domingo, 5 de diciembre de 2010

Recorriendo Los Angeles, California en bicicleta. Parte 2/2

Artículo original The New York Times
Tomado de El Mercurio


Por Seth Kugel

Para almorzar, Jeff sugirió El Burrito Jr., en Redondo Beach, una estructura con apariencia de queso, con un techo en A de color rojo, toldos amarillo y unas pocas mesas. Pedí el burrito de chile verde con cerdo, mientras él probó un burrito súper de luxe con carne asada, ambos por unos 6 dólares. Dejamos a un lado nuestras bicicletas y comimos. Mi burrito estaba mediocre. El de él, mucho mejor. Pero cuando no estás acostumbrado a pedalear durante 19 millas, o algo así, eso realmente no importa.

La ciclo vía entre redondo beach y santa Mónica permite evitar los habituales tacos.

El Downtown y más allá

Sabía que Los Angeles tenía un skyline repleto de grandes edificios y actividad febril, pero en mis breves viajes anteriores nunca me había interesado ir hacia esa zona. Pero ahora me sentía curioso por ver de qué se trataba todo eso, y el bus expreso N° 10 recorrió las 16 millas desde Santa Mónica a Union Station, en el centro, ahorrándome energías para pedalear arriba y abajo por el empinado downtown de la ciudad.

Me pareció que, de cerca, el centro de Los Ángeles es aún más impresionante que de lejos, con adornos arquitectónicos como el Bradbury Building y sus escaleras interiores de acero casi tan maravillosas como los exteriores relucientes del Walt Disney Concert Hall, diseñado por Frank Gehry.

Mi primera parada luego de dejar el bus fue para almorzar en Traxx
(traxxrestaurant.reachlocal.com), un restaurante art deco justo dentro de la Union Station, que está acreditado como uno de los responsables de revivir la escena gastronómica del centro.

Aunque las bicicletas están permitidas dentro de la ornamentada estación, yo aseguré la mía en el estacionamiento de bicicletas que está fuera y me preparé para un enfrentamiento con el maitre, porque me temía que mi tenida de ciclista podía chocar con el código de vestimenta del sitio. "No se preocupe, es una estación de trenes", me dijo. El menú era bueno: pedí unos espárragos como entrada y luego una versión contemporánea del pozole mexicano. Mi comida lujosa de la semana me costó 22 dólares, con impuestos y propinas.

Justo al otro lado de la Union Station está Olvera Street, que va hasta El Pueblo de Los Angeles National Monument (www.elpueblo.lacity.org), una colección de edificios históricos en el lugar donde en 1781 unos pocos residentes establecieron la comunidad que derivaría finalmente en la metrópolis actual. Mi viaje hacia el circuito histórico fue desilusionante, en todo caso. Desafortunadamente, los edificios históricos están ampliamente opacados por horrendos puestos de baratijas a lo largo de la calle.


Huí hacia el corazón del Chinatown. Pedaleé por su plaza central cerrada para el tránsito vehicular, pero no para mí disfrutando la sensación kitsh de las construcciones influenciadas por el estilo de las pagodas y, luego de encadenar mi bicicleta, metiéndome en tiendas con nombres como Phoenix Imports que venden novedades como disfraces de ninja o tazones deformados con la leyenda "I got smashed in California". Tentado como estaba por los papelillos para cigarros con fragancia de chocolate, mis únicas compras fueron unos pastelillos mediocres en Wonder Bakery.

El resto del día, como fuera, resultó más reconfortante, en la medida en que me metí al poco turístico sector de los inmigrantes al oeste del downtown. Estaba especialmente interesado en Koreatown, con sus malls repletos de artículos coreanos, algunos en empaques sin traducción al inglés. También había recibido una gran recomendación para cenar de parte de Margy Rochlin, que escribe acerca de gastronomía (y otras cosas) en Los Angeles: detente por un taco como plato de entrada en West Third Street al atardecer, y luego ve por el plato principal a Koreatown.

Estas calles atestadas y mal mantenidas no estaban hechas para pedalear, así que me sentí reconfortado por haber elegido un modelo híbrido de bicicleta en Bicycle Ambulance: ideal para todo tipo de terrenos.

En Taco Móvil, en la esquina de Third y Mariposa, que abre todos los días desde las 16 horas a medianoche, probé un sorprendentemente nada grasoso taco de chorizo, pero la torta de milanesa de res era una maravilla, bañada en frijoles, cubierta de queso blanco, jalapeños y palta.

