Tomado de Foreign Policy
DEPENDE: LOS BRICS
Por
Antoine van Agtamael
En
conjunto, su PIB equivale casi ya al de Estados Unidos. Pero, ¿son el verdadero
futuro de la economía mundial?
“Los BRICS son una categoría aparte”
Sí y no. No cabe duda de que los
BRICS -Brasil, Rusia, India, China y el miembro más reciente del grupo,
Suráfrica- son grandes. Son importantes. Por población, superficie y volumen
económico, sus dimensiones son impresionantes y desde luego sobresalen frente a
las de otros países. Juntos, constituyen el 40% de la población de todo el
mundo, el 25% de la superficie terrestre y alrededor del 20% del PIB mundial.
Controlan ya, aproximadamente, el 43% de las reservas mundiales de divisas
extranjeras, y esa proporción no deja de aumentar.
Jim O’Neill, de Goldman Sachs, llamó la atención sobre el ascenso de
las cuatro nuevas potencias originales cuando les dio el nombre de BRICS en 2001 y su
crecimiento empezó a dispararse. Pero, en realidad, su éxito económico venía de
muy atrás. Veinte años antes, cuando yo estaba en la Corporación Financiera
Internacional del Banco Mundial (CFI), ya estábamos viendo la posibilidad de
buscar una nueva etiqueta para esos países, que, a pesar de su enorme potencial
económico, seguían agrupados con los perpetuos casos perdidos en la categoría
de países subdesarrollados, atascados en el Tercer Mundo. En esa época, las
bolsas de ese mundo no figuraban en los radares de la mayoría de los
inversores internacionales, a pesar de que estaban empezando a crecer. Yo los
llamé mercados emergentes. Ya había inversores locales muy activos en
Malasia, Tailandia, Corea del Sur, Taiwán, México y otros países, a medida que
las empresas nativas crecían y se volvían más competitivas en el área de las
exportaciones y la regulación de los mercados se hacía más compleja. No
obstante, hasta que la CFI construyó su Base de Datos de Mercados Emergentes y
su índice correspondiente en 1981, no había forma de medir el comportamiento de
las acciones en un grupo representativo de esos mercados, una desventaja
considerable frente a otros índices internacionales, que estaban sesgados en
favor de países desarrollados como Alemania, Japón y Australia. Esta nueva
investigación sobre mercados y empresas ofreció a los inversores la
confianza para poner en marcha fondos diversificados en los mercados emergentes
tras el éxito obtenido en Estados concretos como México y Corea del Sur.
Sin embargo, los BRICS tardaron mucho más tiempo en estar listos para
pasar al primer plano. Hasta principios de los 90, Rusia estaba todavía detrás
del telón de acero, China estaba recuperándose de la Revolución Cultural y las
protestas de la plaza de Tiananmen, India era aún una pesadilla burocrática y
Brasil experimentaba brotes de hiperinflación mezcladas con un decenio de
crecimiento perdido. Los cuatro países habían salido más o menos adelante fuera
de la economía de mercado mundial; sus políticas económicas, muchas veces,
habían sido auténticos desastres y sus bolsas de valores eran inexistentes,
burocráticas o totalmente volátiles. Cada uno de ellos necesitaba vivir unas
crisis graves y profundas que les catapultaran a una vía diferente hacia el
desarrollo. Cuando eso sucedió, empezaron a sacar partido a su inmenso
potencial económico. Su PIB total, casi 14 billones de dólares, equivale ya al
de Estados Unidos, e incluso es superior si se tiene en cuenta la paridad de
poder adquisitivo.
Ahora bien, el problema de preguntar si los BRICS “importan” es que grandes
no es lo mismo que cohesionados. Forman parte del G-20, pero no son un
verdadero bloque de poder ni una unidad económica dentro ni fuera de él.
