Tomado de Long Island al Dia
Por Luis Alberto
Ambroggio*
Ensayo
No se pretende
encontrar soluciones dogmáticas, sino justificar predilecciones o preferencias
en temas que (como todos los buenos temas) enardecen las pasiones en la emoción
de sus muchas connotaciones, dentro de nuestra perenne búsqueda identitaria.
Hablo del español y de lo hispano, frente al castellano y latino , pasando
simplemente a explicarme, en una explicación que espero ilumine la controversia
y justifique las elecciones.
Si el idioma es nuestra patria, parafraseando a Albert
Camus, me quisiera aferrar a la universalidad del español, ése que poetizara
Pablo Neruda cuando se expresó en Confieso que he vivido: “Qué buen
idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… el
idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el
oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.
Pero ¿por qué digo español y no castellano?. Una
preferencia que elijo dentro de los avatares de la política y la historia. Si
bien, muchos consideran estos términos sinónimos y algunos insisten en que nos
refiramos a nuestro idioma como castellano, en mi casa, en mi escuela, en mi
patria de la infancia aprendí siempre el español, ese idioma que nos dejó quien
solíamos llamar “nuestra madre patria”. El idioma de España como
nación, que también tiene muchos otros como el gallego, el catalán, el euskera,
etc. Lo dijo ya el anónimo de Lovaina: “Esta lengua de la cual damos aquí
preceptos se llama española. Llámase así no porque en toda España se hable una
sola lengua que sea universal a todos los habitadores de ella, porque hay otras
muchas lenguas, sino porque la mayor parte de España la habla”. Y también lo
señalaba en 1737 el valenciano Gregorio Mayans y Siscar en su libro Orígenes de
la lengua española al escribir: “Por “lengua española” entiendo aquella lengua
que solemos hablar todos los españoles cuando queremos ser entendidos
perfectamente unos de otros.”
Y ése es el idioma que nos dejaron-, el que usaban
cuando descubrieron y conquistaron este Nuevo Mundo desde Alaska hasta la
Patagonia; el idioma no solo de Castilla, sino también de León y Aragón. Dicho
sea de paso en el español gauchesco hay muchas expresiones del español andalúz
y no es difícil al hablar con un canario (de las Islas Canarias), confundirlo
como si fuese Cubano o Venezolano por su modo de expresarse, su modalidad y
acento.
Evitando entonces en mi foro interno polémica o ambigüedad, opto por
referime a nuestro idioma, como el español, con una presencia internacional y
panamericana que nos une más allá de los mestizajes, variedades geolectales,
influencias de culturas, lenguas y estructuras socio-económicas regionales que
lo enriquezcan y distingan en ese dinamismo constante en la evolución
sociolinguística .
Considero apropiada tal preferencia por una serie de
argumentos (a los que siempre se les puede encontrar una antítesis). Es la
preferencia de todas las Academias de la Lengua Española y su Asociación
(ASALE). De hecho el Diccionario Panhispánico de Dudas, aprobada por la
Asociación de Academias de la Lengua Española, establece:
“Español”. Para
designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que
también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los
términos castellano y español.
La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta
más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable
por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que
hablan hoy más de cuatrocientos millones de personas. Asimismo, es la
denominación que se utiliza internacionalmente (Spanish, espagnol, Spanisch,
spagnolo, etc.). Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible
reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el
Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla
actualmente en esta región. En España, se usa asimismo el nombre castellano
cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas
cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el
gallego o el vasco” .
Sin embargo otros, como Andrés Bello, el reconocido
linguista y escritor venezolano, opinan de forma diferente, al titular su
principal obra Gramática de la lengua castellana, explicando en las nociones
preliminares (3b):3 que «Se llama lengua castellana (y con menos propiedad
española) la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes de los
castellanos pasó a América, y es hoy el idioma común de los Estados
hispanoamericanos». No concuerdo con tal afirmación.
Si bien ese idioma común en los siguientes países se
identifica la lengua oficial como “castellano”: Bolivia, Colombia, Chile,
Ecuador, El Salvador, Paraguay, Perú, Venezuela y España ahora luego de la
Consitución de 1978, por el contrario en los siguientes países lo es el
“español”: Cuba, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Costa Rica, Guinea
Ecuatorial y la República Dominicana. Argentina, Puerto Rico y México no lo
declaran como tal y en Estados Unidos en los documentos oficiales se habla del
“español” (Spanish), y no del “castellano” (Castillian).
En general, los países, las instituciones
gubernamentales y educativas, las Academias de la Lengua, se refieren a esta
lengua común de España e Hispanoamérica (que incluye a los Estados Unidos) como
“español”, prefiiriendo reservar el vocablo “castellano” para referirse al dialécto
romántico oriundo del Reino de Castilla, de León y Aragón durante la Edad
Media, o al que se utiliza en la actualidad en esas regiones de España, como lo
indica la cita arriba mencionada.
Insisto entonces en la preferencia por el término
“español” para designar al idioma que nos entronca con una historia, cultura,
literatura excepcional, el idioma que nos une, nos identifica, continental e
intercontinetalmente.
¿Hispano o latino?
Después de lo expuesto, una conclusion lógica, rápida
y aparentemente fácil sería “si hablo español entonces soy hispano”. O, a la
inversa, ¿porqué me llaman “latino” si no hablo latín? Y en esta controversia
entran las emociones que producen las experiencias de casi toda la civilización
humana con su historia de conquistas y reconquistas, algunas no tan infelices
como otras.
