sábado, 8 de junio de 2013

“Si no tienes nada bueno que decir de los demás, entonces no digas nada”

Tomado de La Prensa Gráfica

Ética y Política


Todo esto es relevante en nuestros días, porque en nuestro país estamos atravesando por un peligroso momento de violencia, la cual se expresa en los asesinatos que a diario cometen las bandas del crimen organizado; y también de una creciente violencia social desbordada en movilizaciones agresivas y sin control, y a las cuales se ha añadido recientemente una espiral de agresiones verbales entre distintos personajes públicos.


Por Eduardo Cálix



La política, pensada desde diferentes tradiciones, es la práctica civilizadora que permite procesar el conflicto, consensuar la aceptación de reglas de actuación y convivencia social, así como plantear la construcción de proyectos colectivos e individuales en la búsqueda de calidad de vida y bienestar social.

Desde esta perspectiva la política tiene como finalidad construir permanentemente a la polis, pero esto puede lograrse únicamente cuando la ciudadanía renuncia a la violencia y la sustituye por el diálogo abierto y sustentado en reglas de discurso, tales como el respeto al disenso y a las visiones distintas o contrarias a las que se sostienen.



Quienes hacen de la política una práctica profesional tienen en consecuencia el mandato de actuar con base en los mejores valores, es decir, están obligados a encarnar lo mejor de lo mejor en la sociedad que representan o que buscan representar. 


El instrumento privilegiado de la política es la palabra; de ahí la advertencia ante el riesgo de caer en manos de políticos demagogos. Por ello, la importancia de mantener al diálogo en un marco categorial civilizado; y de encauzarlo siempre rechazando la diatriba. 

Los griegos sabían perfectamente que un elemento de disolución del orden social es la violencia verbal; en democracia se puede y debe atacar y criticar a las ideas, pero siempre respetar y valorar a las personas. 

Los grandes trágicos, Eurípides, Sófocles y Esquilo, dan cuenta a través de sus obras de cómo una de las formas terribles de la violencia se encuentra en el lenguaje y la palabra; de ahí la necesaria vocación transformadora del diálogo, así como la capacidad civilizatoria de la retórica como mecanismo para dirimir las diferencias. 

Todo esto es relevante en nuestros días, porque en nuestro país estamos atravesando por un peligroso momento de violencia, la cual se expresa en los asesinatos que a diario cometen las bandas del crimen organizado; y también de una creciente violencia social desbordada en movilizaciones agresivas y sin control, y a las cuales se ha añadido recientemente una espiral de agresiones verbales entre distintos personajes públicos. 

Hemos pasado peligrosamente a una dinámica en la que es recurrente escuchar ataques personales, señalamientos gravísimos en torno a la calidad ética de políticos, pero sobre todo, a una “antilógica” abocada a colocar los peores adjetivos a los adversarios. 

La política y la violencia son conceptos antitéticos; sobre todo porque la primera tiene una dimensión de pedagogía ciudadana. Desde esta óptica, la pregunta es ¿qué le están diciendo a la ciudadanía los políticos en conflicto? ¿Cómo convocar a la reconciliación nacional, cuando algunos políticos están dedicados a arrojarse lodo y a llamarse, unos a otros, mafiosos, ladrones, corruptos, entre otros epítetos...? 

Pacificar al país, reconducirlo hacia la convivencia solidaria, hacia el imperio de la ley y hacia el desarrollo con equidad requiere de acciones ejemplares, todos los días, de quienes tienen la responsabilidad de gobernar.

Todo esto comienza en el diálogo honesto, y eso es lo que se encuentra amenazado por un sector de la política que, paradójicamente, está dándole la espalda a la palabra entendida como el puente que nos permita transitar hacia la justicia y al bienestar. 

Debemos ponernos en alerta, ya bastante violencia tenemos que soportar para que además tengamos que aceptar la intolerancia, aplaudir el ingenio de los que discriminan y sentir simpatía por los que denuestan a los demás. 

Pienso en el viejo refrán que solía decirse como vacuna contra la imprudencia y la majadería, como un filtro entre la crítica y la ofensa: “Si no tienes nada bueno que decir de los demás, entonces no digas nada”.

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