domingo, 11 de agosto de 2013

TELEFONO ROJO ENTRE RUSIA-EEUU CUMPLE 50 AÑOS DE SERVICIO

Tomado de esglobal

 INTERFERENCIAS EN EL 'TELÉFONO ROJO'

Por Javier morales

La cancelación por Obama de la cumbre con Putin es el resultado de las tensiones de los últimos meses.
No deja de ser irónico que el anuncio de que no se celebrará la cumbre entre Vladímir Putin y Barack Obama prevista para septiembre haya coincidido con el 50º aniversario del famoso teléfono rojo, la línea directa entre los líderes de Washington y Moscú. En 1963, tras la crisis de los misiles, EE UU y la URSS acordaron establecer este sistema de comunicación para tratar de prevenir una nueva escalada de las tensiones, que podría tener trágicas consecuencias en forma de guerra nuclear. Hoy, sin embargo -superada ya la Guerra Fría y en plena era de la información instantánea-, parece que continúan surgiendo desacuerdos bilaterales que no se solucionan con el mero diálogo.
Es improbable que el caso de Edward Snowden, el empleado de la inteligencia estadounidense a quien Rusia acaba de conceder asilo, haya sido la única causa de la decisión de Obama; quien, por cierto, anunció en un primer momento que la reunión se celebraría de todas formas, para después retractarse. Pese a la retórica, Washington es consciente de que sus argumentos para reclamar la extradición son débiles, en ausencia de un tratado bilateral que lo regule. Snowden aparece ante gran parte de la opinión pública europea -también, por supuesto, la rusa- como un whistleblower al estilo de Julian Assange o Bradley Manning, perseguido por su gobierno tras haber revelado un escandaloso programa de espionaje. Si los hechos se hubieran producido a la inversa, tampoco resulta difícil imaginar a un agente ruso refugiado en un país occidental: ya ocurrió, por ejemplo, con el trágicamente asesinado Alexander Litvinenko, protegido por el Reino Unido tras huir de su país.
Más que una represalia contra Moscú por acoger al fugitivo, el aplazamiento sine die de esta cumbre es el último episodio en una larga serie de desencuentros, que se remontan al menos a la decisión de Putin de regresar a la presidencia el pasado año. Ante una población cada vez más crítica con la situación económica y el mal endémico de la corrupción, el Kremlin ha preferido recurrir al viejo argumento de la amenaza exterior para distraer la atención de sus ciudadanos y movilizarlos en torno al sentimiento nacionalista, que Putin ha sabido utilizar con gran eficacia. Así, decisiones como el apoyo al régimen de Bashar al Assad en Siria -principal punto de fricción con EE UU en los últimos meses- tienen una clara orientación interna: transmitir el mensaje de que el putinismo es la única garantía de una Rusia fuerte y respetada en el mundo, capaz de adoptar posiciones independientes de Occidente.

En Washington, indudablemente, la política interna ha sido también un factor clave para la decisión de la Casa Blanca: el propio diario New York Times recomendaba, en su editorial del 6 de agosto, cancelar la cumbre ante las “provocaciones” rusas. Pese a que la Administración Obama cosechó inicialmente importantes éxitos con su política de reset de las relaciones con Moscú, superando el bloqueo de las mismas como consecuencia de la guerra de Georgia, y llegando a alcanzar acuerdos como el nuevo Tratado START de desarme nuclear, esto no ha sido suficiente para aconsejar su continuidad. La oposición republicana, por su parte, no ha cesado de acusar al presidente  estadounidense de debilidad ante un régimen que difícilmente puede calificarse de democrático, que obstaculiza continuamente las políticas de EE UU, y al que continúan percibiendo ante todo como un rival por el poder mundial. Aunque gran parte del problema fueran las, tal vez, exageradas expectativas depositadas en el nuevo clima diplomático con Rusia, no es de extrañar que lo que predomine hoy en Washington sea una cierta fatiga hacia el diálogo bilateral; el cual supone un desgaste notable para la Administración Obama y proporciona escasas contrapartidas tangibles que ofrecer a la opinión pública.
Sin embargo, aunque se esté extendiendo la idea de que el aparente fracaso de la política de reset dará lugar a una nueva era de hostilidad entre Washington y Moscú, realmente estamos asistiendo a lo que es -pese a todo-  una normalización de las relaciones esperables entre dos potencias con presencia global. En un mundo cada vez menos unipolar y más multipolar, sería absurdo esperar que los intereses de ambas partes coincidieran en la misma medida que entre cada una de ellas y sus respectivos aliados; incluso entre ambas orillas del Atlántico, por ejemplo, las visiones del mundo no son en absoluto coincidentes, como el propio escándalo del espionaje denunciado por Snowden se ha encargado de recordar. Un escenario en el que los desacuerdos se manifiesten mediante gestos diplomáticos, asumiendo la legitimidad del interlocutor para perseguir sus propios intereses sin que esto impida alcanzar acuerdos en cuestiones puntuales, es probablemente el mejor de los futuros posibles. 

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