sábado, 12 de junio de 2010

No es lo mismo y no es igual. El arte de saber comunicar en política

Por María Eugenia Fernández Pérez *
De Gurú Político

En un país muy lejano, al oriente del gran desierto vivía un viejo Sultán, dueño de una inmensa fortuna. El Sultán era un hombre muy temperamental además de supersticioso. Una noche soñó que había perdido todos los dientes. Inmediatamente después de despertar, mandó llamar a uno de los sabios de su corte para pedirle urgentemente que interpretase su sueño.

- ¡Qué desgracia mi Señor! – exclamó el Sabio – Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.

- ¡Qué insolencia! – gritó el Sultán enfurecido – ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos, por ser un pájaro de mal agüero. Más tarde, ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:

¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que vuestra merced tendrá una larga vida y sobrevivirá a todos sus parientes.

Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los consejeros reales le dijo admirado:

- ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños del Sultán es la misma que la del primer Sabio. No entiendo por qué al primero le castigó con cien azotes, mientras que a vos os premia con cien monedas de oro.

- Recuerda bien amigo mío –respondió el segundo Sabio– que todo depende de la forma en que se dicen las cosas… La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la enchapamos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado…

- No olvides mi querido amigo –continuó el sabio– que puedes comunicar una misma verdad de dos formas: la pesimista que sólo recalcará el lado negativo de esa verdad; o la optimista, que sabrá encontrarle siempre el lado positivo a la misma verdad”.

Y en política ocurre exactamente lo mismo. Tenemos grandes comunicadores en este ámbito y otros que, ciertamente son nefastos a la hora de llegar al corazón de las personas. En Estados Unidos ha habido políticos con una gran capacidad persuasiva y cautivadora.

Un buen ejemplo de ello es Bill Clinton. El sabía que una de las bases para ganarse al electorado era no atacar a la persona, sino a sus ideas. Todos recordamos el debate entre Bill Clinton y Bob Doyle** . Doyle, veterano héroe de guerra quien incluso perdió un brazo en la guerra con Corea, se encontraba frente a un joven y carismático Clinton. En determinado momento alguien del público presente en el debate le pregunta a Clinton si acaso Doyle no estaba ya muy viejo para ser presidente. Clinton, con extraordinaria habilidad, le respondió: “Yo no creo que Bob sea un hombre viejo… pero sí me preocupa la edad de sus ideas y propuestas”.

No sólo eso, sino que aquel político que no toca corazones, no gana votos.

Otro ejemplo lo tenemos en Michael Dukakis. Este hombre aspiraba convertirse en el candidato presidencial por el Partido Demócrata pero una pregunta que le formuló el periodista Bernard Shaw de la cadena CNN, durante un debate, prácticamente acabó con sus aspiraciones. Era conocida la posición de Dukakis en contra de la pena de muerte y Shaw lo puso en un escenario hipotético pero terrible: “Si su esposa fuera esta noche violada y asesinada, ¿no estaría usted de acuerdo con pedir la pena de muerte para los criminales?”. Dukakis, sin pensarlo dos veces, respondió: “No, porque soy un convencido que la pena de muerte no sirve para disuadir a los criminales”. Dukakis perdió el debate porque el público encontró que su respuesta, si bien fue consistente con sus planteamientos, fue fría e indiferente. Le faltó a Dukakis el componente emotivo: “Me resultaría muy difícil tomar una decisión en una situación tan terrible como esa pero creo que finalmente sería consecuente con mis principios e ideas…”

Por poner un último ejemplo contaremos uno de los muchos escándalos protagonizados por el Primer Ministro italiano Silvio Berlusconi. En este caso ya no hicieron falta ni las palabras. Aplicamos el un gesto vale más que mil palabras. En la cumbre del G 20 celebrada en septiembre del año pasado, Berlusconi se dirigió a saludar al matrimonio Obama. A la hora de saludar a Michelle Obama, Berlusconi mostró de forma muy exagerada su admiración por la esposa del mandatario. Todos los presentes criticaron su actitud preguntándose si se encontraban ante un líder mundial o ante un bufón de la corte.

Tanto Dukakis, Doyle como Berlusconi, entre otros muchos líderes, debieran de tomar en cuenta lo que dice el Libro de los Proverbios: “Las palabras del hombre son aguas profundas, río que corre, pozo de sabiduría… Con sus labios, el necio se mete en líos; con sus palabras precipitadas se busca buenos azotes… Cada uno comerá hasta el cansancio del fruto de sus palabras. La vida y la muerte dependen de la lengua; los que hablan mucho sufrirán las consecuencias”.

La conclusión queda clara: para poder gobernar primero hay que saber comunicar.


**Nota del editor de Compartiendo mi Opinión:
El Candiato en referencia se trata de Bob Dole, candidato a la presidencia por el Partido Republicano en 1996.

* Licenciada en Publicidad, con Maestría en Comunicación Política por la Universidad Pontificia de Salamanca, España.

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