martes, 15 de marzo de 2011

Peripecias de una periodista para informar desde Libia

Tomado de EL TIEMPO

Ethel Bonet (de gafas), ha escrito sobre las revueltas desde Egipto y Libia para EL TIEMPO de Colombia.

Por Ethel Bonet

Enviada especial desde Ajdabia (Libia)

Lo que más reconforta cuando se vive una situación complicada es que todos, los periodistas más experimentados y los inexpertos, pasamos los mismos apuros.

El nerviosismo de poder entrar a Libia me hizo olvidar que, por la inestabilidad, podría ser que los cajeros no funcionaran, y no llevaba suficiente dinero efectivo.

La profecía se cumplió y a la semana de estar aquí me vi sin dinero.

Opciones: pedir dinero a otros compañeros, en la misma situación, o rogarle al gerente del hotel que no le podía pagar en el momento porque solo hay tarjetas de crédito. Aunque me dé vergüenza confesarlo, tomé mi maleta y, sin dejar la llave de la habitación en recepción, salí a escondidas del hotel.

Quedaban muchos días de campaña y, pensando en ir al frente de batalla, no podía permitirme no llevar efectivo.

Otro de los problemas al que me enfrento diariamente es a la falta de comunicaciones. Sin teléfono e Internet, difícilmente podía enviar mis notas, pero a este tipo de coberturas vienen los grandes medios, bien equipados con teléfonos satelitales, y recurrí a las artimañas de mi mejor sonrisa para pedir el favor de que me dejaran enviar mi crónica, cada día buscando una nueva 'víctima'.

Con la idea de ahorrar lo máximo posible, compartí un carro de cuatro puestos, con cinco personas. Como soy delgada, pudimos acomodarnos cuatro en la parte de atrás.

Ahora lo miro en perspectiva y pienso que fue cómodo, pese a la estrechez de los asientos, ya que después de aquel Toyota Celica mis viajes han sido en la parte trasera de una pick-up, entre sacos de pan, paquetes de leche, cajas con municiones, fusiles Kalashnikov y lanzagranadas.

La primera noche dormí en Ras Lanuf, cuando la batalla se libraba a 60 kilómetros en Ben Jawad, y el único hotel de esta ciudad estaba lleno.

500 dólares por dormir, sin mantas, en el suelo

Unos 15 periodistas tuvimos que dormir en una casa. Pecando de inocente o confiando en la buena voluntad de las personas, acepté la 'invitación' a dormir en el suelo del salón de un vecino de Ras Lanuf, con seis periodistas. A la mañana siguiente, marché para reportar sobre la batalla en Ben Jawad y por la tarde decidí regresar a Bengasi.

Me sorprendí cuando una compañera me llamó al día siguiente y me contó que el hospitalario vecino que me había invitado a su casa me pedía 500 dólares por haber dormido, sin mantas, en el suelo.

El tipo amenazó a mi colega con un Kalashnikov. Aquella vez tampoco pagué por el alojamiento y, bromeando conmigo misma, pensé que iban a poner un aviso de 'se busca' por no pagar de los lugares donde duermo.

La experiencia no ha resultado fácil. Especialmente, en esos momentos de máxima tensión cuando sobrevuelan aviones de guerra y los rebeldes disparan baterías antiaéreas y hay que correr hacia el desierto y tirarse al suelo.

Una de las peores situaciones que he vivido fue el ataque de las tropas de Gadafi en Ras Lanuf. Nos bombardearon por tierra, aire y desde el mar. Fui testigo de la muerte de varios milicianos, cuyos cuerpos acabaron desmembrados por el impacto de un misil. Sentí tanto miedo como el resto y corrí despavorida para salvar la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario