Por Waldemar Serrano-Burgos, CEC
Certified Life-Business Coach
Mucho se habla diariamente de
como levantarse de las adversidades o de las vivencias difíciles que vivimos
todos aquellos que somos seres humanos.
En ese proceso las personas
expresan diferentes “soluciones”, ya sea diciendo frases de famosos, subiendo
fotos a las redes sociales o cuanta cosa se puedan inventar, y en ese proceso
se pierde la perspectiva de la realidad del acto tan noble de caerse.
Es curioso como a que extremo
la sociedad moderna ha llevado la connotación de la palabra caerse, la variedad
de significados que le han dado y sobre todo el peso que le dan al fracaso de
no poder llenar las expectativas de los demás.
Todos en algún momento u otro hemos
experimentado el estar en ese estado catatónico, paralizante o depresivo, por
habernos caído de un pedestal falso, creado por nuestras expectativas.
Es en ese mismo proceso en donde el
sentimiento de la pena se une al adoctrinamiento de una sociedad punitiva, en
donde nos ponemos el sello de que ese proceso es una derrota, un fracaso, una
evidencia adicional de que no servimos.
Hemos llegado al extremo como
sociedad que ese simple hecho de tocar el piso con las rodillas, puede para
algunos propiciar el que tomen una acción extrema como privarse del cuerpo que
lo cobija.
Pero muy poco –si nada- se
habla abiertamente sobre cuán enriquecedor puede ser el proceso de levantarse
después de una caída. Sobre cuanto aprendemos intelectualmente sobre ese acto,
como nuestra alma se eleva a otros niveles de conciencia y sobre todo como nos
brinda una oportunidad de reconocer, internalizar y entender las capacidades de
adaptación que tienen nuestros sentimientos.
Existen varios significados del
verbo levantarse, pero uno de los que más nos gusta y se ajustan a nuestra
realidad es un antiguo proverbio ruso que dice “…caer está permitido.
Levantarse es obligatorio”.
Las caídas siempre serán físicas y
emocionales, ya que vivimos “encerrados” –por decisión- en este caparazón que
llamamos cuerpo humano. Es por esa decisión que nos exponemos como parte de ese
acuerdo, a experimentar las caídas en nuestro entorno diario.
Pero lo que no ha sido el uso y
costumbre, es el no poder explicar como el arte de levantarse es uno
enriquecedor. Ese arte no tiene una fórmula mágica y mucho menos existe
una pastilla que instantáneamente nos ayude.
Lo que si podríamos hacer primero que
todo, es poder reconocer que somos seres espirituales y que cada cosa que nos
afecta no está fuera de nosotros, sino que es iniciado, elaborado y aplicado en
nosotros mismos.
Segundo, que ese proceso es uno
innato desde el momento en que nos ponen en el piso o en la cuna y empezamos a
experimentar con nuestro cuerpo.
Tercero, que en ese proceso en donde
nos hacemos consciente de lo responsable que somos de nuestras acciones y las
consecuencias que traen, también nos da pie para crear una ilusión ya sea una
falsa o una real de nuestra situación.
Es esa ilusión en su inmensa mayoría,
la que nos brinda unas falsas expectativas las cuales validamos, al aceptar
mentalmente una falsa percepción de lo sucedido.
Es exactamente en ese momento en
donde nos olvidamos de que quienes nos lamentamos, enjuiciamos y hasta nos
castigamos somos nosotros mismos, no los demás, ya que nadie tiene el poder de
hacer sentir a alguien nada.
Es en ese preciso momento cuando
estamos en el piso es que tenemos en nuestras manos una gran oportunidad de
decidir nuestro destino y de recordar quienes somos. De que podemos hacer un
detente y reconocer que la vida nos está dando una lección y que es una
oportunidad para verlo o ignorarlo.
No hay una fórmula mágica de
como aprender a levantarse, no existe una píldora mágica que nos enseñe las
lecciones de ese proceso, pero si tenemos la gran bendición de ver diariamente
que cada una de esas caídas son grandes oportunidades de crecimiento humano y
espiritual.
Son es esos momentos trascendentales
de la vida en donde nos levantamos y tenemos nuevamente una oportunidad de
apreciar todo aquello que nos rodea y nos engrandecemos como sociedad y como
individuo.
Concluyo con este pensamiento de
Theodor Roosevelt que decía, “es duro caer, pero es peor no haber intentado
nunca subir”.
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