Por Luis Montes Brito
El transfuguismo está presente en la historia de todas las corrientes de pensamiento. Lo cuestionable en El Salvador es la forma y los momentos en que se da.
Analizando el quehacer político salvadoreño, observamos
que la cobertura mediática está dominada por los acontecimientos que están
alrededor de la reciente aprobación por parte del congreso del Presupuesto General
de la Nación para 2013. Se han escrito diversos artículos que destacan el voto favorable
de cuatro diputados de oposición haciéndolo en contra de lo ordenado por su
dirigencia.
Algunos artículos son objetivos, otros provienen de partes
interesadas. La mayoría se limita a señalar el hecho actual pero dejan por
fuera el contexto histórico, dato importante ya que la conducta señalada no es
nueva, cambia únicamente de protagonistas.
La política salvadoreña es dominada por los partidos
mayoritarios ARENA y FMLN, cuyas
dirigencias tienen más en común de lo que a ellos mismos les gustaría. Ambas cúpulas
son lideradas por caudillos, con comportamiento absolutista, autoritarios,
prepotentes en esencia, empresarios, intolerantes con aquellos que se atrevan a
contradecirles en su feudo, iluminados, seguidores del despotismo ilustrado:
“todo por el pueblo pero sin el pueblo”, con ínfulas de Luis XIV, el Rey sol
que resumía su estilo de ejercer el poder en una frase “L'État, c'est moi” “el
estado soy yo”.
El transfuguismo político es un síntoma de algo más
profundo: intolerancia, estancamiento, utilitarismo, imposición; falta de liderazgo, de convicción,
de valores, de institucionalidad, de democracia
interna en los partidos.
Atacar a los tránsfugas y no a los que lo provocan desde
adentro y fuera de los partidos es miopía, cobardía, complicidad y sobre todo
es mantener las condiciones para que en el futuro se repita esta práctica. Quejarse
del transfuguismo cuando se ha hecho uso de esa herramienta es un acto además
de hipócrita, poco serio.
La política es de
naturaleza dinámica, evolutiva o involutiva pero no constante. El transfuguismo
está presente en la historia de todas
las corrientes de pensamiento. Lo cuestionable en El Salvador es la forma y los
momentos en que se da.
El
anquilosamiento de ideas y los dogmas son más graves aún que el transfuguismo. Muchos
aprovechan la oportunidad de criticar a los tránsfugas no por principios, sino para
ganar puntos con los poderosos de turno, lo cual también es una conducta reprochable.
Cuando eran otros los que lograban que fueran los contendientes
los que se cambiaran de camiseta la acción era reclamada como inteligencia de
la dirigencia, en el peor de los casos como astucia política, pero dándosele el
aura de toque magistral, hasta justificándola socarronamente con aquella
vieja frase de que “en el amor y la política
todo se vale”.
Ahora que el péndulo se mueve en dirección opuesta
queda demostrado que nunca existió tal
inteligencia, que simplemente lo que hubo fue una coincidencia de condiciones
de desencanto, intereses o ambiciones. Queda demostrado que el poder de
persuasión nunca fue racional o moral y
siempre estuvo sujeto a diversas
coyunturas. Sino, que nos expliquen esos
iluminados como lograron esos cambios de camiseta?
Revisemos la historia desde la constituyente de 1983
como se lograron la aprobación de presupuestos, préstamos, leyes, nombramientos
de funcionarios, pactos, creación e incremento de impuestos, privatizaciones y
otras votaciones que necesitaron votos de miembros de otros partidos políticos en
las cuales algunas fracciones no votaron
graníticamente.
No se
trata de justificar lo injustificable, se trata de ponerlo en su verdadera magnitud,
eliminando el doble estándar de moral, reconociendo el transfuguismo como un
mal viejo y endémico en la política salvadoreña. Si hoy no está bien, tampoco
lo estuvo en el pasado.
Hoy que se
han cambiado los roles, los que antes eran opositores hoy son gobernantes y
viceversa, se continúan dando las mismas prácticas, muchas de ellas corruptas.
Si vamos a corregir un mal, eliminémoslo de raíz no le sigamos poniendo parches
a lo podrido.
Aprovechando
que los señalamientos de corrupción vienen desde adentro y fuera de la asamblea
legislativa; de los mismos padres de la patria y de los dirigentes políticos, tomémosle
sus denuncias en serio, consideremos retirarles, de una vez por todas, el fuero
parlamentario a los diputados tal como opera en democracias maduras.
Total,
si no están pensando en delinquir, para que aferrarse a un privilegio que para lo único que sirve es para proteger a
los corruptos y alejar del pueblo a los buenos y malos funcionarios.
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