sábado, 27 de noviembre de 2010

La nueva ruta de la seda Parte 2: La extinción del tigre siberiano

Tomado de RFI

Por Heriberto Araújo y Juan Pablo Cardenal
desde Dalnerechensk (Rusia Oriental)

Cazador simpático y hablador, Nikolai Salyuk ofrece asiento y zumo de frutos del bosque casero en el jardín trasero de su casa donde, cada primavera, improvisa un pequeño huerto que arroja toda una explosión de vida tras los rigores del inhóspito invierno siberiano. Estamos en Roschino, una pequeña localidad de calles polvorientas sin asfaltar y sencillas casas de madera con antena parabólica situada a un centenar de kilómetros de Dalnerechensk, en dirección al corazón de los bosques siberianos en el lejano oeste de Rusia.

Nikolai, geólogo por el Instituto de Geología de Moscú y residente y activista en la zona desde 1975, explica de forma clara y directa que, como consecuencia de las talas indiscriminadas que llevan décadas destruyendo la biodiversidad en la región, una de las mayores reservas ecológicas del planeta es también una de las más amenazadas. El tigre siberiano, el más emblemático de cuantos depredadores viven en ese hábitat, escenifica el drama medioambiental de Siberia. Según Nikolai, el felino tiene las horas contadas.

“Si el Gobierno no protege los bosques de la explotación industrial, dentro de muy poco el tigre estará totalmente extinguido. La única opción para salvar la fauna es prohibir la tala”, advierte. Su advertencia coincide con la que, días atrás, nos había hecho Vladimir Bojarnichov, experto medioambiental del Instituto del Pacífico de la Academia Rusa de Ciencias en Vladivostok. Según éste, la destrucción de la tala desde la época soviética ha dejado como resultado un bosque muy fragmentado que ha destrozado la biodiversidad y la base de la pirámide de sostenibilidad, impactando sobre la cadena de alimentación de la fauna.

“La mayor parte de los bosques de roble ya no están. El fruto de este árbol es clave en la alimentación del jabalí y de otras presas de los tigres, así que se han visto forzados a cambiar sus hábitos alimenticios y a trasladarse a otras zonas”, explica Nikolai Salyuk, quien dice haber visto a los tigres cazar en grupo –pese a que es cazador solitario- o incluso episodios de canibalismo. Ello ha llevado a los felinos a acercarse también a los asentamientos humanos, donde los perros son presa fácil. “Los tigres se acercan a los pueblos siguiendo a los jabalíes. Y al amanecer o al anochecer, atacan a los perros”, asegura.

En ruta desde Dalnerechensk, capital de la industria maderera muy próxima a los inacabables bosques que se despliegan hacia el este, somos testigo a lo largo de 100 kilómetros de carreteras rotas y solitarias de un incesante tráfico de enormes camiones cargados de pesados troncos en dirección a la estación del Transiberiano en Dalnerechensk. Allí espera un tren con más de 40 vagones que en breve emprenderá rumbo a Suifenhe, China, país que por estar inmerso en una urbanización salvaje y crecer a toda velocidad demanda vorazmente madera sin procesar. Una demanda insaciable que alimenta sin remedio el desastre medioambiental en Siberia.

Una demanda que, de hecho, se multiplicó a partir de 1998 después de que una riada devastadora, consecuencia de la deforestación por décadas de talas indiscriminadas, dejara miles de muertos en China y el Gobierno de Pekín decidiera prohibir el corte de árboles prácticamente en todo el país.

“La responsabilidad de la situación medioambiental de los bosques siberianos es al 50 por ciento de China y Rusia. No podemos decir que el Gobierno chino sea el único responsable, pero desde luego que su actuación ha tenido un alto impacto”, zanja Bojarnichov.

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