Tomado de The Wall Street Journal
El presidente Barack Obama anuncia la
nominación de John Kerry como su próximo secretario de Estado.
Los
funestos antecedentes de John Kerry en América Latina
Por Mary Anastasia O´Grady
Luego de que Susan
Rice retirara su
nombre de la carrera para encabezar la Secretaría de Estado de Estados Unidos,
el presidente Barack Obama nominó
en el cargo al senador de Massachusetts John Kerry. Pero no hay que esperar
muchos aplausos de los atribulados partidarios de la democracia al sur de la
frontera estadounidense.
Los antecedentes de Kerry en la promoción de los valores
estadounidenses en el exterior son deprimentes. No es que se oponga a la
intervención estadounidense, todo lo contrario. El problema es que tiene la
costumbre de intervenir a favor de los villanos. Su concepción izquierdista del
mundo y su convicción de que su destino es imponérsela al resto podrían hacerlo
encajar a la perfección en el gabinete de Obama. Pero no será beneficioso para
los países pobres ni para los intereses estadounidenses.
América Latina conoce de sobra la peligrosa combinación de
la arrogancia de Kerry y, para usar un término diplomático, su ingenuidad. En
1985, en medio de la Guerra Fría, encabezó una delegación de legisladores a
Nicaragua, donde se reunió con el comandante sandinista Daniel Ortega. La
reputación de los sandinistas como violadores de derechos humanos ya estaba
bien establecida y los soviéticos estaban asediado América Central. De todas
formas, a su regreso de Managua, Kerry se mostró partidario de poner fin al
apoyo estadounidense a la resistencia conocida como los "Contras". La
Cámara de Representantes siguió su recomendación y rechazó un paquete de ayuda
de US$14 millones para los Contras. Al día siguiente, Ortega voló a Moscú para
obtener US$200 millones en ayuda del Kremlin
La búsqueda de la verdad exige humildad, lo que podría
explicar la peligrosa desinformación de Kerry. Años más tarde, el escritor Paul
Berman expuso las realidades de la opresión sandinista en el artículo "In
Search of Ben Linder's Killers" (En busca de los asesinos de Ben Linder),
publicado por la revista The New Yorker el 23 de septiembre de 1996. Berman se
internó en las montañas de Nicaragua para investigar la muerte del simpatizante
sandinista de Oregon. En el proceso, también se enteró de la rebelión campesina
contra los sandinistas.
Los campesinos del altiplano habían unido fuerzas con los
intelectuales marxistas haciéndose llamar sandinistas con el fin de derrocar al
dictador Anastasio Somoza. En los años 80, sin embargo, se dieron cuenta de que
eran esclavos de un nuevo amo. "Las mujeres de las familias más pobres
equilibraban las canastas llenas de frutas o granos en sus cabezas e iban al
mercado, exactamente como lo habían hecho antes, y la policía sandinista
allanaba los buses y las arrestaba acusándolas de ser especuladoras". Los
habitantes "sintieron que estaban perdiendo el control sobre sus
productos, su libertad de acción y su tierra". La resistencia no solo
venía de los grandes terratenientes. "Mientras más pequeño el terreno, más
fiera era la resistencia", dice el reportaje.
Fidel Castro, aliado de los sandinistas, envió a personal
cubano para ayudar. "Casi de inmediato", escribió Berman, "un
odio rabioso hacia los cubanos (conocidos como rusos para las personas que más
los detestaban) se apoderó de las zonas rurales del norte y el oriente"
del país. Los campesinos llegaron a una "conclusión horrorosa: que el
Frente Sandinista de Liberación Nacional era un movimiento político dedicado al
desprecio de Dios y al robo de la tierra, un movimiento que se consideraba
nicaragüense, pero que trataba activamente de entregarle el país a los
extranjeros, un partido que proclamaba ser de los campesinos y los pobres pero
que, en realidad, era su enemigo más implacable". Berman se enteró, de
boca de un campesino, de que Linder fue asesinado por los Contras debido a que
pensaban que era cubano.
No está claro si Kerry se dio cuenta de que estaba
intercediendo a favor de los opresores. Vamos a asumir que se trató simplemente
de un inocente que creyó la propaganda soviética y cubana. ¿Pero acaso una
falta similar de conocimiento explica por qué, cuando se postuló a la
presidencia de EE.UU. en 2004, le dijo a una audiencia en Boston que la
guerrilla colombiana, famosa por asesinar y mutilar civiles, "tiene quejas
legítimas"?
Ese mismo año, el comandante sandinista Tomás Borge y la
política peronista argentina Cristina Fernández de Kirchner respaldaron su
candidatura a la presidencia de EE.UU. Más amigos extraños.
En junio de 2009, Kerry nuevamente intercedió por el lado
oscuro, esta vez en Honduras. El presidente Manuel Zelaya, un aliado de Hugo
Chávez, estaba intentando extender de forma inconstitucional su permanencia en
el poder. La Corte Suprema ordenó al Ejército que lo arrestara. El resto de las
ramas del gobierno, la Iglesia Católica, el defensor de los derechos humanos en
el país y el propio partido de Zelaya respaldaron la decisión del máximo
tribunal.
Chávez, Fidel Castro y el gobierno de Barack Obama montaron
en cólera. Calificaron el fallo como un "golpe de Estado" y se dieron
a la tarea de aislar al diminuto país. Cuando el senador republicano Jim
DeMint planeó un viaje
a Tegucigalpa para reunir antecedentes, la oficina de Kerry trató de impedirlo
al tratar de bloquear la financiación. Cuando la Law Library of Congress, un
ente investigativo del congreso estadounidense, concluyó que la Corte Suprema
de Honduras actuó conforme la ley, Kerry le escribió al director de dicha
oficina exigiendo que la opinión fuera retractada y "corregida". En
el segundo trimestre de 2010, un empleado de la oficina de Kerry viajó a
Honduras para presionar al gobierno a que adoptara el relato de Obama de que se
trataba de un golpe de Estado.
También vale la pena recordar que el compañero de fórmula de
Kerry en 2004, John Edwards, prometió forzar una renegociación del Tratado
de Libre Comercio de América del Norte si él y Kerry llegaban a la Casa Blanca.
Todas estas actividades tienen un patrón en común y es que
Kerry continuamente está en el lado equivocado de la historia. Pedirles a los
estadounidenses que crean que su desempeño como secretario de Estado será
diferente es pedirles que crean en lo inverosímil.
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