sábado, 29 de septiembre de 2012

Visión cortoplacista conduce al mundo al despeñadero


 Tomado de Foreign Policy

ASÍ SE PIERDE EL FUTURO

 Por Daniel Altman

Por qué el cortoplacismo es la mayor amenaza contra la economía mundial.
El mayor problema que amenaza a la economía global no es el cambio climático, ni los desequilibrios comerciales, ni la regulación financiera, ni la eurozona. Es el pensamiento a corto plazo. El planeta sufre desde hace varias décadas una epidemia de miopía que está poniendo en peligro nuestra calidad de vida más que ninguna otra cosa.
Es una epidemia con varias causas, y no todas de ellas son siniestras a primera vista. Parte del problema es la creciente complejidad de la economía mundial. La vida es cada vez más difícil de administrar con la capacidad intelectual a nuestro alcance.
Para comprenderlo, imaginémonos a un maestro de ajedrez. Quizá puede pensar en unos ocho movimientos por adelantado. Ahora añadan más casillas al tablero, y tal vez unas cuantas piezas más. ¿Cuántos movimientos será capaz de planear de antemano? Ocho no, desde luego; quizá ni siquiera cinco. Pues de la misma forma, como la economía mundial está cada vez más interconectada, nuestras vidas se están volviendo cada vez más complejas, llenas de muchas más piezas, y ya no podemos limitarnos a pensar solo en las más cercanas. Como consecuencia, nos es más difícil hacer planes a largo plazo. Cada rincón de la economía global es como un tablero de ajedrez con un número infinito de casillas; existe demasiada incertidumbre.
Los aspectos estructurales de la economía mundial están agravando el problema. Por ejemplo, la cultura de ingresos trimestrales de los -mercados financieros -la obsesión por cumplir las expectativas de beneficios empresariales de los analistas cada tres meses, por muchas acrobacias financieras que ello implique- debe su existencia, en parte, a unas decisiones arbitrarias sobre la frecuencia con las que las empresas tienen que informar sobre sus resultados.  Además, el dinero invertido en campañas políticas ha permitido que se prolonguen de forma considerable -hasta 22 meses en el caso de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008-, mientras que los ciclos legislativos siguen siendo más o menos los mismos. Por ejemplo, en Estados Unidos, con solo dos años entre una legislatura y otra, apenas queda tiempo para prestar atención a nada que no sea la reelección.
Junto a estos obstáculos, existe otro factor verdaderamente odioso que fomenta el pensamiento a corto plazo: el narcisismo. Este rasgo de personalidad ha sufrido unos cambios perceptibles. En los sondeos realizados por psicólogos entre las sucesivas promociones de estudiantes universitarios, el nivel de narcisismo -muchas veces definido como una falta de empatía- ha ido aumentando sin cesar desde finales de los 70. Está claro que el movimiento del “potencial humano” de los 60 se transformó en la necesidad de realizarse de los 70, el egoísmo de los 80, la autoafirmación de los 90 y, por último, el ensimismamiento de la era de Internet. Los narcisistas no solo se identifican menos con los demás en el momento actual; también sienten menos empatía hacia los demás en el futuro, incluidos ellos mismos.
Las consecuencias de estos cambios se observan en todos los ámbitos de la economía global. Las personas no hacen los planes necesarios para su jubilación; no les preocupa como debiera lo que va a ser de ellos en el futuro. También están dispuestos a aplazar sus deudas, en modalidades que van desde las tarjetas de crédito hasta los bonos del tesoro. Lo que están haciendo es robar a las generaciones futuras para sostener su forma de vida actual. Sin embargo, a largo plazo, sus acciones pueden tener efectos catastróficos: una oleada de crisis de la deuda, tal vez, o unos tipos fiscales tan altos que asfixiarían incluso a las economías que más crecen.
El sector empresarial también está sufriendo. Los gestores obsesionados por cumplir sus objetivos trimestrales pueden ignorar inversiones rentables a largo plazo si el coste inicial es demasiado grande. Ocurre sobre todo con las llamadas inversiones sociales, cuyos beneficios pueden no materializarse hasta varios años después. Por ejemplo, ¿qué directivo va a gastarse más dinero en contribuir a la calidad de la educación en el entorno de su empresa si los beneficios, es decir, los trabajadores más cualificados y los consumidores más ricos, quizá no se vean hasta después de que él se haya jubilado?
Los gobiernos también están pasando por alto valiosas oportunidades de ayudar a crecer a sus economías. Las infraestructuras, la investigación científica y la educación son muy caras a corto plazo, y sus beneficios pueden tardar varios años o incluso una generación en hacerse realidad. Pero esos beneficios, consistentes en salarios más altos, mayor competitividad y crecimiento económico, son enormes. La cuestión es: ¿Cómo conseguir que un político se centre en esas inversiones si, para cuando rindan beneficios, es posible que haya dejado su cargo hace mucho? Y ya que hablamos de ello, ¿cómo hacer que gaste hoy dinero para defendernos contra el calentamiento global o alguna otra calamidad aparentemente remota?
La  respuesta en los dos casos, por supuesto, es que los votantes -y, en el sector privado, los accionistas- deben transmitir un firme mensaje de castigo del cortoplacismo. Para que eso sea posible, tenemos que cambiar nuestras preferencias. Debemos asumir la responsabilidad de nuestros propios excesos. Debemos enseñar a nuestros hijos a que no busquen la gratificación inmediata, a que trabajen duro aunque los resultados no se vean enseguida y a que empleen todas las herramientas a su alcance para comprender las numerosas complicaciones de un mundo lleno de incertidumbre.
Si no lo hacemos, corremos el riesgo de ver defraudadas nuestras expectativas y sufrir una decepción que será catastrófica para la economía y desde el punto de vista psicológico. Ya hoy, el nivel de vida de la generación joven en las economías más ricas está empezando a empeorar respecto al de sus padres. La reacción de los jóvenes ha sido pedir prestado más y desde más pronto, y las montañas de dinero barato suministradas por los bancos centrales de todo el mundo se lo han permitido.
Esa no es más que una forma de acelerar el desastre. Ha llegado el momento de ampliar nuestros horizontes en casa, en la oficina y en el gobierno, antes de que nuestro futuro desaparezca por completo.

2 comentarios:

  1. Buenas noches, soy estudiante de administración, según lo publicado por usted, entiendo que el cortoplacista es aquel que toma decisiones para obtener beneficios en corto plazo algunas veces arriesgando que en un futuro no tenga rentabilidad, lo que implica en algunos casos que la organización o empresa no crezca, estoy en lo correcto? gracias

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  2. Así es usted está en lo correcto, muchos solo ven un efecto inmediato, efervescente, lo cual no es duradero y a veces con medidas cortoplacistas solo se afecta el futuro. Atentos saludos

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