Ninguno de ellos es el líder ni siquiera en su propia región. El ascenso
chino se ve con recelo en Japón y con suspicacia en el Sureste Asiático. India
y China se vigilan celosamente. Brasil es un gran proveedor de materias primas
al gigante asiático y depende de él para su prosperidad económica, pero
las dos potencias compiten por los recursos en África. Moscú y Pekín parecen
haber encontrado una causa común en Siria, pero están en desacuerdo en todo lo
demás. Y, aunque el comercio entre los propios BRICS está creciendo a toda
velocidad, los países no han firmado aún ni un solo acuerdo de libre comercio
unos con otros. Luego está Sudáfrica, que se unió formalmente a esta agrupación
política en 2010. Pero ser miembro no quiere decir que sea igual: el país
africano no tiene la población, el crecimiento ni el potencial económico a
largo plazo que tienen los otros cuatro. Indonesia, México y Turquía habrían
sido candidatos lógicos, hasta Corea del Sur y
Taiwán, que tienen PIB comparables pero poblaciones muy inferiores a las de los
cuatro Estados originales.
Tampoco tienen los BRICS ninguna cohesión económica. Rusia y Brasil
están muy por delante en renta per cápita, con una gran diferencia con China e
India: casi 13.000 dólares más que los 5.141 chinos y los 1.389 indios, según
datos del FMI de 2011. Y sus trayectorias de crecimiento han sido muy
distintas. Además, los miembros afrontan una dura competencia de otras
potencias emergentes en el mundo en vías de desarrollo. Aunque durante un
tiempo pareció que Pekín y Nueva Delhi tenían ventaja gracias a sus bajos
costes laborales, países como México y Tailandia han vuelto a colocarse en el
mapa. Y, mientras que el crecimiento en los BRICS parece estar frenándose,
muchos Estados africanos están recibiendo más inversiones extranjeras, tienen
quizá más estabilidad política y, por fin, están alejándose de un crecimiento
nulo o muy lento para desarrollar economías mucho más sólidas.
“El ascenso continuado de
los BRICS es inevitable”
Es verdad, pero el crecimiento es más lento. Las
previsiones de Goldman Sachs y otros dicen que China superará a Estados Unidos
en PIB antes de 2030. Y Pekín deja pequeños a los demás BRICS, cuyo volumen
económico total no alcanzará al del gigante asiático durante ese
periodo. Los cinco miembros se aproximarán al tamaño total de las siete mayores
economías desarrolladas de aquí a 2030, y se prevé que a mediados de siglo
constituyan casi el doble del tamaño del G-7.
Los consumidores de los BRICS también están empezando a igualar a sus
homólogos estadounidenses en poder adquisitivo. Se venden ya más coches,
teléfonos móviles, televisores, frigoríficos y coñac solo en China que en
Estados Unidos. Incluso con la desaceleración del crecimiento, el motor
económico de los BRICS debería ser más importante que el de EE UU y el de la
Unión Europea durante la mayor parte del siglo XXI.
Claro que no existen garantías de que los BRICS puedan mantener sus
increíbles tasas de crecimiento. Igual que la expansión de sus economías pilló
al mundo por sorpresa durante la última década, el gran shock de los
próximos años puede ser que crezcan menos deprisa de lo que se suponía. Japón,
Corea del Sur y Taiwán ya han demostrado que el crecimiento es más lento cuando
se alcanza un nivel básico de industrialización. El ansia insaciable de bienes
tiende a moderarse cuando existen infraestructuras básicas y los consumidores
quieren más asistencia sanitaria, educación y tiempo libre.
Hasta cierto punto, ya está ocurriendo. Los principales economistas chinos
prevén que el crecimiento anual de su país bajará del 10 o 12% al 6 u 8% para
finales de esta década. Los sueños de que India alcance un crecimiento anual
sostenible del 8% o más se han rebajado al 5 o 6% después de que el país se
topara con la barrera de la inflación y la producción de gas en plataformas
marinas resultara decepcionante. Brasil también ha tenido dificultades para
recuperar su exuberante crecimiento anterior a la crisis y Rusia se ha
resentido de los problemas económicos de Europa. Las proyecciones de Goldman
Sachs y otros siempre contaban con un crecimiento más lento en el futuro, pero
algunos entusiastas no leyeron la letra pequeña.
