jueves, 15 de julio de 2010

Copa del Mundo 2010: el particular punto de vista de Jaime Bayly, Parte III, "La Final"

Por JAIME BAYLY
UNO. Dunga es un matón, siempre lo fue. Cree que el fútbol no es un juego en el que prevalecen los virtuosos sino los recios y tramposos, como recio y tramposo era él cuando jugaba con mala saña. Naturalmente, Dunga hizo una selección de matones. Todos en Brasil parecían malhechores tratando de hurtar un partido. En las caras de los brasileros no se advertía algo parecido al goce o el placer de jugar un juego, sino la tensión culposa del que se dispone a perpetrar una fechoría, el rictus delator del hampón. Todos, incluso Kaká, el predicador con cara ñoña, parecían ensombrecidos por el espíritu zafio, vulgar de Dunga. Nunca jugó bien Brasil este mundial. Tenía como defensores a unos sujetos patibularios como Lucio o Melo o Juan que parecían escapados de un presidio de alta seguridad. Los brasileros, que antes jugaban bonito, ahora jugaban feo. Ganaban, pero jugaban feo. Y por suerte les tocó jugar con Holanda, que es una selección que entiende el fútbol como un juego, como una travesura. Por eso Holanda llega hoy a la final. Porque jugó bonito, relajadamente, mientras Brasil se tensaba en unas asperezas de maleantes chapuceros que parecían conjurados para asaltar un banco o robarse el oro de la sacristía.

DOS. Tabárez es un maestro, Tabárez siempre fue un maestro. Escuche una conferencia de prensa de Tabárez y notará su humildad, su inteligencia, su lucidez para decir sin jactancia ni aspavientos lo poco que tiene que decir. Como Tabárez es inteligente y educado, la selección uruguaya es la prolongación de su inteligencia y su educación y es también, por supuesto, la suma de once hombres entrenados en esa noble tradición uruguaya de que el juego del fútbol, cuando es al país al que se representa, lleva consigo el peso del honor, pone en entredicho ya no sólo las aptitudes de esos hombres para jugar el juego, sino también su coraje, su nobleza, su lealtad, como si esos once elegidos para llevar el emblema del país fueran un regimiento, un cuerpo de élite que va a una guerra sin armas en la que habrán de demostrar heroísmo además de habilidad para prevalecer sobre los otros.

TRES. Maradona es arrogante, y más que arrogante, ignorante, y más que ignorante, agresivo en su ignorancia. Fue un virtuoso como jugador, pero no es medianamente inteligente. Es un hombre lleno de complejos y resentimientos, turbado por las bajas pasiones, un enfermo en rehabilitación, un hombre incapaz de ser humilde y escuchar las críticas y razonar. Es un hombre endiosado y adulado y por tanto engañado y mal informado. No posee inteligencia natural para razonar el juego del fútbol, como no posee inteligencia emocional para gobernar y expresar sus pasiones. Se pelea hasta con su sombra. Está siempre molesto. Cuando la prensa lo critica, se enfurece y dice bravuconadas. Cuando clasifica a duras penas al mundial, sale con procacidades: que me la mamen. Pues ahora ¿quién es el mamón? Porque, por lo visto, quienes criticaron la natural incompetencia de Maradona para ejercer un cargo para el que no daba la talla (el entrenador de fútbol tiene que ser, ante todo, un estratega, y un estratega tiene que ser, ante todo, un hombre inteligente) tenían la razón. Maradona nunca debió ser entrenador de la Argentina porque no está dotado de las mínimas facultades para desempeñar el cargo. El fracaso de la Argentina puso en evidencia esa verdad: que el mariscal que comandó al regimiento estaba lastrado por la torpeza, la ineptitud y la arrogancia.

CUATRO. Del Bosque es un viejo que ha visto casi todo el fútbol que se ha jugado en España desde que en España se juega al fútbol, un viejo tan viejo que ya nada lo emociona demasiado y es por eso un buen entrenador, porque no deja de pensar serenamente y razonar con frialdad y aun en el momento del juego, cuando las emociones se exasperan, está allí sentado como si estuviese pensando qué nicho le conviene comprar en qué cementerio, como si fuese consciente de que ya es poco lo que le queda por vivir y que aquello que sus ojos hinchados y acuosos están presenciando algún día será recordado por pocos, cuando él ya descanse en su nicho pagado a plazos en vida. Por eso, porque Del Bosque sabe por viejo y cazurro y se reconoce mortal y falible, España encuentra en el banquillo a un técnico sabio y en la sombra, que tuvo la lucidez de aturdir a los alemanes con la picardía de Pedrito y hoy va por la gloria final. Que gane el mejor; y si no es mucho pedir, que gane España.

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