domingo, 20 de mayo de 2012

Cuando un Amigo se va



En días recientes recibimos una inusual llamada a eso de la media noche, la voz no era una familiar, lo primero que hizo fue asegurarse que estaba llamando al número correcto. Acto seguido y sin mediar una palabra o darnos un preámbulo de la gran noticia que nos iba a dar, nos dijo que un gran amigo había muerto.

El sueño que estaba presente inmediatamente desapareció, el cuerpo se estremeció y la mente empezó a colectar todo los recuerdos que existían en el disco duro.

Apenas hace unos días atrás habíamos hablado como era costumbre entre nosotros semanalmente, fue una promesa que le hicimos al momento de mudarnos del vecindario en donde nos conocimos –Cañada de los Álamos en Santa Fe Nuevo Méjico-.

Ambos aunque de mundos, generaciones e intereses diferentes, nos unía una gran curiosidad de conocer el mundo, de explorar y sobre todo un amor genuino y admiración.

Fue curioso como esta amistad comenzó, habíamos terminado el viaje que realizáramos por varios meses por Estados Unidos y al final decidimos establecernos en Santa Fe, Nuevo Méjico. Allí en una montaña a las afuera de la ciudad habíamos escuchado que había un hombre que vendía “huevos” frescos y orgánicos.

Un día que no tenía nada que hacer me fui a caminar por el vecindario y me topé con su hogar, sabia que era su residencia ya que más nadie tenía pavos y gallinas en un corral. Seguí caminando el corto camino hasta llegar a la casa de quien se conocía en el barrio el “Egg Man”.

Al llegar y preguntar por el, solo se escuchó un tono de voz grueso y pausado, que decía “salgo en unos minutos”. Acto seguido llegó a la puerta y en solo segundo pensé que había descubierto el escondite de Santa Claus cuando se iba de vacaciones, en Santa Fe.

Él era un personaje único, tenia un aspecto de campesino, con sus tirantes y todo, pero el conocimiento de una vida llena de retos, experiencias  y de sabiduría lo hacia un catedrático de la universidad de la vida.

En un corto tiempo nos hicimos buenos amigos, en ese entonces lo visitaba una y dos veces a la semana. Nuestras conversaciones era largas y en dos idiomas, ya que él era el único que hablada a su vez español por allí.

Primero nos contaba de las aventuras de su incansable y fiel perro, el cual lo acompañaba a todos lados. Luego como era de costumbre nos ponía al día con los logros de sus adorados hijos, cuando hablaba de ellos su rostro se iluminaba y su pecho se inflaba de orgullo.

Luego después de habernos mudado esa misma dinámica continuo, pero por teléfono y email. Las llamadas posteriores a la mudanza, siempre compartíamos ambos nuestras aventuras y nuestros nuevos proyectos.

Tan recientemente nos había comentado que como explorador al fin, que deseaba realizar “un ultimo viaje” a California para tomarle fotos a las orquídeas que el tanto amaba, ya que sabia que en el momento que empezara a darse quimo que todo iba a cambiar. Desgraciadamente así fue.

Al recapitular sobre nuestra experiencia de estar interactuando con el por varios años, entendí algunas cosas que él siempre nos decía. Primero, que la vida aunque a la vista no se vea simple, lo es. Segundo, siempre nos insistía en que deberíamos de vivir intensamente, ya que no se sabe cuando esa oportunidad regresara. Tercero, ama intensamente todos los días, no solo lo que haces, sino a quienes tienes a tu lado. Cuarto, viaja, “que el mundo es grande y hay que explorarlo”.

Hoy de alguna forma sencilla agradecemos el haber sido parte de este ser de luz, que le encantaba el picante de Chimayo, cocinar el pavo en el día de acción de gracia, tomar fotos, contar historias de su familia y sobre todo que vivía una vida simple y llena de amor hacia los demás.

Gracias Brad por haber dejado tu huella en nuestra alma.

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