lunes, 7 de marzo de 2011

Odio a Estados Unidos vinculo de unión entre Khadafi y ex guerrilla salvadoreña

Tomado de Diario El Mundo

Fueron Schafik Hándal y Cayetano Carpio los primeros en contactar a Muamar al Gadafi en Libia para pedirle ayuda para la guerrilla. Siempre estuvo enterado de lo que sucedía aquí. Fue benefactor de la guerrilla. En una ocasión, con mucha ingenuidad, ofreció una nave cañonera para bombardear objetivos militares localizados a 110 kilómetros.

Por Lafitte Fernández

En aquella larga tienda rectangular hecha con pelo de camello y cabra, como las elaboran los beduinos, Muamar el Gadafi hizo el ofrecimiento: propuso enviar a las costas salvadoreñas una cañonera con capacidad para bombardear objetivos militares localizados a 110 kilómetros de distancia.

El ofrecimiento fue atrevido pero muy cargado de ingenuidad. Cuando el sorprendido enviado salvadoreño de la guerrilla escuchó aquello, tragó saliva gruesa.

Aquellos eran tiempos en los que el FMLN libraba rudas y violentas batallas contra los militares en buena parte del territorio nacional. En esa guerra, el FMLN tenía a Gadafi, desde muchos años atrás, como un colaborador y aliado suyo.

Por eso ese hombre estaba junto a Gadafi: buscaba renovar la ayuda que, periódicamente, Libia le daba a la guerrilla salvadoreña, un movimiento que Gadafi veía con buenos ojos desde los años setenta. Gadafi hablaba con su interlocutor ayudado por un traductor. Sobre una pequeña mesa estaba colocado un mapa de El Salvador.

El emisario de la guerrilla le explicaba a Gadafi lo que sucedía en el país en aquellos años 80 en los que la guerra tendía a recrudecerse.

La tienda había sido plantada en un territorio desértico de Libia, donde había llegado el negociador local después de cumplir un largo y secreto viaje que lo llevó a dar mil vericuetos por diversas partes del planeta.

Finalmente aterrizó en el aeropuerto Fiumiccino de Roma, desde donde tomó un vuelo de Libia Airways que lo llevó hasta las cercanías de Trípoli. Poco después de su arribo, sus huéspedes lo instalaron en un hotel con atenciones bastante occidentalizadas. La misión del emisario era archisesecreta. No era la primera vez que llegaba hasta donde Gadafi. Sabía, sin embargo, que si dejaba alguna huella, el espionaje internacional le seguiría los pasos de cerca.

Ese caluroso día, el hombre fuerte de Libia lo recibía nuevamente en una tienda dotada de todas las comodidades tecnológicas posibles. Hasta teléfonos satelitales había. Lo primero que hizo Gadafi al recibir al salvadoreño fue preguntar por Schafik Hándal.

Sabía que en El Salvador se producía una guerra de guerrillas que él ayudaba a alentar. Estaba al tanto de lo que sucedía aquí. Sus consejeros recibían mucha información calificada.

Hándal era un hombre conocido por Gadafi. Le llamaba el “hermano Schafik”. Desde muchos años atrás, ambos habían sostenido encuentros personales en congresos convocados por naciones árabes a los que asistió el fallecido líder del FMLN.

Cayetano Carpio, el asesinado fundador de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), era, desde los años 70, otro dirigente de la izquierda salvadoreña que permaneció algún tiempo en Libia como invitado de Gadafi, un abogado y militar que participó en un golpe que militares de izquierda le dieron al rey Idris . Gobernaba Libia desde septiembre de 1969.

Informes

Esta vez el emisario salvadoreño no visitó a Gadafi como solía hacer en la Puerta de Azizia, un inmenso cuartel y complejo militar de poco más de seis kilómetros cuadrados que está localizado en las afueras de Trípoli.

Gadafi solía tomar sus principales decisiones en ese complejo adonde, además, permanecían sus principales colaboradores.

Más bien se encontraba con el dirigente libio en una tienda con todas las comodidades modernas que el libio había instalado en las afueras de la capital libia.

Gadafi miraba, fijamente, el mapa de El Salvador que llevaba consigo el enviado y negociador político de la guerrilla salvadoreña.

Aunque estaba bien informado de lo que pasaba aquí, siempre que hablaba de este país pedía al emisario del FMLN que le hiciera un análisis de situación de cuánto ocurría aquí.

Entonces le hablaban de los campos de batalla, de las posiciones más fuertes ocupadas por la guerrilla pero, sobre todo, de las necesidades más apremiantes.

Mientras se le hablaba del crecimiento de las acciones guerrilleras y de las futuras ofensivas generales que se harían, propuso el envío de la cañonera a aguas salvadoreñas.

Pero la propuesta, aunque militarmente imaginativa y poderosa, era casi de imposible cumplimiento: cualquier cañonera sería detectada por la marina de los Estados Unidos. Además, para que llegara aquí, debería, entre otras cosas, cruzar el Canal de Panamá. Era imposible que no la detectaran los enemigos de la guerrilla.

Por eso, el enviado salvadoreño no profundizó en el tema. Simplemente dejó pasar el tiempo para que cayera en el olvido. Nunca creyó en que el plan propuesto de Gadafi tuviese éxito. Entonces, mientras hablaban con la ayuda del traductor, el nacional no insistió en aceptar que se enviara al país una temida cañonera.

Mientras se conversaba sobre otros temas con Gadafi, un amante de la música flamenca y de las carreras de caballos árabes pura sangre, varias mujeres guardaespaldas que se encargaban de la seguridad de libio caminaban de un lado a otro. Como viajaba repetidamente a Libia, el enviado de la guerrilla salvadoreña sabía que no podía llegar hasta el gobernante libio, sin pasar por todos los registros de un grupo de amazonas vírgenes que se encargaban de la seguridad de Gadafi.

Todas ellas son expertas en armas, en combates cuerpo a cuerpo, estilizadas francotiradoras y hasta hábiles pilotos de aviones de guerra. Sin la aprobación de esas mujeres, ningún visitante de Gadafi podía acercársele como lo había hecho el salvadoreño.

A Gadafi lo ataba la guerra en El Salvador ese exacerbado antimperialismo que guió sus pasos desde su llegada al poder.

El estaba convencido que lo que pasaba aquí no era más que una nueva guerra contra el imperio estadounidense.

Ese antiyanquismo lo había llevado a dar importantes recursos a organizaciones tan distantes como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o la ETA. Pero se dice que Gadafi no proporcionaba armamento a la guerrilla local.

El problema es que era aficionado a la ideología y a las armas rusas, pero aquí preferían ametralladoras como la FAL o M-16. Se ajustaban más a la lucha.

Además, los envíos directos de armas de Gadafi eran muy vigilados, como ocurrió a finales de los años 80 cuando se detuvo, en Brasil, un enorme avión que transportaba armas para la Nicaragua de Daniel Ortega. Siempre se sospechó que esas armas también vendrían al país.

Pero Gadafi sí le dio mucho dinero a la guerra mediante secretos movimientos bancarios que pocos conocían al detalle.

Por eso es que cuando el enviado acabó de hablar con Gadafi, cuando volvió a Roma, solo alzó un teléfono y le dijo a su contacto en el país: “Positivo”.

Eso significaba que pronto llegaría más dinero para la guerrilla, aunque él jamás supo la ruta que la ayuda de Gadafi seguiría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario