Tradicionalmente, la cultura “sugería” y casi obligaba
a casarse a una pareja por el hecho de que ella había quedado embarazada,
tratando con ello de esconder lo que era considerado indecente, o, al menos,
maquillarlo, proporcionando a la vez una familia al futuro bebé. ¿Es esto
acertado? ¿Es equivocado? Lo que sí podemos decir es que las premisas y las
condiciones para la formación de ese nuevo hogar, en principio, son todas
completamente adversas y desfavorables; ninguna favorable; y ello es la causa
de que la mayoría de los casos la nueva pareja termine en fracaso, normalmente,
en los primeros años, o incluso meses, de matrimonio. Normalmente son los
padres de los jóvenes quienes toman la decisión de casarlos pensando en el “qué
dirán” más que en los jóvenes y en el hijo; y pensando también, que con el
matrimonio “se lava” la situación, y que los jóvenes ya aprenderán a quererse.
Es un error. Es condenarles a un probable fracaso. El hijo necesita más unos
padres comprometidos que una pareja fracasada.
Y es lógico; suele suceder con personas demasiado
jóvenes, cuyo nivel de madurez es muy
insuficiente para afrontar una responsabilidad de este tipo. Todo tiene su
tiempo y su edad, y la responsabilidad que requiere una familia difícilmente se
tiene a los 18 ó 20 años. Esa es edad para otras cosas. En segundo lugar,
sucede mucho más frecuentemente en parejas que casi se acaban de conocer, y
cuya relación es informal e inconsistente, que en parejas de novios con un
carácter formal y con un conocimiento mutuo mayor. Ello significa que en la
mayoría de los casos ni siquiera se conoce a la persona con quien se supone
debe compartirse la vida. Lo más probable es que no sea la persona adecuada.
En tercer lugar, suele surgir un rechazo de ambas parte
hacia la situación misma, y un reproche mutuo, consciente o inconsciente, por
verse atados, y todo ello se va a proyectar sobre el bebé, quien será “el
culpable” de la situación. El resultado de todo ello suele ser la ruptura
prematura de la unión, probablemente dos vidas de alguna forma afectadas, sobre
todo la de ella, futuros profesionales truncados y lo que es peor, un hijo sin
padre, porque normalmente el padre se desentiende de su responsabilidad; muchas
veces también sin madre, porque tampoco tiene capacidad para asumirla en forma;
y únicamente con abuela-mamá, porque al final suele ser la abuela materna la
que se hace cargo de la situación.
En principio, no es recomendable
la unión por embarazo, a no ser, si acaso, que la relación sea ya muy formal y
ya se hubiera tomado la decisión de casarse, con lo que el hijo únicamente
aceleraría un poquito la unión. Un hijo no debe ser necesariamente el motivo de
unión de dos personas. Mi recomendación es que traten de afrontar, en la medida
de su capacidad, cada quien su responsabilidad como padre y madre, procurando
sustento económico y atención afectiva, emocional y educativa para el hijo,
pero desde una posición independiente, sin sentirse atados el uno al otro,
sintiendo un compromiso únicamente con el hijo.
Es más probable de este modo que algún día, después de
esforzarse por un objetivo común, y sin otro tipo de presiones, lleguen a
decidir por su propia voluntad, y con mayor madurez, formalizar la relación
familiar en matrimonio. Y si no fuese así, al menos habrá habido un compromiso
de ambos hacia el hijo, y éste no habrá sufrido el enorme conflicto que supone
el fracaso y la ruptura. La actitud de los padres es fundamental en estos
casos. Suelen tomar la actitud de enemigos de la otra parte, poniendo con ello
una dificultad más en la ya difícil situación. Los padres no deberían ejercer
presión para el matrimonio, sino orientación, estímulo, motivación y ayuda para
que a los jóvenes se les haga más atractivo asumir su responsabilidad para con
el hijo, tomando en cuenta que si hay alguien que no tiene ninguna
responsabilidad es el propio hijo, y si hay alguien que necesita todo tipo de
atención es también el hijo.
Acerca de la
Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones
en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y
Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi actividad
profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos direcciones
fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica privada; y la
segunda es la colaboración con los diferentes medios de comunicación
nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de extender la
conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su tradicional
estigma.
Fui la
primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en ejercer
dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente
he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas,
Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o
Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de
U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo
acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la
Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La
tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y
teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del
mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia
regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes
que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos
acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.
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