En el mundo académico se ha utilizado fríamente la
clasificación de algunos críticos literarios, arbitraria como todas las
clasificaciones (y ésta en particular, sin mayor profundización en este uso de
nomenclaturas, tan controvertido), que distingue a los escritores entre
“hispanos”, aquellos de procedencia hispánica en los Estados Unidos que han
optado por escribir en español, y “latinos”, aquellos de procedencia hispánica
que escriben en inglés . Como sostengo en el estudio preliminar a la antología
Al pie de la Casa Blanca. Poetas hispanos de Washington DC, sin privilegiar uno
sobre el otro, consciente de sus resonancias y manejos socio-políticos,
prefiero hispano, por la procedencia del imperialismo francés del a veces
preferido y más popular término “latino” que paradójicamente es utilizado por
algunos con orgullo y por otros de una manera despectiva.
A modo de ilustración me permito citar el mentado
informe del Pew Hispanic Center que publicó recientemente sobre el tema de la
identidad y encontró que 51 por ciento utiliza el origen de su país para
identificarse y 24 por ciento utiliza los términos hispano o latino. Pero
cuando se trata de elegir entre los términos hispano o latino, los encuestados
optan por el primer término en un margen de 2 contra 1.
Frente a una apreciada poeta como Sandra Cisneros con
“Yo soy Latina” y otros que militan cerradamente por este término, y lo que
presumen ser su connotación identitaria, opto por la designación de “Hispano”,
porque –a pesar de la llaga de la Conquista y reconociendo esa desventura
histórica- no estoy de acuerdo con quienes quieren eliminar la realidad de la
hispanidad en nuestra identidad y substituirla por la latinidad (latinidad ¿de
quién? ¿De los romanos? ¿De los franceses?).
Efectivamente este concepto de latinidad surge a
partir de la expresión América Latina creada en siglo XIX por el sociólogo
francés Michel Chevalier (1806-1879). promotor del imperialismo francés en
América. Seguido en 1861 por L. M. Tisserand, quien llamó “L’Amérique Latine” a
lo que hasta entonces se conocía como Sudamérica o las Indias. Este término de
América Latina creado por Chevalier y Tisserand pretendía justificar los
objetivos imperialistas francesas, que se materializaron con la intervención de
Napoleón III en México (1861 -1867) y la imposición del Emperador Maximiliano.
A pesar de que este Emperador extranjero en México resultó ser más liberal de
lo deseado y apoyó el rescate y desarrollo de las culturas nativas, la adopción
del término “latino” fue un instrumento de los imperialistas franceses para
justificar cierta “hermandad” identitaria como “latinos” con los sujetos a los
que estaban conquistando.. Curioso apoyo verbal a sus esfuerzos de una nueva
conquista.
Esto, el uso despectivo con que me he encontrado en
los Estados Unidos al ser alguien denominado como “latino”, y el orgullo en
nuestra historia, cultura, lengua hispana con todas sus imperfecciones, me
motivan a elegir el vocablo “hispano” para identificarme, e identificar a
quienes de algún modo por su idioma, historia o cultura, hayan sido conformados
dentro del contexto hispano, ya sean europeos, mestizos, amerindios,
afro-americanos, etc. De hecho vale la pena destacar que la población emigrante
indígena mexicana, centroamericana, suramericana rechazan la palabra “latino”.
Además aprecio lo que opina Duard Bradshaw, presidente panameño de la
Asociación Nacional Hispana de Abogados: “Te voy a decir por qué me gusta la
palabra hispano. Si usamos la palabra latino, excluimos a la península ibérica
y a los españoles. La península ibérica es de donde venimos, todos tenemos un
poco de ese pequeño hilo (thread) que proviene de (comes from) España”.
Y, sobre todo, lo prefiero porque nos hace más como
comunidad, como fuerza socio-política y presencia poblacional, sin ser
conservador. Al contrario, potenciando la capacidad de distinguir incluyendo a
una gran población estadounidense que va creciendo y que se está empezando a
hacer respetar porque puede basarse en su rica historia y cultura para estar
orgullosa y ser reconocida por la mayoría anglosajona, y no simplemente con esa
distinción generalizada (anglosajones, blancos europeos del Norte versus los
países latinos del sur).
Para cerrar este ensayo personal de felices elecciones,
adopto las conclusiones de Jorge J.E. García en su libro Hispanic/Latino
Identity. A Philophical Perspective , entre otros quien luego de analizar los
téminos y concepto de “Hispano” y “Latino” desde cuatro enfoques amplios
diferentes: empírico, politico-sociológixo, lógico y pragmático, destaca la
elección estratégica del témino “Hispano” como identitario de nuestra población
porque está anclado en la red de conecciones históricas, que desde siglos
continúa hasta el presente y, al mismo tiempo que nos identifica, nos
diferencia en un sentido positivo más allá de separaciones regionales o
nacionales, con orgullo y sin necesidad de aceptar o fomentar discriminaciones.
Esperando que el lector profundice su propia
preferencia, sé que no tengo que pedir perdón por sentir pasionalmente y
compartir mis sencillas aproximaciones y predilecciones en lo que creo nos
identifica como hispanos, con sensibilidad para quienes optan por las
alternativas y su validez sentimental. En todo caso, sin representar ningún interés
nacionalista, politico o institucional.
©Luis Alberto Ambroggio
Academia Norteamericana de la Lengua Española
Miembro
Correspondiente de la Real Academia Española
http://www.anle.us/338/Luis-Alberto-Ambroggio.html
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