Tomado
de El País
La derecha de EE UU redefine
su ideología al asumir más poder
El nuevo
“reformismo conservador” empuja a los republicanos a abordar la pobreza y las
desigualdades
Por Marc Bassets
Los últimos seis años han transformado al Partido
Republicano. Son los años del demócrata Barack Obama en la Casa Blanca, pero
también del auge del movimiento conservador y populista Tea Party.
Los republicanos asumirán el martes el control del Congreso de Estados Unidos
en plena discusión sobre su orientación política.
Un grupo de intelectuales denominados conservadores
reformistas —muchos de ellos menores de 40 años y procedentes del mundo
académico— son el motor del rearme ideológico de la derecha.
Los nuevos republicanos, abiertos a cuestiones como la
pobreza o las desigualdades, tradicionalmente un monopolio de los demócratas,
se preparan para gobernar en el Senado y en la Cámara de Representantes, a
partir de esta semana, y en Estados Unidos cuando Obama abandone el poder tras
las elecciones presidenciales de 2016.
Las elecciones legislativas de noviembre dieron al
Partido Republicano la mayoría en el Senado. Desde 2011, era
mayoritario en la Cámara de Representantes. El martes, cuando se constituya el
114º Congreso, los republicanos ocuparán el mayor número de escaños en la
Cámara de Representantes desde 1928.
Desde que el antecesor de Obama, George W. Bush, ganó
su segunda elección presidencial en 2004, el Partido Republicano no había sido
tan poderoso. Pero el Partido Republicano de 2014 es distinto del de Bush.
“Ha sufrido varias sacudidas. No es el mismo partido
que al final de los años de Bush”, dice Yuval Levin, director de la revista National
Affairs y cabeza pensante de los conservadores reformistas. “En la
política exterior es mucho más cauto ante las ambiciones agresivas y la
implicación en los asuntos internos de otros países. En la política interior es
un partido mucho más conservador, mucho más comprometido con un papel reducido
del Estado y con un gasto público inferior, y más preocupado por el déficit”.
EE UU es un país donde la
política es indisociable de las ideas: a fin de cuentas, se fundó sobre la base
de la filosofía de la Ilustración. Algunas de las iniciativas que más huella han
dejado se gestaron en círculos de intelectuales y economistas.
Difícilmente habría existido la revolución económica
de Ronald Reagan sin las propuestas y teorías del American Enterprise Institute
(AEI), la Heritage Foundation o el Nobel de Economía Milton Friedman. Y la
invasión de Irak en 2003 no se explicaría sin los neoconservadores, el
movimiento que tiene su origen en una elite de intelectuales izquierdistas que
en los años sesenta y setenta se distanciaron del Partido Demócrata.
Los años de Obama han sido para los conservadores una
travesía del desierto que les ha forzado a reformular sus bases ideológicas. El
Tea Party actuó como un combustible para una derecha deprimida, pero falló a la
hora de presentar alternativas. Convirtió a los republicanos en el partido del
no: eficaz a la hora de torpedear cualquier proyecto del presidente Obama, pero
inútil a la hora de gobernar.
Ahora llega el reformismo conservador, que no reniega
del Tea Party, pero lo corrige. Yuval Levin, nacido hace 37 años en Israel y
emigrado a EE UU cuando era niño, se declara un “fan” del Tea Party, pero
señala que tanto este movimiento como el Partido Republicano, “se han centrado
demasiado en lo que había que frenar y no en lo que había que hacer”.
Al inicio de una conversación reciente en su despacho
de National Affairs, Levin dejó claro que él no cree que la
política de Estados Unidos se resuma en la oposición entre capitalismo y
socialismo. Puede parecer una obviedad, pero no lo es: uno de los mensajes
recurrentes del Tea Party ha sido que Obama era un socialista o incluso un
comunista. “Los americanos, de izquierdas y derechas, son todos capitalistas”,
dice Levin.
Levin —autor de El gran debate, un ensayo que
traza el origen de la división entre izquierda y derecha en los pensadores y
políticos británicos del siglo XVIII Edmund Burke y Thomas Paine— se distancia
de Ronald Reagan, el santo patrón de la derecha norteamericana. Su generación
se ha liberado de la nostalgia del presidente que decía que “las palabras más
terroríficas de la lengua inglesa son: ‘Trabajo para el Estado y he venido a
ayudarle”.
“Parte de
lo que hacemos”, explica Levin, “es lograr que los conservadores hablen de temas
que solíamos dejar para la izquierda”.
El legado de Reagan, lamenta el intelectual
conservador, sigue definiendo las propuestas republicanas en política fiscal,
que prohíben cualquier subida de impuestos y protegen a los emprendedores y a
los más ricos como origen de la riqueza que después se expande al resto de la
sociedad. “Hablamos demasiado de propietarios de empresas y de impuestos a las
empresas y de tipos impositivos que afectan a los más ricos, y no hablamos lo
suficiente de los impuestos que afectan a las familias de clase media”, dice Levin.
