Cuando suceden tragedias como la
recientemente ocurrida en Connecticut, Estados Unidos, en la que un joven quitó
la vida a veinte niños pequeños, además de varios adultos, frecuentemente los
especialistas en salud mental somos preguntados por la salud mental del
asesino, esperando, supongo una confirmación de que “estaba loco”, o algo así.
Definitivamente, no hace falta ser
especialista en salud mental para percatarse de que algo no funcionaba bien en
la cabeza de este joven. Carezco de la información suficiente para emitir un diagnóstico;
supongo y espero que las autoridades investiguen el caso a conciencia y hagan
un diagnóstico completo, pero no solo de la salud mental de ese joven, sino de
todo su entorno y sus circunstancias; y no solo para completar esta lamentable
historia, sino para sacar conclusiones con el fin de evitar que se repita.
Al respecto,
las autoridades han actuado siempre con demasiada pasividad, pese a que este
tipo de eventos son cada vez más habituales en Estados Unidos. Cuando se ha
actuado se ha hecho únicamente a nivel individual, tratando de resolver casos particulares
cuando la tragedia ya ha sucedido, pero pocas iniciativas ha habido con el
propósito de evitar que se repita, y cuando las ha habido, siempre han chocado
con poderosos intereses económicos o recalcitrantes fundamentos culturales, o
ambos. Se está poniendo de manifiesto con el caso del que estamos hablando. Las
miradas acusadoras del mundo entero se dirigen hacia el mínimo o nulo control
que existe en Estados Unidos sobre la venta y posesión de armas.
Dentro de los Estados Unidos es solo
una parte de la población, motivados en alguna medida por lo habitual de estas
tragedias, la que está tomando conciencia de las consecuencias de este
descontrol, y trata de enfrentarse, probablemente sin éxito, al otro sector de
la población, motivado por poderosos fundamentos culturales, que defiende la
posesión de armas sin restricciones, y que ante la presión por ofrecer una
solución al problema, lejos de dar un paso atrás, lo dan adelante y proponen
que los maestros vayan armados a impartir sus clases para poder defender a los
alumnos.
Ha habido, incluso, quien ha propuesto
que los propios alumnos vayan armados, y los maestros les adiestren en el
manejo de las armas, como si de matemáticas o ciencias se tratara. Y no me cabe
duda de que los fuertes fundamentos culturales son alimentados por intereses
económicos, como sucede con muchos aspectos en este país. Ellos dicen que las
armas no matan; matan las personas. Claro, pero matan las personas con armas;
no sin armas. No nos engañemos; un arma es un instrumento diseñado para matar,
y aunque puede entenderse la posesión de un arma para autodefensa en ciertos
casos, resulta difícil explicar el culto general que existe en este país hacia
las armas, sin referirse a la sensación de poder y superioridad que produce el
poseerlas, aunque sea como medio de intimidación, pero si las armas intimidan
es porque matan. En cualquier caso, se convierte en un recurso muy fácil de
usar cuando falta la razón.
Pero dicho culto no solo pone de
manifiesto cierta tendencia a la violencia por encima de la razón, y a actuar
al margen de las fuerzas de seguridad y de la ley en la resolución de
conflictos, lo cual es característico de países subdesarrollados, sino que
sirve de refugio y de pretexto para aquellos que son capaces de hacer con las
armas lo que hizo este joven de Connecticut, atentar contra la vida de muchos
vecinos, niños la mayoría, algunos de cuyos padres, incluyendo la propia madre
del joven, defendían y rendían culto a la posesión de armas.
En definitiva, ni es un problema exclusivo
de control de armas, ni tampoco es exclusivo de salud mental. Creo que ambos
temas están fuertemente involucrados en la problemática, y ambos deben
manejarse para su resolución.
Refiriéndome ahora en particular al de
la salud mental, creo que va siendo tiempo de contemplarla más allá del plano
individual. Creo que no existe el concepto de psiquiatría social, pero debería
inventarse. Cuando se habla de psiquiatría social se refiere normalmente a servicios
sociales para pacientes psiquiátricos individuales. No me cabe duda de que
existen factores sociales que tienden a dañar la salud mental en forma
colectiva, y hacen que numerosos individuos afectados, cada vez más, tiendan a
rebelarse no contra alguien en particular, sino contra la propia sociedad que
les daña. Debería ponerse atención a esto, porque es una clara explicación a
las motivaciones que impulsan a la comisión de masacres de este tipo.
Y voy más allá aún. Es un error pensar
que este tipo de tragedias es lamentable para todos. Lo es para la gran mayoría
de nosotros, pero puede ser visto como una hazaña por otros individuos
afectados del mismo mal, que son bastantes, para quienes el joven asesino no es
tal, sino un héroe, y hasta un mártir; un modelo a seguir. La mayoría de ellos no
tendrá el valor de hacer algo similar, pero alguno sí lo tendrá, y eso explica
por qué este tipo de tragedias suceden con mayor frecuencia cada vez. Y no solo
en Estados Unidos, aunque es obvio que en Estados Unidos es donde suceden
mayormente. ¿Por qué? Saquen sus conclusiones.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones
en Psiquiatría General y Psicología Médica, Psiquiatría infantojuvenil, y
Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España.
Mi
actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha enfocado en dos
direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión en mi clínica
privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes medios de
comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con objeto de
extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de apartarla de su
tradicional estigma.
Fui
la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar acreditada en
ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente
he colaborado también con otras instituciones en sus programas, entre ellas,
Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital Benjamín Bloom, o
Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la embajada de
U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me hizo
acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por la
Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La
tecnología actual me ha permitido establecer métodos como video conferencia y
teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en diferentes partes del
mundo, lo cual brinda la comodidad para mantener su terapia
regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite a aquellos pacientes
que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son demasiado altos
acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.
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