Tomado de Diario1
Es importante llamar, ya no sólo a la generosidad, sino a la
responsabilidad generacional, de aprovechar el momento político electoral como
una oportunidad para repensar, reconstruir y redirigir los pactos que nos
cohesionen como nación.
Por Eduardo Calix

Hace
más de dos mil años, Isócrates sentenció: “No es el dinero ni el cargo lo que
nos diferencia de los bárbaros, sino la educación y la cultura”. De acuerdo con
los griegos, eran precisamente la educación y la cultura los asideros más
importantes del ideal civilizatorio de su cultura, pues son los procesos que en
mayor medida humanizan y preparan para el ejercicio del gobierno y la
administración del Estado.
Desde que surgieron las sociedades
políticas complejas, se ha dado una permanente discusión sobre la relevancia
del liderazgo del gobernante y acerca de las fuentes de su legitimidad. Max
Weber comprendió la relevancia de este tema y por ello dedicó una parte de su
obra al análisis de los tipos de liderazgo.
Es cierto que el acceso y la
permanencia en el poder dependen de la capacidad de liderazgo de quien
gobierna; pero, por otro lado, la capacidad de gobierno se mide también por
resultados y, cuando éstos son negativos para la sociedad, los liderazgos
pierden fuerza y legitimidad.
En esa lógica, es válido sostener
que es muy difícil llegar y hacer buen gobierno, sin liderazgo social, pero lo
es todavía más si no existen las capacidades de gobierno para atender y
solucionar de la mejor manera las demandas y las necesidades básicas de la
sociedad.
Dicho de manera simple: el
liderazgo social no alcanza para construir un buen gobierno y, a la inversa, un
buen gobierno no puede construirse sin liderazgo social auténtico. Por ello,
candidatos con aceptación popular sobresaliente pueden llegar a desvanecer las
legítimas aspiraciones de una sociedad que les da su confianza para mejorar su
condición de vida y, al revés, candidatos que pueden ser medianamente
aceptables para el ciudadano, pueden resultar extraordinarios gobernantes que
suplen sus carencias carismáticas con la eficacia.
Si en una democracia estable, la
aprobación de la población hacia sus gobernantes y su desempeño en el poder
depende de los buenos resultados gubernamentales; en una democracia aún frágil
que se consolida día a día, como la nuestra, muchos salvadoreños optarían por
un régimen autoritario a cambio de mayor bienestar; en donde la violencia y la
inseguridad han llevado al país a un baño de sangre con el consecuente rechazo
y agravio social; y en donde la pobreza asuela a la mitad de la población, el
liderazgo y los resultados positivos de gobierno no sólo son indispensables,
sino urgentes.
El Salvador necesita de hombres y
mujeres que tengan siempre como principio rechazar la idea de la violencia como
partera de la historia; la concepción de que la ley es un obstáculo que debemos
brincar para lograr nuestros objetivos; rechazar toda visión de estatismo
absolutista, de poder concentrado, de presidencialismo omnipotente;
funcionarios que trabajen incansablemente, pero que como humanos pueden, como
se dice popularmente, “meter las patas” pero jamás las manos.
Reconstruir el escenario social y
la credibilidad en nuestro país, requiere mucho más que innovaciones sociales.
Para lograrlo se necesita la capacidad y creatividad con el fin de generar una
amplia convocatoria de todos los sectores que cohesione la nación, lo que exige
de una profunda educación y cultura entendidas como ideal de diálogo y
participación democrática.
Al final de cuentas, lo político
no puede estar referido exclusivamente a los órganos de gobierno y la
administración del Estado, sino a los valores y principios que pueden darnos
identidad y sentido compartido de un proyecto nacional que coadyuve a construir
un país más libre, más justo.
Por ello es importante llamar, ya
no sólo a la generosidad, sino a la responsabilidad generacional, de aprovechar
el momento político electoral como una oportunidad para repensar, reconstruir y
redirigir los pactos que nos cohesionen como nación, así como propiciar nuevos
arreglos institucionales que impidan que la pobreza, la falta de educación, la
marginación y el desprecio a las instituciones democráticas, se perpetúen como
destino inevitable para nuestra sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario