lunes, 13 de diciembre de 2010

Juan Manuel Santos es el “Hombre del Año” en Colombia

Tomado de El Tiempo



POR MARÍA ISABEL RUEDA

En cuatro meses es difícil hallar un punto flaco en su gestión, hasta sus opositores la aplauden.

Difícil encontrar por estos días una crítica de fondo al nuevo gobernante de Colombia.

La era post Uribe parece transcurrir por ahora fluidamente, sin grandes confrontaciones, sin grandes alharacas. Han tenido motivos para tranquilizarse los colombianos que pudieran estar nerviosos con la perspectiva de la transición.

A no pocos les generaba muchas dudas la idea de pasar de uno de los presidentes más populares de la historia a un sucesor que tenía su visto bueno, y que cumplía con los estándares del heredero, pero que no despertaba grandes pasiones de la opinión.

Hoy, lo cierto es que Juan Manuel Santos ha logrado que en los primeros cinco meses de Gobierno, hasta los más reacios le bajaran la guardia, comportándose como un gobernante sobrio, que ha hecho muy buenos nombramientos, que ha calmado las tormentas de las relaciones del Ejecutivo con la Justicia y que ha normalizado, hasta donde se ha podido, las relaciones diplomáticas de Colombia con sus conflictivos vecinos.

Juan Manuel Santos adquirió muy rápidamente una talla presidencial, que no se obtiene solamente con ganar las elecciones, sino con unos gestos en la dirección correcta en los primeros cien días de gobierno.

El primero de ellos fue permitir que los colombianos constatáramos que el país no se acabó con el relevo de Uribe.

Más aún: bajo este Gobierno ya es evidente que el país está corrigiendo algunos de sus rumbos y descubriendo unos nuevos.

En lo que sí nos equivocamos con frecuencia es en suponer que Santos lo está haciendo bien porque es distinto de Uribe o porque no tiene sus defectos. Asumir que lo bueno de Santos es que no tiene lo malo de Uribe es injusto con ambos.

Y además, no es verdad. En un acto de independencia que a Santos le gusta exhibir, siempre dentro de un marco de gratitud por su antecesor, que saca a relucir todo el tiempo, su primer mérito como Gobernante ha sido que entendió el momento histórico del país que surgió con el fin de la era Uribe.

La elección de este Presidente, por primera vez en muchos años, no tiene por objeto hacer viable el país en medio de su violencia interna, como ha sido la misión de todos sus antecesores del pasado reciente.

Ese paso lo dio su predecesor. Hoy, podría decirse que la misión del nuevo Presidente es reagendar las nuevas realidades colombianas. Y Juan Manuel Santos lo ha entendido así.

En ese escenario de nuevas realidades, problemas como el del enfrentamiento con la Corte Suprema y el de las relaciones con el conflictivo vecino venezolano, gradualmente irán tomando una proporción anecdótica.

La pugna con la Corte finalmente se desactivó con la elección de nuevo Fiscal. En ello el Presidente jugó un papel protagónico, al fijarles a los magistrados unas reglas de juego mediante las cuales ninguno de los sectores en los que está dividida la Corte se sintiera atropellado en el proceso de llenar las vacantes internas que se mantuvieron abiertas durante más de un año.

El Gobierno accedió finalmente al cambio de la terna de Fiscal, gesto muy amistoso del Presidente con la Corte, pero en ella, en todo caso, él se cuidó de incluir tres nombres de estirpe uribista, sobre todo los de Vivian Morales y Carlos Gustavo Arrieta, para no incomodar a su antecesor, para quien los problemas de la elección de Fiscal se habían convertido en un punto de honor. Con esta jugada maestra, la elección finamente se destrabó, y las aguas volvieron a su curso normal.

El tema de Venezuela también parece más o menos controlado. Santos ha tenido la habilidad de revertir la peor de las relaciones que Uribe dejó con Chávez, lo que confirma que es un político de altísimo nivel. Al fin y al cabo, la diplomacia en el mundo se inventó precisamente para manejar las relaciones difíciles, y no irse a bala con los enemigos.

Pero frente a este tema no hay consenso. El país continuará dividido entre los críticos de Uribe, que dicen que se le fue la mano en la dureza con Chávez, y sus defensores, a quienes nadie saca de la idea de que Uribe le dejó hecho el trabajo sucio a Santos, con las denuncias que hizo públicas en foros internacionales sobre la complicidad de Chávez con las Farc. Para estos últimos, tratar a Chávez amistosamente es un acto de hipocresía, que de ninguna manera desactiva la amenaza contra nuestra democracia.

Lo cierto es que, mientras manejamos a Chávez con mano dura y a pesar de denunciarlo ante el mundo, no pudimos evitar que por debajo de la mesa hiciera todo lo posible por ayudarles a las Farc.

