Tomado de esglobal
EL HUMPTY DUMPTY DE LA EUROZONA
¿La parte
transformará la naturaleza del todo?
Por Enrique Mora Benavente
No
hace tanto tiempo, los juegos de construcción causaban furor. Con las mismas
piezas podías hacer un león o un coche de carreras. Las figuras aparecían y se
deshacían entre tus manos. Las piezas eran lo importante –niño, recoge todo, no
pierdas ninguna pieza–, todo el universo se podía crear a partir de ellas.
Cuando
te hacías mayor las cosas podían ser más complicadas, pero en el fondo no
parecían ser muy distintas. René Descartes había introducido dos ideas que, de
alguna manera, convertían la naturaleza en un gigantesco Lego. La primera era
la eficacia del reduccionismo como método de conocimiento. Si dividimos un
problema complejo en partes más pequeñas, más asequibles de resolver, iremos
obteniendo respuestas al problema inicial. La segunda tesis era que el cuerpo
humano puede ser pensado como una máquina.
Uniendo
estas ideas –es más fácil entender el funcionamiento de una maquinaria compleja
desmontándola y los seres vivos funcionan como máquinas –, el pensador francés
sentó las bases de la ciencia de los seres vivos y acabó con siglos de
disquisiciones pseudo-filosóficas sobre el “soplo esencial”.
El
avance fue considerable. Pero como tantas veces en la historia de las ideas,
una aportación decisiva entraña consecuencias imprevisibles –y falsas –.
En el caso de Descartes, la tesis del reduccionismo como método de razonamiento
y la metáfora de la máquina tenían una doble suposición implícita. De un lado,
que comprender cómo funcionan las partes nos da la clave para entender cómo
funciona el todo. De otro, que las partes, por su esencia y su forma de
funcionar, nos van a dictar, casi de forma natural, cómo se reconstruye el
todo. En otras palabras, desmontar un ser vivo es como desmontar un reloj. Y,
acto seguido, puede volver a montarse. La idea del doctor Frankestein no era
tan descabellada después de todo.
En
los seres vivos, esta suposición implícita es falsa. En ellos, las relaciones
entre las partes son complejas, es decir, tienen lugar en presencia de muchos
elementos de muy variada naturaleza, son relaciones débiles y dependen del
contexto. Por ejemplo, la misma interacción entre una proteína y un segmento de
ADN puede conducir a situaciones diferentes, incluso opuestas, en función de
qué otras proteínas haya alrededor. Es decir, las redes de interacciones entre
partes vivas evolucionan constantemente, y lo hacen por una buena razón:
incorporan información del entorno y mantienen la estabilidad frente a
constantes perturbaciones. En otras palabras, nos salvan la vida cada segundo.
Lo
divertido de esta historia es que muchos sistemas complejos se comportan igual
que los seres vivos. Si los desagregamos en partes más pequeñas, incluso en lo
que en principio son sus componentes, cada una de estas partes se comporta de
una manera diferente a la que lo hacía en el conjunto. Cada una evoluciona de
forma distinta, lo cual tiene plena lógica, ya que su razón de ser y su forma
de actuar venían determinadas por su pertenencia y sus relaciones con las demás
partes del todo. Los anglosajones conocen esta situación con el nombre de
problema de Humpty Dumpty, en honor del ser con forma de huevo que se cayó del
muro y nadie pudo reconstruir, según cuenta una antigua canción infantil.
Si
hay un paradigma de sistema complejo, ese es la Unión Europea. Sus componentes son 28 Estados, pero también lo
son las instituciones, o el área Schengen, o la Confederación Europea de
Sindicatos o el Partido Popular Europeo.
Uno
de los componentes es la zona euro. Una moneda mal diseñada está tras la crisis
particular –que convive con la financiera general– de este grupo de
países, de algunos más que de otros. Para resolver el problema, la Eurozona ha
sido literalmente extirpada del cuerpo común, y sometida a un tratamiento
intensivo, todavía en marcha, para dotarse de las instituciones básicas sin las
que una moneda no puede sobrevivir: unión bancaria, elementos clave de una
unión fiscal, concertación estrecha de políticas económicas, e incluso, en el
futuro, algunos elementos de una unión política. Cuando este proceso termine,
la Eurozona será algo completamente diferente, tanto en su esencia como en las
relaciones entre los Estados que la forman. A partir de ahí, habrá que reinsertarla en la Unión. No será fácil y el
resultado más probable de este proceso es que sea el todo, la UE como tal, la
que deba acomodarse a la Eurozona, y no al revés.
Mientras
tanto, otro componente, el Reino Unido, está
buscando una forma de redefinirse, teóricamente para no separarse. En un
curioso acto de fe cartesiana de los herederos del filósofo David Hume, Londres
parece convencido de que puede desengancharse selectivamente de la Unión, reformular
sus relaciones con ella y volver a insertarse sin ningún problema. Y hacerlo
con un presupuesto implícito que es exactamente el contrario del otro
experimento en marcha: si mantener el euro requiere muchas más integración,
Gran Bretaña pretende exactamente lo contrario. Difícilmente podrá funcionar.
El
Humpty Dumpty de la Eurozona es tan brutal que terminará cambiando la Unión
Europea, la parte transformará la naturaleza del todo. El Humpty Dumpty
británico es tan irreal, tan autista a lo que está sucediendo en el continente,
que no podrá funcionar. El problema es que sumados los dos puedan producir una
especie de monstruo Frankenstein que termine por no andar. No es difícil
imaginar de qué parte será más fácil y realista prescindir para que la criatura
se ponga en pie.
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