Tomado de BBC
Mundo
Los huevos de Fabergé otra vez símbolos de poder en Rusia
Por Stephen Smith
En los anales de la locura humana, es
dudoso que en alguna otra ocasión se haya derrochado sangre y dinero por algo
tan fabuloso y frívolo como los huevos de Fabergé.
La historia de estos tesoros adornados con diamantes, los
glorificados huevos de Pascua de los zares de Rusia, es una de poder imperial,
revolución y asesinato.
El joyero y empresario Carl Fabergé diseñó sus epónimos
huevos de gemas y metales preciosos en su taller de San Petersburgo.
Los exquisitos huevos eran regalos de Pascua para los miembros de la familia del zar de Rusia.
El primero de ellos se lo dio el zar Alejandro III a su esposa,
la emperatriz Maria Fyodorovna, en la Pascua de 1885, y empezó una tradición
anual que su hijo Nicolás II continuó, regalándole huevos a su madre y su
esposa cada Domingo de Pascua.
De los aproximadamente 50 huevos hechos para la familia
imperial entre 1885 y 1916, 42 han sobrevivido.
En una bóveda en el sur de Londres, posé mis ojos en
cuatro de los llamativos adornos, que se hicieron exclusivamente para un
gobernante que era uno de los hombres más poderosos de la Tierra.
La última vez que un huevo salió al mercado, en 2007, se
vendió por casi US$14 millones.
Así que al tocarlos, rogaba para que no se me resbalaran
de las manos.
Sorpresa escondida
Los adornos que estaba manoseando torpemente pertenecen a
Viktor Vekselberg, un magnate del petróleo y el gas que tiene una fortuna
estimada en US$18 mil millones y es a menudo descrito como el hombre más rico
de Rusia.
Exquisitamente adornados por fuera, y
con sorpresas por dentro.
En 2004, pagó US$100 millones por nueve huevos imperiales,
apenas uno menos que colección más grande de 10 que está en el Museo la Armería
del Kremlin, en Moscú.
Encantado con las sorpresas que escondían los huevos -uno
se partió en dos para mostrarme una réplica en miniatura de un carruaje- empecé
a entender por qué plutócratas como Vekselberg se dejan seducir por las
insuperables alhajas del zar.
Cuando a principios del siglo XX las cosechas fracasaron y
el hambre acechaba el vasto imperio del zar, los cada vez más adornados huevos
que se presentaban en la corte eran el premio de consolación de la historia
para una dinastía que estaba irremediablemente fuera de contacto con la
realidad.
Ni Fabergé ni sus suntuosas mercancías protegieron a los
Romanov de su trágico final.
Se dice que tras la Revolución rusa, las mujeres Romanov
cosieron los huevos en sus vestuarios para que no se los robaran y que las
balas del pelotón de fusilamiento bolchevique rebotaban sin dañarlos. Pero los
adornos no las protegieron de las bayonetas.
Vendido a Occidente
Los huevos, cada vez más
sobrecargados, llegaron a ser un símbolo de un gobernante alejado de la realidad.
En cuanto al propio Fabergé, uno de los hombres más
perspicaces que haya fijado la mirada a través de una lupa de joyero, fue
denunciado públicamente como un "especulador".
Huyó a Europa occidental, con casi nada que mostrar de sus
años como el preferido del zar. A su hijo, Agatón, le fue peor. Lo expulsaron
de su mansión en las afueras de San Petersburgo y lo encarcelaron en el
Kremlin, donde lo obligaron a valorar el tesoro de los Romanov y su corte, para
una venta de liquidación a los especuladores occidentales.
Y es ahí donde la historia de Fabergé y sus magníficos y
ridículos adornos podría haber terminado, si no fuera por la embriagadoramente
mórbida combinación de joyas excepcionales manchadas con sangre imperial.
La procedencia de los regalos de Pascua les hacía
irresistibles para hombres como el rico coleccionista estadounidense Malcolm
Forbes, fundador de la revista Forbes. Adquirió los nueve huevos que, tras su
muerte, llegaron volando a las manos de Vekselberg.
Vekselberg me concedió una rara entrevista en Moscú para
hablar de su colección y su plan de retornar los huevos a la "Madre
Rusia"; los cuatro que he toqueteado en Londres se encontraban en tránsito
entre exposiciones.
La vuelta de la
elite
Comencé por preguntarle si pensaba que valía la pena
gastar tanto dinero en nueve huevos imperiales.
"Si me pregunta cuál es la valoración de los bienes,
cuál es el precio real, para mí es muy difícil decirlo", respondió.
Éste fue el primer huevo. De los casi
50 hechos, 42 sobrevivieron.
Cuando le mencioné el hecho de que su compatriota ruso, el
magnate Roman Abramovich, había decidido gastar millones en un equipo de fútbol
británico -el Chelsea-, dijo: "Yo no veo nada negativo en que cualquier
rico, ruso o no, compre de un club de fútbol... ¿por qué no?".
Pero él prefiere invertir en huevos de Fabergé que en
fútbol y dice que los huevos no son trofeos personales, sino parte de la
herencia de su país. Y un orgullo.
"Los huevos de Fabergé son parte de la historia de
Rusia y de la cultura rusa", señaló.
Vekselberg ha creado una fundación cultural llamada Link
of Times (o Vínculo de los Tiempos, en español), y uno de sus objetivos
repatriar los bienes culturales perdidos por Rusia en el siglo XX.
Cerrando el círculo
El regalo para la zarina en 1898, con
retratos miniatura su esposo y dos hijas que salen al apretar una perla.
Muchas de las obras de arte de la Rusia presoviética que
Vekselberg colecciona fueron despreciadas como "los juguetes de la clase
dominante". Pero ahora son vistas como parte de la herencia legendaria de
un Estado ruso que está redescubriendo su historia.
Le pregunté a Vekselberg si el presidente ruso Vladimir
Putin le había dado las gracias por comprar huevos de Fabergé.
"Sí, fue emocionante para nuestro presidente y muy
importante que un ciudadano ruso trajera esta gran colección", aseguró.
"Rusia tiene una gran historia, con una gran cantidad
de artefactos, una gran cultura, y esto es parte de ello", añadió.
Pero la ironía de la historia no le pasa desapercibida.
Hoy, otra vez, una élite rica y remota domina en Moscú.
"Si se compara con la situación de Rusia durante la
época socialista, hace 25 años, todo el mundo era, por supuesto, igual...
Rompimos un sistema y acabamos de empezar a trabajar en uno nuevo", señala
Vekselberg.
"Por supuesto que hay algunos resultados negativos
por la transición: hay una gran diferencia entre un pequeño grupo de hombres
ricos y la mayor parte de la población, que no son tan ricos. Pero esto es un
proceso y creo que esta brecha se reducirá".
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Es también una historia de la ambición y las incalculables
riquezas de los nuevos gobernantes y oligarcas rusos.
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