Ahora que estamos montados en una especie de alianza con Chávez, es menos probable que sigan las trapisondas para proteger a las Farc, pues el Presidente venezolano tiene mucho más que perder en medio de unas relaciones amistosas con Colombia que en medio de unas de confrontación.

Pero sí hay una realidad: Álvaro Uribe le ha servido de pararrayos a Santos en estos primeros meses de Gobierno, lo cual no deja de ser una gran ayuda, en un país en el que las críticas a los gobiernos arrancan temprano y se confabulan para no dejar gobernar.

El presidente Santos también comienza a demostrar que su programa de "buen Gobierno" no se limitaba solamente a ser un lema de campaña presidencial ni una lambonería con Tony Blair y su famosa escuela de la Tercera Vía.

Gradualmente, se ha hecho evidente que Santos cree, de verdad, en eso del buen gobierno. Y que está seriamente enrumbado en su propósito de incluir a Colombia en el grupo de economías emergentes, agrupadas bajo la Ocde, (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), para hacer una llave con esos países.

Al darle una gran prioridad, a diferencia de Uribe, al tema internacional, volcará todos sus esfuerzos para amarrar a Colombia a unos acuerdos que impliquen elevar los estándares de gobierno y alcanzar altos umbrales en la calidad de nuestras políticas públicas.

El Gobierno de Santos, en su conjunto, está martillando en temas como la formalización de la economía y la inclusión de los sectores informales que gravitan a su alrededor, mediante la estabilidad financiera, la credibilidad fiscal y una seguridad jurídica que mantenga la atracción hacia el país de la inversión extranjera. Intenta lograr una efectiva reducción de los índices de pobreza, y avances en temas neurálgicos como el respeto por los derechos humanos y el medio ambiente.

Todo lo anterior puede ir en su contra a la hora de un nuevo balance de su gobierno, un poco más adelante, pues si no alcanza los estándares requeridos en cada uno de esos puntos, y se aparta de la hoja de ruta que se fije, su fracaso será muy fácilmente verificable al resultar Colombia excluida del Club de las economías selectas del mundo. A la Ocde sólo pertenecen por ahora dos países latinoamericanos, México y Chile. Y en dicha organización el concepto no es agrupar a países ricos, sino a los de buenas prácticas públicas.

Finalmente, Juan Manuel Santos también refleja un cambio personal muy significativo. Quizás comprende ahora que se equivocó todos estos años de vida pública al cultivar esa imagen de apostador, cuando se comprometía con políticas audaces y parecía estarse jugando unos pókeres sangrientos.

Como Presidente parece que se estuviera quitando de ahí. El hombre que tenía fama de considerar que todo valía para llegar a su objetivo, que probablemente lo hizo para llegar y que ya llegó, refleja ahora una especie de alivio que le permite comportarse como un mandatario generoso, altruista y patriótico, que ya no se lleva a nadie por delante y que está comprometido en aplicar una fórmula de gobierno civilizada, liberal en el sentido filosófico, e incluyente.

Eso sí: como hombre surgido de las élites, hoy es frío y distante frente a ellas. Es el toque final de su estilo personal de mandatario. Saluda de lejos, con un mensaje claro: no permitirá que lo manosee nadie del círculo del que salió.

Juan Manuel Santos se comporta más como un presidente francés que como uno latinoamericano. El mensaje es que no será un microadministrador, que era el estilo que le gustaba a su antecesor. Sino que en lo que resta de su mandato, o de su primer mandato, si se quiere, el presidente Santos estará dedicado al manejo de los temas grandes.

El 90 por ciento respalda su gestión

Llegó a la Presidencia con una votación sin precedentes -recibió el apoyo de más de 9 millones de colombianos- y en poco menos de cuatro meses le ha devuelto al país un ambiente de paz política e institucional.

Sin descuidar el componente de seguridad que marcó el estilo de su antecesor Álvaro Uribe (en septiembre fue dado de baja el 'Mono Jojoy', jefe militar de las Farc), Santos ha puesto su impronta y ya camina de la Seguridad Democrática hacia la Prosperidad Democrática.

El país ha recibido con agrado el gobierno Santos. De hecho, su popularidad ha llegado a niveles inéditos en la historia reciente.

Una encuesta realizada por el Centro Nacional de Consultoría los pasados 6 y 7 de diciembre, dio cuenta de un respaldo del 90 por ciento de los encuestados a su gestión.
Y la encuesta Gallup del mes de octubre registró un 76 por ciento de opinión favorable al mandatario y reflejó que el 82 por ciento de los colombianos aprueban su mandato.

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