Para algunas figuras emergentes del Partido
Republicano, intelectuales como Levin o Arthur Brooks, el presidente de AEI,
son interlocutores frecuentes. National Affairs es lectura obligada en el Capitolio. “Sin
duda, es importante e influyente”, dijo el senador Mike Lee a The New
York Times, en alusión a Levin. Los planes dePaul Ryan,
congresista y candidato a la vicepresidencia en 2012, para combatir la pobreza
responden a este nuevo espíritu.
No todo lo que dicen y escriben Levin y sus compinches
intelectuales se traduce en propuestas del Partido Republicano, pero ellos son
hoy una inspiración: el disco duro ideológico.
“Parte de lo que hacemos”,
explica Levin, “es lograr que los conservadores hablen de temas que solíamos
dejar para la izquierda”. Menciona la educación, la sanidad o la pobreza.
Levin, como Brooks, se esfuerza por recuperar una
retórica que parecía propiedad de la izquierda. Insisten en la dimensión moral,
espiritual de la política. Brooks ha recibido al Dalai Lama en el AEI, templo
del conservadurismo norteamericano. Levin lamenta el carácter economicista y
utilitario de los debates en Washington.
“No hablamos lo suficiente en la vida pública de las
virtudes que permiten una vida floreciente”, dice. Instituciones como la
familia y la religión son fundamentales en esta visión arraigada en los valores
de la derecha.
La política es una lucha de poder, y la batalla de los
próximos dos años será doble: entre el Partido Republicano, mayoritario en el
Congreso, y Obama; y entre candidatos y facciones republicanos por la
nominación a las presidenciales de 2016.
¿Cómo gobernar a partir del martes en el Congreso? ¿Y
en la Casa Blanca? Ahí entran en juego las ideas: de Lincoln a Reagan, de
Roosevelt a Johnson, han transformado Estados Unidos. Los perfiles de la
próxima batalla ideológica empiezan a dibujarse.
§
Estado de bienestar. Pese a la retórica contraria al intervencionismo del Estado y a las
promesas de acabar con la reforma sanitaria de Obama, se busca la preservación
de alguna red de protección social.
§
Inmigración. El debate sobre la necesidad de regularizar a millones de inmigrantes en
un país más diverso y más hispano puede forzar al Partido Republicano a apoyar
la reforma.
§ Matrimonio gay. Los republicanos se han
visto desbordados por la legalización del matrimonio homosexual en decenas de
Estados. Algunos sostienen que hay que abrir una institución tradicional como
el matrimonio a muchos más ciudadanos.
Entre
el cambio y el mantenimiento del ‘statu quo’
M. B., WASHINGTON
Yuval Levin, el ideólogo de la nueva derecha norteamericana, es el
heredero de una rica tradición. National Affairs —la sesuda publicación
trimestral que él mismo dirige— es la sucesora de The Public Interest, la
revista de referencia de los neoconservadores. A partir de los años sesenta,
esta plataforma sirvió a intelectuales como Irving Kristol, el pope del
neoconservadurismo, o el sociólogo Daniel Bell para influir en el debate
público. A Levin le han llamado el “pequeño Kristol”.
Levin, con experiencia en la Casa Blanca de George W. Bush, sabe
enmarcar las querellas políticas en una perspectiva filosófica que trasciende
las pequeñas peleas en Washington. En el ensayo El gran debate, fruto de su
estancia en el Comité sobre el Pensamiento Social de la Universidad de Chicago,
sostiene que los actuales debates entre derecha e izquierda, entre
conservadores y progresistas, entre republicanos y demócratas, se fraguaron
entre 1770 y 1800.
Todo empezó en la pelea entre los políticos y pensadores británicos
Edmund Burke y Thomas Paine, un reflejo de la tensión entre cambio y
preservación del statu quo. Burke, autor de la crítica más demoledora de la
Revolución Francesa, era alérgico a los cambios bruscos y a la idea de que la
humanidad podía empezar de cero. Abogaba por la cautela y el progreso
paulatino. Al contrario que Paine, que se entusiasmó con la Revolución.
“Burke refleja una visión de la sociedad fundamentada en la tradición,
que respeta las instituciones establecidas porque estas poseen una mayor
sabiduría de la que pueda alcanzar nuestra destreza técnica”, dice. La de Burke
es la tradición de la derecha, aunque políticos como el presidente Barack Obama
—un político cauto y partidario de los pequeños pasos— se han declarado
burkeanos.
Y, aunque Levin identifica a Paine con la izquierda, la derecha de EE UU
es paineana en su afán transformador: la invasión de Irak o los deseos en
algunos sectores de abolir el Estado del bienestar retoman la retórica
revolucionaria del siglo XVIII. “En América”, dice Levin, “los conservadores
conservan una tradición que empezó en la revolución”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario