sábado, 1 de septiembre de 2012

Cultura del Trabajo



Nuestro primer trabajo remunerado fue repartiendo periódicos a las cinco de la mañana en el edificio de veintiún pisos en donde residíamos cuando tenia unos 14 años.

Ese primer trabajo fue una experiencia que marco positivamente lo que se convirtió en nuestra cultura de trabajo por los pasados veinticinco años de mi existencia.

Fueron en esos primeros años de nuestra adolescencia lo que ayudó en gran medida a forjar nuestro espíritu empresarial, ya que a esa edad vimos que las posibilidades de crecer eran infinitas.

En esa etapa de nuestra vida el tener diez dólares en la cartera que nos había regalado nuestra abuela en las navidades, era una experiencia religiosa.

Uno se sentía que tenía un millón de dólares con uno y que podías comprar lo que sea, se podría describir como un sentimiento de invencibilidad absoluta, era como si la criptonita no funcionara.

Después de esa experiencia tuvimos la dicha de conocer muchas personas de diferentes partes del mundo, estratas sociales y personajes sacados de una novela de ficción.

También tuvimos la ventaja y la bendición de aprender de sabios maestros que para sorpresas de muchos nunca pisaron un salón de clases o simplemente nunca han salido de su pueblo natal.

Fueron muchas las lecciones y las largas horas de trabajo que nos brindaron las herramientas, escenarios y los protagonistas esenciales para poder mirar a los ojos a cualquiera y saber lo que se siente estar en cualquiera de esos trabajos humildes y que entendemos que son sencillos, hasta que nos toca estar en sus zapatos y apreciar lo importante que son.

Tuvimos el privilegio y el honor de servir y laborar con cientos de miles de personas de los cuales a cada uno de ellos aprendíamos una nueva lección de vida. A su vez, no fue hasta después de los veintiún años que nos dimos cuenta que cada uno de los trabajos en donde estuvimos forjaron el hombre que somos hoy.

Fueron esas horas de arduo trabajo, sudor, malos humores, regaños (necesarios algunos y otros solo poca vergüenzas) la que nos moldearon. Desde el estar limpiando una farmacia, hasta estar cargando cajas en un almacén, lavar carros, cortar grama, mesero, tiendas de videos (cuando se veían películas en VHS), en el gobierno federal, legislatura.

Como después de habernos graduado las experiencias que tuvimos en el “mundo laboral” de las agencias de publicidad, firma de relaciones públicas, compañía de producción de eventos, chofer, entre otros que no mencionaremos.

Esto sin dejar fuera las horas de servicio comunitario que realizamos en la secundaria, universidad y después de adulto, en donde no solo servíamos al publico indigente, sino que nos envolvíamos de lleno en las juntas directivas.
 
Fue ahí en donde el servir se calo dentro de nuestra alma y nos ensenó que la humildad abre más puertas que tener un millón de dólares. Que el alma se llena de una forma diferente que las otras facetas de nuestra vida. Que una mirada dice más que millones de libros.

Fue entonces cuando llegue a ese mundo del servir en donde el conocimiento de la calle, la experiencia de la diversidad de mundos por donde nos habíamos paseado, e unieron a la sabiduría del alma.

Fue entonces en donde entendimos la razón de la cultura del trabajo, que el secreto de hacer labor no es para enriquecer nuestros egos y mucho menos nuestros bolsillos, sino que nos brinda un sentido de pertenencia, es una manera clara y contundente que le decimos al mundo que hacemos una diferencia, que nos probamos de que estamos hecho y las capacidades u oportunidades de crecimiento y las posibilidades infinitas que existen.

La cultura del trabajo, no es mas que la sabiduría del corazón hecho realidad, va mas allá de un simple sentido de compromiso y juego de palabras como: responsabilidad, solidaridad y de trabajo en equipo.

Va mas allá, es un sentimiento que se planta en nuestro terreno fértil de nuestra inocencia, que si bien cuidado, nos abrirá puertas, nos enseñarán nuevos caminos y nos dará la oportunidad infinita de alcanzar lo que podamos imaginar.

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Waldemar Serrano-Burgos, CEC
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