Para el plato coreano, fui a Beverly Soon tofu. Fantástico. Especialmente el acompañamiento de galbi, una especie de costillitas en versión coreana.

Hacia esa hora, las 8 p.m., no estaba de ánimo para seguir pedaleando de vuelta a Santa Monica, así que Google Map me dirigió al bus N° 920, que iba directo a Santa Mónica vía Wishire Boulevard.

Las calles mal mantenidas y atestadas de personas de koreatown no están hechas para pedalear.

Pasadena

Pasadena está lejos de Santa Mónica, pero quería disfrutar de algún evento deportivo mientras estaba ahí. Afortunadamente, mis finanzas y mis intereses se alinearon: ¿por qué ir a ver a los Lakers cuando podría ver un partido de fútbol americano en el Rose Bowl? Y aunque pagar 36 dólares por un asiento reservado en U.C.L.A. podía parecer una extravagancia, en Craiglist conseguí el dato de un tal Steven que quería vender su asiento reservado para el juego de Washington State de ese sábado por sólo 15. Nos encontramos en el estacionamiento del Von's Supermarket a sólo 40 cuadras de mi hostal.

Planifiqué un día en Pasadena, calculando que si lograba llegar lo suficientemente temprano, podría llegar a Marston's (www.marstonsrestaurant.com), que tiene un reputado desayuno, e incluso podría hacer una visita breve a la Huntington Library, Art Collections and Botanical Gardens (www.huntington.org), que abría a las 10.30, antes de ir al partido que comenzaría a las 12.30.

Marston's Restaurant es uno de esos sitios con brunch de alto nivel que atraen filas los fines de semana en la mañana. Pero como cliente solitario, encontré rápidamente un sitió en el mesón, donde pedí tostadas francesas con hojuelas y cubierta de frutillas, y una taza de su muy buen café, y fue suficiente.

Salí por las avenidas de Pasadena llenas de árboles y, al menos en fin de semana, amigables con los ciclistas, hacia Huntington.
Aseguré mi bicicleta en el estacionamiento de Huntington, que tenía unos paisajes más elegantes que muchos de los parques de Nueva York.

Los jardines en sí mismos (especialmente el Desert Garden) concentraban más esfuerzos de paisajismo que muchos países. Los 90 minutos que pasé ahí fueron necesarios para recorrer los jardines solo, y me dieron tiempo suficiente para visitar una de las copias sobrevivientes de la Biblia de Gutenberg en la sorprendente colección de libros antiguos de Huntington.

Habían 40 minutos pedaleando desde Huntington hasta Rose Bowl, los que nutrí más que justificadamente con un sándwich de cerdo de 7 de dólares en Nom Nom, un quiosco móvil de comida vietnamita que estaba en el estacionamiento cuando salí de Huntington.

Sin estacionamiento de bicicletas visibles, encandené mi bicicleta a una señal de tránsito y me metí al admirablemente Rose Bowl y me senté en medio de los fanáticos que usaban polleras azules que sugerían que eran recién graduados. Hacía calor y el estadio no estaba lleno, así que habría podido cambiarme a otros puestos, o irme al palco de prensa, pero me acerqué a otros fanáticos más viejos que disfrutaban el partido en un sector con sombra.

Cuando terminé mi semana frugal en Los Angeles, devolví la bicicleta, empaqué y tomé el bus 3 al aeropuerto. Para ser honestos, había esperado recorrer Los Angeles en bicicleta y transporte público sólo como una manera tolerable de ahorrar dinero.

Entonces, ¿por qué me estaba sintiendo tan contento con este viaje a una ciudad que antes nunca me había gustado demasiado? Por mucho que hubiese disfrutado las avenidas con palmeras o las calles de Beverly Hills, lo que realmente había disfrutado eran los momentos entre esos puntos. Los desconocidos que compartían sus secretos a bordo de los buses, los paseadores de perros y turistas holandeses que me detuvieron para conversar a lo largo de Rodeo Drive, el aspirante a actor con el que hablé en Santa Monica Boulevar mientras él iba, pedaleando, a una audición.

Esos eran verdaderos momentos de Los Angeles. Momentos que la mayoría de los visitantes que van por las avenidas detrás de los volantes de sus autos rentados nunca van a experimentar. A menos que detengan sus autos en un puesto callejero de tacos o de comida vientamita.

La biblioteca Huntington mezcla jardines con una gran colección de arte.

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