Por Peter Godwin
Un frágil Nelson Mandela, ahora de 93 años, ha regresado a Qunu, su ancestral pueblo de origen en la zona rural de Transkei, y personas de su entorno han anunciado su retiro de la vida pública. Todavía no ha muerto y ya se han desatado lamentables disputas sobre los derechos televisivos de su funeral.
Desde que se retiró oficialmente en 2004, Mandela se ha concentrado en su fundación, el grupo de beneficencia que ya es su encarnación terrenal. Es dueña de sus archivos y recuerdos y controla sus avales, que usa para recaudar dinero para proyectos de justicia social. También existe la marca Mandela, una línea de moda llamada 46664, por su número de prisionero. Entretanto, sus nietos están lanzando Being Mandela, un reality que se promueve como un "documental-telenovela", con un giro filantrópico.
En todo el mundo, Mandela, quien salió de prisiones del apartheid tras 28 años para acallar toda noción de venganza racial, ya es una figura icónica, símbolo de nuestra mejor naturaleza, la personificación del perdón y del antiracismo. Pero este legado, que es enarbolado principalmente por extranjeros y sudafricanos blancos comprometidos con sus ideales, no es el único.
El legado político perdurable de Mandela a su pueblo y al resto de África es más matizado. Lo que fue crucial para las probabilidades de Sudáfrica de un futuro funcional no fue tanto algo que haya hecho en su breve presidencia, de 1994 a 1999, sino su decisión de abandonar el poder. Fácilmente podía haberse quedado para un segundo mandato y luego haber usado de ventrílocuo a algún sustituto complaciente.
Mandela, más que cualquier otra figura, estaba bien posicionado para lanzar un culto de la personalidad. Su negativa a hacerlo es probablemente el mayor legado para su patria. Encaminó a Sudáfrica en un curso distinto al de la mayoría de las demás naciones africanas. Diecisiete años después de su encarnación post apartheid, Sudáfrica ya tiene su cuarto presidente. Esto ha reducido radicalmente el peligro de que un solo líder domine el estado.
¿Pero ha sido el breve mandato presidencial de Mandela un precedente político exportable?
Evidentemente no en el caso de la vecina Zimbabwe, donde un malévolo, cada vez más esclerótico pero políticamente obsesivo Robert Mugabe sigue siendo, a los 87 años, el único presidente que el país ha conocido. Aún en el poder 31 años después de la independencia, sigue estrangulando los sueños de la democracia.
Otros líderes africanos han resistido el ejemplo de Mandela, especialmente aquellos que llegaron al poder tras la lucha, como Yoweri Museveni en Uganda y Paul Kagame en Ruanda, quienes fueron inicialmente exaltados como esperanzas brillantes para el liderazgo africano pero que ahora muestran rasgos autoritarios.
Mandela ha recibido un galardón honorario del Premio Mo Ibrahim al Éxito en el Liderazgo Africano de US$5 millones, fundado por un magnate sudanés de las telecomunicaciones para recompensar el buen gobierno, especialmente la transferencia democrática del poder. Pero desde que se estableció en 2007, no es que haya habido una abundancia de candidatos para el premio. En 2009 y 2010, no encontró un solo candidato merecedor, y en 2011 lo hizo solamente al aventurarse fuera de África continental y otorgárselo a Pedro Pires, presidente saliente de las diminutas islas de Cabo Verde.
Aun así, África se está volviendo más democrática. Cuando cayó el Muro de Berlín a finales de 1989, unos meses antes de la liberación de Mandela de la cárcel, sólo tres de los 48 países de África subsahariana eran democráticos. Ahora, Freedom House clasifica a 21 de democracias funcionales, crucialmente flanqueadas por Nigeria y Sudáfrica, y otros seis son considerados "semidemocráticos". Pero la definición de democracia es algo flexible. No es solamente la realización de elecciones lo que hace a una democracia. Muchos líderes africanos toleran comicios siempre que no tengan que arriesgarse a la amenaza real de perder el poder. Solamente cuando las elecciones sirven para derrotar a presidentes en ejercicio del poder descubrimos si un país es verdaderamente una democracia.
El legado de Mandela, de una breve presidencia, hace poco para impedir la amenaza de que Sudáfrica se convierta en un Estado de partido único, aun cuando sea bajo líderes sucesivos del Congreso Nacional Africano. El CNA es un coloso político, que regularmente atrae más de 60% de los votos durante las elecciones, y su ADN sigue siendo el de un partido de liberación, el más viejo en África, que celebra su centenario el año próximo.
La historia poscolonial de África ha mostrado que los partidos de liberación recogen una potente cosecha de legitimidad dada por la "lucha" que en general neutraliza a la oposición aproximadamente por una generación. Durante ese plazo, las instituciones que compensan ello tienden a perecer en su infancia, las constituciones son vapuleadas y el servicio público se politiza conforme se nublan las diferencias entre gobierno y partido.
Bajo el liderazgo de Mandela, el CNA abandonó sus políticas económicas más radicales y se comprometió con el sector privado de Sudáfrica, el mayor del continente. Mucho después de su retiro, la persistente imagen de Mandela como una especie de padre de la patria ayuda a la unidad de su partido cada vez más faccioso, especialmente de los retos de su ala izquierda, según aumenta la desigualdad socioeconómica.
Más recientemente, el presidente Jacob Zuma ha pugnado por controlar al líder de la radicalizada Liga Juvenil del CNA, Julius Malema, quien apela a los negros pobres y marginados de Sudáfrica. El mes pasado, el partido suspendió a Malema (partidario de una redistribución radical de la riqueza y la confiscación de fincas de propiedad de blancos) durante cinco años. En su belicosa promesa de apelar la decisión, intentó invocar a Mandela comparando su propia batalla a la lucha contra el apartheid.
Los pobres de Sudáfrica, cuyo afecto por "Madiba" (como llaman a Mandela) les impide votar contra el CNA mientras viva, podrían inclinarse por otros partidos cuando ya no esté. Ciertamente no hay nadie en el actual liderazgo del CNA que atraiga algo remotamente parecido a la clase de respeto por Mandela, o tenga su aura unificadora.
—Godwin es autor de 'The Fear: Robert Mugabe and the Martyrdom of Zimbabwe' (algo así como 'El miedo: Robert Mugabe y el martirio de Zimbabwe').
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