
Y
es lógico: normalmente suele suceder con personas demasiado jóvenes, cuyo nivel de madurez es muy insuficiente
para afrontar una responsabilidad de este tipo. Todo tiene su tiempo y su edad,
y la responsabilidad que requiere una familia difícilmente se tiene a los 18 ó
20 años. Esa es edad para otras cosas. En segundo lugar, sucede mucho más
frecuentemente en parejas que casi se acaban de conocer, y cuya relación es
informal e inconsistente, que en parejas de novios con un carácter formal y con
un conocimiento mutuo mayor. Ello significa que en la mayoría de los casos ni
siquiera se conoce a la persona con quien se supone debe compartirse la vida.
Lo más probable es que no sea la persona adecuada.
En
tercer lugar, suele surgir un rechazo de ambas parte hacia la situación misma,
y un reproche mutuo, consciente o inconsciente, por verse atados, y todo ello
se va a proyectar sobre el bebé, quien será “el culpable” de la situación. El
resultado de todo ello suele ser la ruptura prematura de la unión,
probablemente dos vidas de alguna forma afectadas, sobre todo la de ella, posibles
futuros profesionales truncados y lo que es peor, un hijo sin padre, porque frecuentemente
el padre se desentiende de su responsabilidad; a veces también sin madre,
porque tampoco tiene capacidad para asumirla en forma; y únicamente con
abuela-mamá, porque al final suele ser la abuela materna la que se hace cargo
de la situación.
Si el embarazo indeseado sucede, y
dejando de lado la opción de continuar con él o no, tema en el que no voy a
entrar; en principio, no me parece la mejor opción el matrimonio de emergencia,
a no ser, que no sean ya tan jóvenes, y que la relación sea ya muy formal y encaminada
al matrimonio, con lo que el embarazo únicamente aceleraría un poquito la
unión. Un hijo no debe ser necesariamente el motivo del matrimonio de dos
personas. Mi recomendación es que traten de afrontar, en la medida de su
capacidad, cada quien su responsabilidad como padre y madre, procurando sustento
económico y atención afectiva, emocional y educativa para el hijo, pero desde
una posición independiente, sin sentirse atados el uno al otro, sintiendo un
compromiso únicamente con el hijo.
Es
más probable de este modo que algún día, después de esforzarse por un objetivo
común, y sin otro tipo de presiones, lleguen a decidir por su propia voluntad,
y con mayor madurez, formalizar la relación familiar en matrimonio. Y si no
fuese así, al menos habrá habido un compromiso de ambos hacia el hijo, y éste no
habrá sufrido el enorme conflicto que supone el fracaso y la ruptura. La
actitud de los padres de los jóvenes es fundamental en estos casos.
Frecuentemente toman una actitud de enemigos de la otra parte, al tiempo que
presionan para que se casen, poniendo con ello una dificultad más en la ya
difícil situación.
Los
padres no deberían ejercer presión para el matrimonio, sino orientación,
estímulo, motivación y ayuda para que a los jóvenes se les haga más atractivo
asumir su responsabilidad para con el hijo, tomando en cuenta que si hay
alguien que no tiene ninguna culpa es el propio hijo, y si hay alguien que
necesita todo tipo de atención es también el hijo. Suelen ser incluso los
padres de los jóvenes quienes toman la decisión de “casarles”, pensando en el
“qué dirán” más que en los jóvenes y en el bebé; suelen pensar también, y eso
es algo cultural, que con el matrimonio “se lava” la situación, y que los
jóvenes ya aprenderán a quererse. Es un error. Es condenarles a un probable
fracaso. El hijo necesita unos padres comprometidos más que una pareja
fracasada.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica,
Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad
Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha
enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión
en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes
medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con
objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de
apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar
acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras instituciones en
sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital
Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la
embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me
hizo acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por
la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer métodos como
video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en
diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para
mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite
a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son
demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta
privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.
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