La
adopción es una opción para aquellas parejas que no pueden tener hijos
biológicos; sin embargo, se trata de una decisión que debe ser bien meditada,
pues pueden existir inconvenientes colaterales que deben conocerse.
Mucho
menos es una decisión a ser tomada con la frivolidad de algunas estrellas de la
farándula entre las que parece haberse puesto de moda coleccionar niños
adoptados de diferentes razas y nacionalidades; o la de muchas otras personas
que buscan un modelo precioso, rubio y de ojos azules.
Al
adoptar un niño los padres deben saber que inicialmente suelen existir ciertas
dificultades de integración en la nueva familia, que suelen ser tanto mayores
cuanta más edad tiene el hijo. Deben saber también que si no se conoce el
origen y condiciones del embarazo y del parto de la madre biológica, o si
existieron dificultades con éstos, existe algún riesgo potencial de problemas,
como el déficit atencional e hiperactividad.
Deben
saber también que más adelante en algún momento tendrán que enfrentarse a la
situación de informar al hijo sobre su condición de adoptado, y hacerlo de la
forma adecuada. Y deben saber también que a lo largo de su etapa infantil, y
sobre todo en la adolescencia, pueden surgir crisis de identidad, e iniciativas
de conocer a los padres biológicos, que hay que saber afrontar.
Sabiendo
manejar bien estos aspectos la crianza de un hijo adoptivo no tiene por que ser
ni más ni menos complicada que la de un hijo biológico. El estar informados
sobre estos aspectos no tiene por qué suponer un obstáculo a la hora de tomar
la decisión; más bien se pretende con ello que la decisión se tome de la forma
más responsable, porque con frecuencia surge cierto arrepentimiento por parte
de algunos padres adoptivos al manifestarse alguno de estos inconvenientes y
comprender que no estaban preparados para solventarlos.
Este
arrepentimiento puede inducir la tentación de dar marcha atrás, como si de un
objeto con certificado de garantía se tratara, o bien puede provocar una
relación futura con el hijo completamente inadecuada con frases como “mejor no
te hubiéramos adoptado” o “así nos agradeces el harte dado un hogar”, etc. que
provocarán en el hijo un inmenso sentimiento de culpa y deseos de no seguir
viviendo.
No
obstante lo anterior, existen algunos casos extremos en los que pese a toda la
buena voluntad de los padres, las dificultades generadas por el hijo adoptivo
son de tal magnitud que desestabilizan completamente la dinámica familiar. La
misma situación puede suceder con un hijo biológico, pero en este caso se asume
con mayor naturalidad el problema, mientras que en el caso del hijo adoptado
los padres pueden llegar a hacerse el siguiente planteamiento “Nosotros
decidimos responsablemente adoptar, esperando bienestar para el hijo y para
nosotros, pero la situación es totalmente distinta e insostenible para todos.
¿Sería mejor dar marcha atrás?”.
El
tema empieza a salirse del terreno de la salud mental para entrar al de la
ética, áreas que frecuentemente entran en conflicto por este tipo de temas.
Desde
el punto de vista de la salud mental la respuesta debería salir de un profundo
análisis de cómo la situación afecta la salud mental de cada uno de los
protagonistas, incluyendo al hijo adoptado, por supuesto.
Desde
el punto de vista ético, el dilema es claro y comprensible, pero yo no tengo la
respuesta verdadera; lo que sí se me ocurre es que la decisión de adoptar un
hijo debe ser tan vinculante con el compromiso adquirido como la de tener un
hijo biológico.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica,
Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad
Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha
enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión
en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes
medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con
objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de
apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar
acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras instituciones en
sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital
Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la
embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me
hizo acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por
la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer métodos como
video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en
diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para
mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite
a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son
demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta
privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.
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