martes, 14 de junio de 2011

Las elecciones de Perú un espejo donde El Salvador debería verse

Por Luis Montes Brito
Para Diario El Mundo, El Salvador
Gurú Político, Mexico


Para los salvadoreños, les sonará familiar la receta empleada: Asesorado por el equipo de Mercadeo Político, Humala se deslindó de Chávez y se declaró admirador de Lula Da Silva.

El desarrollo de las recientes elecciones presidenciales en Perú debiera ser tomado en cuenta por los partidos políticos de derecha en El Salvador para observar en funcionamiento la fórmula mejorada utilizada hace un par de años en nuestro país, pero más importante aún, para evitar seguir cometiendo crasos errores que más tarde pudieran ser inútilmente lamentados.

El candidato vencedor Ollanta Humala y su partido nacional-socialista, GANA PERU supo fomentar y aprovechar el disgusto de las amplias comunidades indígenas, aquellos que viven el otro Perú, el que no se ha beneficiado en igual proporción de la bonanza económica ni de la modernización del estado, aquel donde la población percibe a diario los sistemas tradicionales de corrupción e indiferencia por parte del gobierno, lo cual se traduce en falta de servicios básicos o la obtención de éstos en condiciones muy precarias.

Humala fue asesorado por el equipo de campaña del expresidente brasileño Lula Da Silva, si, el mismo que asesoró al FMLN en las pasadas elecciones salvadoreñas.

Para los salvadoreños les sonará familiar la receta empleada: Asesorado por el equipo de Mercadeo Político, Humala se deslindó de Chávez y se declaró admirador de Da Silva, innegable líder que llevó a convertir la economía brasileña en la octava más grande del mundo.

Ollanta cambió la camisa roja y se vistió de otro color, a cambio de nuestro país esta vez no fue blanco el color usado sino el celeste. Su mensaje se basó en la palabra CAMBIO y prometió combatir firmemente la corrupción, restablecer la ética de los funcionarios públicos, fomentar la meritocracia y combatir la violencia y todo tipo de delitos aplicando la ley de manera firme.

Además prometió combatir la desigualdad social, la pobreza y la exclusión, así como establecer una serie de políticas sociales que permitirán alcanzar el desarrollo económico con equidad.

El admirado éxito alcanzado por los anteriores gobiernos peruanos bajo un sistema de economía liberal fue insuficiente para calmar las demandas y necesidades de las clases más desposeídas de ese país suramericano. La reducción de la pobreza al 50% de los índices de hace 20 años, así como el impresionante crecimiento económico anual a un promedio de más del 6.5% en la última década, obtenido dentro de un contexto de crisis mundial, fue ignorado o pasado a un segundo plano por el electorado. El aumento en la transparencia y disciplina de los asuntos fiscales, así como la apertura comercial entre otros, son hechos que los más vulnerables no alcanzan a comprender como les beneficia en su vida diaria.

Durante la segunda vuelta, el equipo de Humala corrigió el rumbo político, fueron mucho más hábiles para entenderse con los partidos contendientes que quedaron fuera de la votación, incluso lograron entenderse con reconocidos conservadores como Álvaro Vargas Llosa y moderados como el expresidente Alejandro Toledo, para lo cual fueron los suficientemente inteligentes, flexibles o concertadores para modificar o mejor dicho para cambiar el plan de gobierno ofrecido durante la primera vuelta. Entre varios actos simbólicos cuyo objetivo era el de ganarse la confianza del electorado, firmó una hoja de ruta de cinco páginas en sustitución de su propuesta original, un mamotreto intervencionista de 197 páginas que le sirvió de base para ganar de forma insuficiente la primera vuelta.

Para calmar ansiedades y alejarse de cualquier vestigio “chavista” Humala juró públicamente sobre una biblia que respetará el límite del período presidencial, que respetará la independencia de poderes del estado y que respetará la libertad de prensa, entre otros juramentos.

Por su parte Keiko Fujimori no tuvo la habilidad o tal vez la humildad suficiente para poder reconciliarse con sus detractores, confiada en que un conservador jamás votaría por un izquierdista, ¡vaya que equivocación!

En un escenario tan apretado como el de las recientes elecciones de Perú y como el de El Salvador actual, cada voto cuenta. Aquellas posturas impositivas llenas de soberbia, alejadas de la razón y humildad que dicen “al que no le guste que se vaya” condenan a quienes las ejercen y a sus seguidores a lamentar más tarde lo que pudieron corregir oportunamente.

Si Ollanta fue capaz de conciliar posiciones con los conservadores ¿porqué no podrían hacer lo mismo aquellos que comparten sus creencias en las libertades sociales y económicas?

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