“La crisis financiera fue
positiva para los BRICS”
Solo durante un breve periodo. La
crisis financiera de 2008 no surgió de los mercados emergentes. Al contrario,
los BRICS acudieron al rescate cuando Estados Unidos, Europa y Japón se
hundieron debido a sus gastos desmesurados, su imprudencia fiscal y su excesiva
confianza en la producción justo a tiempo, que les hizo depender
demasiado de una economía de consumo que pronto estalló. Después de que los
BRICS sufrieran también unas breves recesiones en V, tan rápidas en la bajada
como en la recuperación, su demanda ayudó a sacar a la economía mundial de su crisis
inicial.
Desde luego, al principio no estaba claro que esa iba a ser la
evolución de la crisis. The Financial Times advirtió (y muchos
inversores temieron) que los sistemas bancarios de los mercados emergentes iban
a sucumbir a los mismos problemas financieros que asolaban a Estados Unidos y
Europa, pero Asia y Latinoamérica habían aprendido la lección de crisis
anteriores y pusieron sus asuntos en orden. Los chinos tenían amplias reservas
para presentar un paquete de estímulo fiscal que no solo era inmenso sino que,
a diferencia de su equivalente estadounidense, suponía el rápido desembolso de
fondos. Los bancos centrales de los BRICS, junto con los de otros mercados
emergentes, cooperaron a la flexibilización monetaria mundial. Sin ella (y sin
el rápido desembolso interno del estímulo de China), las medidas similares
adoptadas en Occidente habrían sido insuficientes e ineficaces. Con ella, la
demanda de materias primas se estabilizó y el mundo evitó una depresión.
No obstante, estas intervenciones de crisis tuvieron un coste
importante, cuyo pleno alcance no conocemos del todo ni siquiera hoy. La
burbuja inmobiliaria, que tuvo un papel tan importante en Estados Unidos y el
sur de Europa, no estalló en los BRICS. La inflación también creció mucho más allá
de lo que los bancos centrales de China, India y Brasil consideraban
conveniente. Aunque todo eso no provocó otra crisis, quizá plantó las semillas
para futuros problemas. La historia económica nos enseña que la próxima crisis
suele surgir en la región en la que los aplausos y la satisfacción han sido más
sonoros la vez anterior. Si es verdad, la próxima sorpresa económica se
producirá con toda probabilidad en los BRICS.
“Los BRICS son unos
competidores invencibles”
No. Los BRICS se han aprovechado durante
decenios de la mano de obra barata, una productividad mayor, enormes (pero no
para todos) inversiones en infraestructuras y educación y el ansia de ponerse a
la altura de los rivales más ricos. Su transformación fue extraordinaria: con
unas poblaciones que viven mejor, los mercados interiores se volvieron
económicamente atractivos, el comercio sur-sur se disparó y las principales
empresas pasaron de producir productos baratos y de segunda categoría a
convertirse en grandes fabricantes de móviles inteligentes, semiconductores,
software y aviones. La marca china Lenovo se hizo con el negocio de ordenadores
personales de IBM. Las cerveceras brasileñas y sudafricanas adquirieron
categoría internacional. Igual que ocurrió con los rusos tras el Sputnik y los japoneses
en los 80, los BRICS se convirtieron en unos competidores temidos y
formidables, aunque algunos de esos miedos eran exagerados.
Pero la historia no ha terminado. La energía barata y abundante
procedente del gas de esquisto está atrayendo nuevas inversiones en Estados
Unidos y devolviendo a las industrias de enorme consumo energético su posición
ventajosa. Además, la abundancia de dicho recurso puede hacer que las
perforaciones de Rusia en el Ártico y la producción presalina de Brasil sean demasiado caras. El
estancamiento de los sueldos en EE UU y la subida salarial en China e India
están borrando la ventaja que suponían los costes laborales para los BRICS, y
sus reservas de mano de obra, que parecían inagotables, han empezado de pronto
a vaciarse y a dejarles sin personal cualificado.
La mecanización también está permitiendo una recuperación de los
países desarrollados. Los robots, cada vez más baratos y complejos, pueden
hacer lo que hasta hace poco hacían 10 o más empleados humanos. Trabajan 24
horas al día y no piden sueldos más altos ni mejores prestaciones. Puede que
los smartphones y las tabletas se sigan fabricando en Asia, pero los
BRICS están retrasados a la hora de aprovechar los beneficios productivos que
les proporcionan. Como consecuencia, las multinacionales tradicionales están
volviendo a pujar después de años de mantenerse retiradas: por ejemplo, General
Motors ha obtenido la mayor cuota de mercado en China, General Electric se ha
aventurado en la producción de equipamiento médico de bajo coste, Nestlé ha
inventado las máquinas Nespresso que tantísimo éxito han tenido y han hecho que
el café de calidad deje de ser un lujo que se toma en un local para ser un
artículo a mano y en casa. Quizá Occidente esté recuperando su ventaja más
rápido de lo que pensábamos.
