa del Mundo. Y que la metáfora de la Segunda Guerra Mundial aplicada a Inglaterra, Alemania, Estados Unidos y Francia no se acabe extendiendo también a España, que en aquellos tiempos, a su manera, se quedó fuera.
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