martes, 20 de noviembre de 2012

Parlamentarismo salvadoreño: pasado, presente y futuro


Por Luis Montes Brito
El transfuguismo está presente en la historia de  todas las corrientes de pensamiento. Lo cuestionable en El Salvador es la forma y los momentos en que se da.

Analizando el quehacer político salvadoreño, observamos que la cobertura mediática está dominada por los acontecimientos que están alrededor de la reciente aprobación por parte del congreso del Presupuesto General de la Nación para 2013. Se han escrito diversos artículos que destacan el voto favorable de cuatro diputados de oposición haciéndolo en contra de lo ordenado por su dirigencia.

Algunos artículos son objetivos, otros provienen de partes interesadas. La mayoría se limita a señalar el hecho actual pero dejan por fuera el contexto histórico, dato importante ya que la conducta señalada no es nueva, cambia únicamente de protagonistas.

La política salvadoreña es dominada por los partidos mayoritarios ARENA y FMLN,  cuyas dirigencias tienen más en común de lo que a ellos mismos les gustaría. Ambas cúpulas son lideradas por caudillos, con comportamiento absolutista, autoritarios, prepotentes en esencia, empresarios, intolerantes con aquellos que se atrevan a contradecirles en su feudo, iluminados, seguidores del despotismo ilustrado: “todo por el pueblo pero sin el pueblo”, con ínfulas de Luis XIV, el Rey sol que resumía su estilo de ejercer el poder en una frase “L'État, c'est moi” “el estado soy yo”.

El transfuguismo político es un síntoma de algo más profundo: intolerancia, estancamiento, utilitarismo, imposición; falta de liderazgo, de convicción, de valores,  de institucionalidad, de democracia interna en los partidos.

Atacar a los tránsfugas y no a los que lo provocan desde adentro y fuera de los partidos es miopía, cobardía, complicidad y sobre todo es mantener las condiciones para que en el futuro se repita esta práctica. Quejarse del transfuguismo cuando se ha hecho uso de esa herramienta es un acto además de hipócrita, poco serio. 

La política es de naturaleza dinámica, evolutiva o involutiva pero no constante. El transfuguismo está presente en la historia de  todas las corrientes de pensamiento. Lo cuestionable en El Salvador es la forma y los momentos en que se da.

El anquilosamiento de ideas y los dogmas son más graves aún que el transfuguismo. Muchos aprovechan la oportunidad de criticar a los tránsfugas no por principios, sino para ganar puntos con los poderosos de turno, lo cual también es una conducta reprochable.

Cuando eran otros los que lograban que fueran los contendientes los que se cambiaran de camiseta la acción era reclamada como inteligencia de la dirigencia, en el peor de los casos como astucia política, pero dándosele el aura de toque magistral, hasta justificándola socarronamente con aquella vieja  frase de que “en el amor y la política todo se vale”.

Ahora que el péndulo se mueve en dirección opuesta queda  demostrado que nunca existió tal inteligencia, que simplemente lo que hubo fue una coincidencia de condiciones de desencanto, intereses o ambiciones. Queda demostrado que el poder de persuasión nunca fue racional  o moral y siempre estuvo sujeto  a diversas coyunturas. Sino,  que nos expliquen esos iluminados como lograron esos cambios de camiseta?

Revisemos la historia desde la constituyente de 1983 como se lograron la aprobación de presupuestos, préstamos, leyes, nombramientos de funcionarios, pactos, creación e incremento de impuestos, privatizaciones y otras votaciones que necesitaron votos de miembros de otros partidos políticos en las cuales  algunas fracciones no votaron graníticamente. 

No se trata de justificar lo injustificable, se trata de ponerlo en su verdadera magnitud, eliminando el doble estándar de moral, reconociendo el transfuguismo como un mal viejo y endémico en la política salvadoreña. Si hoy no está bien, tampoco lo estuvo en el pasado.

Hoy que se han cambiado los roles, los que antes eran opositores hoy son gobernantes y viceversa, se continúan dando las mismas prácticas, muchas de ellas corruptas. Si vamos a corregir un mal, eliminémoslo de raíz no le sigamos poniendo parches a lo podrido.

Aprovechando que los señalamientos de corrupción vienen desde adentro y fuera de la asamblea legislativa; de los mismos padres de la patria y de los dirigentes políticos, tomémosle sus denuncias en serio, consideremos retirarles, de una vez por todas, el fuero parlamentario a los diputados tal como opera en democracias maduras.

Total, si no están pensando en delinquir, para que aferrarse a un privilegio  que para lo único que sirve es para proteger a los corruptos y alejar del pueblo a los buenos y malos funcionarios.

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