“Los BRICS son el mejor
lugar para invertir”
Ya no. Hasta 2008, los BRICS iban
mucho mejor que otros mercados emergentes de valores, incluso mejor que los
desarrollados. Y con gran diferencia. Durante los cinco años anteriores a 2007,
los inversores en los cuatro miembros originales de este grupo ganaron un 52%
de beneficios anuales, frente al 16% en los mercados del G-7. Sin embargo, en
los últimos cinco años, hasta el 31 de agosto, la cifra era del 3% para los
BRICS y el 1% para el G-7. En parte se debe a la corrección de unas
expectativas excesivas, que inflaron las valoraciones y las divisas hasta
niveles insostenibles. Pero también da la impresión de que ahora se pone en
duda la ventaja competitiva de estos países por motivos más fundamentales. Por
supuesto, es lógico que los inversores diversifiquen y no ignoren una parte del
mundo tan grande y de tanto éxito, pero eso no es lo mismo que la euforia
ciega.
Cada uno de los BRICS es muy distinto, igual que los interrogantes que
acompañan a sus economías. Por ejemplo, durante decenios los costes salariales
de China fueron tan inferiores a los de México que el país norteamericano no
podía competir, pese a su proximidad con Estados Unidos. Pero esa brecha
salarial se ha estrechado en los últimos años -los costes laborales chinos han
pasado de ser el 33% de los mexicanos en 1996 al 85% en 2010-, y ahora las
inversiones están volviendo a México. Incluso cuando las tasas de crecimiento
de India se dispararon, la burocracia, los déficits presupuestarios y los
obstáculos de las infraestructuras siguieron siendo graves impedimentos. Brasil
consiguió dar la vuelta a su maltrecha economía en los 80 y después se benefició
de tres factores: la necesidad china de materias primas, los hallazgos
energéticos y su ventaja competitiva como gigante del sector agrario. Hoy, sin
embargo, la desaceleración de Pekín y el giro mundial hacia el ubicuo gas de
esquisto está cambiando el panorama. Pensemos también en Rusia, que con gran
imprudencia ha despilfarrado sus armas, el gas y el petróleo, despreciando las
posibilidades del gas de esquisto, con lo que ha dejado abiertas oportunidades
de exportación para EE UU en Europa.
“Los BRICS superarán a
Occidente”
Ya veremos. Sí, los BRICS seguirán
siendo la principal fuente de crecimiento en el mundo del futuro, igual que lo
son ya hoy. Juntos, dominarán la economía mundial dentro de unos años como
Europa y Estados Unidos lo hicieron en su tiempo.
Así como el péndulo se inclinó hacia los BRICS y luego se fue al otro
extremo en los últimos años, se ven ahora señales de nuevas formas de
competitividad de esos países. La investigación y el desarrollo en los BRICS
están preparando el terreno para una producción que cada vez tendrá más valor
añadido. El 91% de las fábricas de Estados Unidos tiene más de 10 años, frente
a solo el 43% de las chinas, según un estudio de IndustryWeek en 2007. Mientras
que el 54% de las empresas chinas mencionaba la innovación como uno de sus
principales objetivos, solo el 27% de las estadounidenses decía lo mismo. Los
fabricantes de material de telecomunicaciones en el gigante asiático
están poniéndoles las cosas difíciles a sus rivales de tipo más tradicional, los
fármacos genéricos fabricados en India están abriéndose camino, los productores
brasileños de proteínas dominan los mercados mundiales y los oligarcas rusos
hacen sabias inversiones en el extranjero. Los BRICS están atravesando un
periodo difícil, pero tienen todo en su mano para una recuperación
espectacular.
