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BOTERO
Y LA BELLEZA DE LO FEO
NUEVA
YORK - Fernando Botero pasea por el salón de su moderno
apartamento en Manhattan y se para frente a un cuadro que muestra naranjas
sobre una mesa. Lo pintó hace más de una década en Colombia y después se lo
robaron, asegura. La policía se lo devolvió unos tres o cuatro años después y
ahora tiene un valor sentimental para él.
Hasta las coloridas naranjas,
grandes e infladas, muestran el inconfundible estilo del artista colombiano.
"Es tan
distinto a lo que se hace hoy en día que todo el mundo sabe cuál es un
Botero", comenta el pintor y escultor de 81 años a The Associated Press,
en referencia al famoso y exagerado volumen de sus figuras.
"He sido fiel
a mis creencias y nunca he dado mi brazo a torcer. No fue fácil... Yo no me
dejé llevar por las modas. A través de los años hubo muchos movimientos
distintos y yo seguí haciendo mi cosa. Todos mis amigos tenían galerías y yo no
tenía galería. Me mantuve fiel a mis convicciones y lo hice contra viento y
marea", explica.
Para el artista,
esa insistencia en que la deformación es bonita ha sido el secreto del éxito de
una carrera de 65 años pintando y 40 esculpiendo. El cuadro más bello, señala,
es quizás la mujer más fea que existe y un retrato de la bellísima Brigitte
Bardot, asegura, puede ser espantoso. Insistir en el volumen de las cosas fue
como un impulso para él, y décadas después sigue siendo la base de su trabajo,
ahora expresado en una serie de pinturas eróticas que él ha llamado "Boterosutra"
y un libro que recopila imágenes de su colorida serie circense.
Y es que la energía
de Botero, quien dice pasa cada octubre en Nueva York, es inagotable.
"Circus:
Paintings and Works on Paper", un libro con imágenes de 134 pinturas y 57
dibujos sobre el mundo del circo, de la editorial Glitterati Incorporated, se
publicó en septiembre y es posible que en unos meses aparezca en español. Por
otro lado, unos 50 dibujos suyos inspirados en el famoso libro del amor
Kamasutra se mostrarán en Suiza entre diciembre y enero.
"Son muy
eróticos pero no son pornográficos en el sentido de que no se ve nunca el sexo
masculino o femenino", dijo el maestro, vestido con camisa blanca, suéter
rojo y modernas gafas negras redondas, sentado en un sofá frente a espectaculares
vistas de Manhattan.
"Me interesaba
el ritmo de los dos cuerpos, en distintas posiciones, usando más la imaginación
que la memoria", agregó el artista.
Nacido en 1932 en
Medellín, Botero empezó a pintar muy joven y, tras algunas exposiciones de
pintura en Colombia, se fue a estudiar arte a Europa, donde residió en ciudades
como Madrid, París y Florencia, en Italia. Después de seguir su formación en
México y Washington, se instaló en Nueva York en la década de 1960 y se casó
con su segunda esposa. En aquel entonces ya empezaba a consolidarse como pintor
y escultor, destacando entre otros por sus figuras voluminosas, su uso del
color y sus obras de crítica social cargadas a veces de ironía y humor.
Botero fue también
foco de los medios de comunicación cuando pintó la serie de "Abu
Ghraib", que creó para manifestar su repudio a las torturas de prisioneros
iraquíes que llevaron a cabo soldados estadounidenses en una prisión cercana a
Bagdad en 2003.
Cómodamente
asentado en su apartamento y estudio de Park Avenue, donde se rodea de sus
esculturas y cuadros, Botero parece un auténtico neoyorquino a pesar de dividir
su tiempo entre Mónaco, Italia, Francia y Colombia. Habla rápido y sonríe con
facilidad. Admite, sin embargo, estar cansado tras una intensa campaña con los
medios de comunicación en el último mes para promover su libro circense.
El artista que más
le ha influenciado, asegura, es Piero della Francesca, un pintor italiano del
siglo XV al que descubrió cuando era joven y vio fotografías de su obras en una
librería de Madrid.
"Él logró
hacer convivir el color y la forma, con el mismo prestigio en ambas
cosas", señaló. "Hay una dignidad en su pintura, un misterio, una
quietud, que hace a sus personajes eternos. Es extraordinario".
No parece pensar lo
mismo del arte actual, al que asegura le falta identidad.
"Uno ve las
revistas de arte y parece que fuera hecho todo por hermanos o primos de
hermanos... No hay nada distinto", explica.
"A mí me
interesa que los pintores tengan una convicción y un estilo que los marcó. Uno
ve un Botticelli y sabe que es un Botticelli a un kilómetro de distancia,
pues".
Lo mismo,
probablemente, le sucede a la mayoría cuando ve un Botero.
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