Tomado de esglobal
Xi Jinping y Enrique Peña Nieto
MÉXICO
Y CHINA SE RECONCILIAN
Por
Daniel Méndez
Los grandes beneficios de
las renovadas relaciones entre estas dos economías emergentes.
La
visita del presidente de China a Estados Unidos a principios de junio despertó
la atención de todo el mundo, interesado en conocer los nuevos avances entre
las dos grandes superpotencias. Sin embargo, ese mediático encuentro entre Xi
Jinping y Barack Obama desvió la atención de uno de los últimos y más
importantes cambios en la política exterior del gigante
asiático: su nueva sintonía política con México, el país en el que
estuvo justo antes de llegar a California.
La
relación entre China y México ha dado un giro de 180 grados desde la llegada al
poder en diciembre de 2012 del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Desde el primer momento, el nuevo presidente de México, Enrique Peña Nieto,
demostró su interés por acercarse a Pekín: China fue el primer país que visitó
fuera de América Latina y Peña Nieto se convirtió en el primer presidente
mexicano en asistir al Foro de Boao, una importante reunión económica que China
organiza todos los años desde 2002.
Esta
visita de Peña Nieto a China en abril, que estuvo repleta de amistosas
declaraciones hacia su anfitrión, fue devuelta por Xi Jinping con su presencia
en México entre el 4 y el 6 de junio, la primera visita de un presidente chino
desde hacía casi ocho años. De esta forma, los líderes de México y China se
reunieron en sus respectivos países en el lapso de dos meses, un acontecimiento
histórico en las relaciones bilaterales.
La
nueva cordialidad entre los dos Estados es todavía más relevante cuando se echa
un vistazo a su historia reciente. Desde mediados de los 90, y especialmente
durante los dos últimos sexenios de gobierno del Partido de Acción Nacional
(PAN), las relaciones entre México y China habían estado marcadas por
fricciones económicas y tensiones políticas. Las dos naciones formaban parte
del grupo de economías emergentes, las dos contaban con potentes industrias
manufactureras y las dos aspiraban a llegar a los consumidores estadounidenses.
El fenómeno made in China afectó fuertemente a la
industria mexicana (especialmente a su sector textil), lo que provocó numeras
disputas comerciales entre ambos países. Las relaciones alcanzaron uno de sus
puntos más bajos precisamente en los últimos años: primero, en 2009, cuando
durante la crisis de gripe porcina China mantuvo en cuarentena a 70 turistas
mexicanos; después, en 2011, cuando el entonces presidente Felipe Calderón se
reunió con el Dalai Lama.
Después
de más de una década de tensiones, la nueva actitud del Gobierno mexicano
parece responder al pragmatismo y al nuevo contexto internacional. Varios
expertos venían apuntado en los últimos años que a México le faltaba una visión
más constructiva en su relación con China y que tan sólo estaba obteniendo los
efectos negativos del ascenso del gigante asiático. Sin importantes reservas de materias
primas (como las tienen Chile, Perú, Colombia o Venezuela) o de alimentos
básicos para China (como pasa con la soja de Brasil o Argentina), México ha
mantenido en la última década un abultado déficit comercial con Pekín. Además
de eso, tampoco ha recibido las grandes inversiones en infraestructuras o
proyectos de extracción con las que el Imperio del Centro ha regado de dólares
otros países de América Latina.
Para
México, el nuevo clima político con Pekín podría ayudarle a diversificar su
industria exportadora y a encontrar nuevas oportunidades en Asia, donde el país
azteca todavía está muy por debajo de su potencial. En 2012, México sólo exportó a China productos por valor de
5.721 millones de dólares (unos 4.300 millones de euros), mientras que las
mercancías en dirección contraria supusieron casi 57.000 millones. En los pocos
meses que Peña Nieto lleva en el poder ya se ha avanzado en acuerdos para
permitir la exportación de carne mexicana y tequila 100% de agave a China.
Algunos de los próximos productos que están en la agenda, y en los que México
tiene amplia experiencia internacional, también están relacionados con la alimentación:
moras, cítricos, lácteos, carne de res o productos alimentarios procesados.
Para
el gigante asiático, México puede convertirse en una
excelente plataforma para llegar a los mercados de Estados Unidos y Canadá y
poder facilitar sus intercambios con otros países latinoamericanos. El aumento
de los salarios en China (que en el sector de las manufacturas es ya casi igual
al de México) podría llevar a las empresas de la fábrica del mundo a trasladar parte de su producción al
país azteca. A China también le vendría muy bien aprovecharse de la enorme red de Tratados de Libre Comercio que México tiene firmados con 60
países, lo que aumentaría la competitividad de las marcas chinas que decidan
producir en suelo mexicano. Hay ya algunas compañías, como la de automóbiles Geely,
que han construido plantas de ensamblaje en México para servir a todo el
continente americano. De esta forma, podría ser la misma China, que puso en
riesgo la industria manufacturera mexicana durante las últimas décadas, la que
ahora llevaría de vuelta esas fábricas, inversiones y puestos de trabajo.
A
pesar de las tensiones políticas de los últimos años, las relaciones económicas
entre los dos Estados han seguido avanzando. China es ya el segundo socio
comercial de México (sólo por detrás de Estados Unidos), mientras que el país
azteca es el segundo socio comercial del gigante asiático en América Latina (tan sólo Brasil
está por delante). El nuevo clima político puede ampliar los ámbitos de
colaboración económica y llevar a un mayor nivel unas relaciones que todavía
están muy por debajo del potencial de estas dos naciones emergentes.
Además
de esta vertiente económica, los dos países podrían profundizar mucho en
cuestiones culturales y educativas, donde ambos tuvieron una importante
relación durante los 70 y 80. El país azteca fue en aquella época, liderado por
el Colegio de México, uno de los grandes receptores de investigadores,
profesores y estudiantes procedentes de China. Muchos de los diplomáticos,
funcionarios y empresarios chinos que se mueven hoy en el ámbito
latinoamericano estudiaron precisamente en México, que todavía hoy sigue
recibiendo muchos de los estudiantes del gigante
asiático que cursan
estudios en países de habla hispana.
La
reconciliación entre China y México no es relevante sólo para los dos Estados,
sino también a escala internacional. Como segunda economía del mundo, China
busca aliarse con otras naciones emergentes, depender en menor medida de los
países desarrollados y buscar nuevas oportunidades en los lugares donde está
habiendo crecimiento económico. Sus mejores relaciones con México pueden
provocar cambios importantes en su industria de manufacturas y un nuevo salto
(tecnológico y competitivo) en su acceso a los mercados de Norteamérica y
América Latina. Desde el punto de vista político, sus buenas relaciones con México
pueden también poner punto y final a las quejas de uno de los países que más ha
protestado ante las instituciones internacionales (sobre todo en la
Organización Mundial del Comercio) sobre las prácticas de dumping y subvenciones del Gobierno
chino.
México, la primera economía de habla hispana (undécima mundial en paridad de poder de compra),
espera que el Imperio del Centro le ayude a no poner todos los huevos en el
mismo cesto (básicamente en Estados Unidos) y que se le puedan abrir puertas al
creciente mercado chino, sobre todo en un momento en el que el país asiático
busca aumentar su consumo interno. La nueva relación entre las dos naciones
vuelve ahondar y consolidar el crecimiento de los países emergentes, cada vez
más necesitados de establecer alianzas sólidas y de buscar sinergias allí donde
se encuentra el crecimiento económico. México y China pueden convertirse en uno
de los mejores ejemplos de esta nueva cooperación sur-sur.
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