Sin embargo, aunque la era de dominación estadounidense y occidental
haya quedado atrás, a los BRICS les queda todavía algún tiempo. Lo que es ya
evidente es que el claro límite entre países desarrollados y atrasados
es algo del pasado. Las multinacionales occidentales tratan de expandirse en
estos cinco Estados porque el crecimiento en sus propios mercados está
estancado. Las empresas chinas e indias consolidan sus marcas en otros mercados
emergentes y en Occidente. La suerte económica de los países desarrollados está
más ligada que nunca a la de los mercados emergentes.
La propiedad intelectual sigue siendo un punto fuerte de las economías
avanzadas. Estados Unidos, Japón y Alemania -solo tres economías avanzadas-
presentaron el 58% de las patentes mundiales en 2011, según
la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual. Pero también aquí están
poniéndose al día los BRICS: las solicitudes de China aumentaron un 33% en
2011, las de Rusia un 21%, las de Brasil un 17% y las de India un 11%. En EE UU
crecieron un 8% y en Alemania un 6%. El gigante chino del material de
telecomunicaciones ZTE Corp. desplazó a la japonesa Panasonic del primer puesto mundial, con 2.826 solicitudes de
patente. Huawei Technologies, china, ocupó el tercer lugar, y la estadounidense
Qualcomm cayó del tercer al sexto puesto en 2011. ¿Por qué importa esto? Porque
las patentes son un indicador fundamental de la futura potencia económica.
“La política puede acabar
con los BRICS”
Es verdad, y no conviene olvidarlo. La
extensión de la democracia y los mercados libres en gran parte de Asia,
Latinoamérica y el este de Europa es impresionante, pero algunos BRICS han ido
a remolque en este terreno, en vez de estar en primera línea. A menudo, la
legitimidad en estos países depende de unas expectativas desmesuradas de éxito
económico, mientras que los controles políticos están en pañales. De modo que
hay que olvidar todas las alabanzas al capitalismo autoritario que
aparecen en los artículos de opinión. Solo porque Pekín posee un aeropuerto
nuevo y reluciente y el presidente Vladímir Putin puede arrasar barrios enteros
como le parece, eso no quiere decir que la política de China y Rusia les
beneficie. Incluso en la democrática India, la política se ve invadida con
frecuencia por la corrupción, y Brasil, que disfruta de una democracia, tiene
unas estadísticas de criminalidad absolutamente terribles y numerosos
escándalos políticos.
Puede que los BRICS parezcan estables, pero nadie sabe qué nos
deparará el futuro. La admiración hacia los oligarcas se convierte con mucha
facilidad en envidia e indignación. Las cámaras de los móviles y la difusión
instantánea por Internet limitan el uso de la fuerza pública. Bajo la
superficie y entre los jóvenes, el orgullo por los logros económicos y la
sensación de bienestar material van acompañados de demandas de una sanidad
mejor y el reconocimiento nacional. Cada vez más, la respuesta que piden los
ciudadanos de los BRICS no es más, sino mejor. Las clases dirigentes locales
deben actuar como es debido para impedir que esta nueva actitud se convierta en
una mezcla combustible. La generación actual de líderes chinos no ha olvidado
todavía las lecciones de la Revolución Cultural, pero quizá las generaciones
posteriores sí lo hagan.
Algunas circunstancias favorables que han beneficiado a los BRICS en
las últimas décadas pueden volverse en su contra. Por ejemplo, estos países han
aprovechado el volumen relativamente bajo de asignaciones presupuestarias al
gasto de defensa, como consecuencia de la Pax Americana. La situación
podría cambiar si estallara un conflicto en el subcontinente indio o Irán
obtuviese armas nucleares. Y si la agitación política se agravara, el ascenso
de los BRICS podría muy bien descarrilar: el caso de Bo Xilai en China, las
revueltas tras la primavera árabe y el apagón en India son advertencias
recientes sobre las drásticas repercusiones que pueden tener unos
acontecimientos repentinos.
Aun
así, los BRICS no van a desvanecerse. Por supuesto que tendrán que afrontar
serios ajustes, acostumbrarse a unas expectativas menos elevadas de crecimiento
y satisfacer más demandas de la población. Pero, pase lo que pase, se puede
asegurar que estas grandes economías emergentes dejarán huella en el siglo XXI.
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