domingo, 11 de diciembre de 2011

Carlos “el Chacal”: un sanguinario terrorista que se autodefine en la cárcel como un gran charlatán

Tomado de La Gaceta

Por José Carlos Rodríguez

María Sánchez quiso darle un nombre católico a su hijo, pero se impuso la voluntad de su marido, un dirigente del Partido Comunista de Venezuela, quien le puso como nombre Ilich Ramírez, en honor de Lenin. Desde entonces la vida de Carlos el Chacal ha estado marcada por la muerte.

Los atentados del 11 de septiembre le convirtieron en un terrorista de segundo orden, pero hasta entonces se había ganado a pulso fama mundial como el asesino político por excelencia. O “revolucionario”, como se les llama a estos personajes en el lenguaje impuesto desde el golpe de Estado de los bolcheviques.

Ni dudas ni bandazos

José Altagracia Ramírez veía con satisfacción la evolución de su hijo, que abrazó su inquebrantable fe marxista con más pasión que sus otros dos hijos, Lenin y Vladimir. Ninguno de los tres pasó por las dudas y los bandazos que él había vivido. José Ramírez estudió para sacerdote, pero antes de ordenarse abrazó el ateísmo y el marxismo, que profesaba con devoción. “Indudablemente, papá le inculcó a Ilich la necesidad de incorporarse a la lucha internacional en contra del imperialismo”, dijo en una ocasión Vladimir.

A los 10 años, cuando los barbudos de Castro luchaban por entrar en La Habana, Ilich entró en el partido en el que militaba su padre, un rico abogado que aseguró para su hijo una cuidada educación… marxista. Le llevó a las reuniones de los autodenominados países “no alineados” y a la Dirección de Inteligencia de la reciente Revolución cubana.

Como también deseaba para sus hijos los bienes de la cultura occidental que quería destruir, los envió a Londres, donde vivía su mujer, de la que estaba ya divorciado. Ya en plena guerra de Vietnam, Ilich y Lenin fueron a continuar su compleja pero cuidada formación a la universidad soviética de Patrice Lumumba. Era el fin de su vida de playboy, financiada por su padre, y que se sumó a la contradictoria leyenda de este asesino de cuidada educación, formado en grandes universidades y en campos de entrenamiento terroristas.

En aquellos años 70, cuando el terrorismo estaba en su apogeo, Ilich comenzó su fulgurante carrera. Se alistó en el Frente Popular por la Liberación de Palestina, de George Habache, una banda que cometía atentados por media Europa. Su relación con este grupo terrorista no le impidió matricularse en la Universidad de Westminster y llevar una vida burguesa. Ramírez ha reconocido su participación en uno de sus primeros atentados, sendos ataques con bombas en Londres y París en el contexto del terror contra los intereses de Israel en Europa.

Pero aquello se le empezaba a quedar pequeño. Creó una célula que planeó, sin éxito, hacer saltar por los aires la sede de la OPEP, situada en Viena. Pero había más. Golda Meir recibió un mensaje secreto procedente de la Secretaría de Estado vaticana con la intención de Pablo VI de recibir a la primera ministra israelí en audiencia. Era el primer paso para un reconocimiento vaticano de Israel, lo que para un enemigo declarado del Estado judío era motivo más que suficiente para impedirlo.

Asesinar a Pablo VI

Carlo Jacobini, por la Santa Sede, y Zvi Zamir, del Mossad, eran los agentes encargados de organizar el encuentro con el secretismo necesario. Pero Jacobini supo que un sacerdote de la Santa Sede había filtrado los datos del vuelo de la première israelí, y que estos habían llegado a manos del líder de Septiembre Negro, la organización terrorista palestina. Los carabinieri identificaron una furgoneta sospechosa que estaba cerca de las pistas del aeropuerto de Fiumicino, y el Mossad actuó de inmediato, estrellando contra ella un vehículo. Dentro de ella, dos terroristas tenían preparado un lanzamisiles contra el avión. Luego el Mossad descubrió que entre los planes del terrorista, ya conocido como Carlos el Chacal, estaba matar al papa Pablo VI con la colaboración de la Baader- Meinhof. Pero la inteligencia israelí había descubierto y desbaratado sus planes.

No se iba a echar atrás por estos fracasos. Fue protegido por Muamar el Gadafi. El dictador libio le otorgó parte de los medios para crear su propia red terrorista. Intentó atentar, sin éxito, contra una central nuclear en Francia, pero logró encabezar la lista de los terroristas más buscados por otros atentados con muertos.

Acabó refugiándose en Sudán, donde este antiguo playboy llevaba una vida desenfrenada, rodeado de mujeres y ahogado en el alcohol. Sudán acabó cediendo a la presión internacional y acordó su extradición a Francia el 14 de agosto de 1994. Allí fue juzgado y condenado a cadena perpetua por el asesinato, en 1974, de un libanés que le había delatado, y de dos gendarmes que se encontró a su paso cuando huía. Recientemente, Carlos reivindicó en un diario venezolano ser responsable de un centenar de atentados que resultaron en la muerte de entre 1.500 y 2.000 personas. Estos días se ha desdicho de sus propias palabras ante el tribunal que le juzga por varios atentados cometidos a comienzos de los años 80. “Soy un gran charlatán”, ha dicho para excusarse. Y un gran asesino.

Al cine

El día del chacal, la novela de Frederick Forsyth, fue llevada al cine admirablemente por Fred Zinnemann y protagonizada por Edward Fox. Se encontró un ejemplar de la novela en manos de Ilich Ramírez, y la prensa comenzó a otorgarle el sobrenombre con el que se le conoce. Pero ni la novela ni la película relatan la vida del terrorista venezolano. Sí lo hace Carlos el Chacal, una serie de televisión de tres episodios, rodada al año pasado y dirigida por Olivier Assayas. También se ha proyectado en el cine en una versión reducida, de tres horas.

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