sábado, 19 de febrero de 2011

El impacto en El Salvador de las crisis políticas árabes

Tomado de La Prensa Gráfica

Por Eduardo Calix

La revuelta contra el régimen del presidente Hosni Mubarak ha hecho saltar el precio del crudo por encima de los $100 el barril. La mera amenaza de inestabilidad en la región, que produce 60% de la cotizada materia prima, alarma a los mercados internacionales.

Hay quienes ya hablan de un efecto dominó en que la caída de un dictador lleva a la caída del siguiente. Pero, curiosamente, todos los países tocados por la insurrección –iniciada en Túnez y seguida por Egipto, Jordania y Yemen– tampoco exportan crudo. La excepción es Argelia.

Todos tienen en común pobreza, alza de los precios de los alimentos básicos y gobiernos sin fin. Es la misma realidad de la mayoría de los países árabes exportadores de crudo, que no han sido capaces de satisfacer las demandas ciudadanas.

Las variaciones del precio del petróleo son una advertencia del escaso margen de maniobra para países totalmente dependientes, como El Salvador. Esta vez los precios son empujados al alza por el temor de una disminución en la oferta.

Debido a la baja actividad económica, desde la crisis desencadenada en 2008, la demanda es moderada. Pese a ello, cualquier amenaza de baja de la oferta detona el alza de precios. Ocurrió hace algunas semanas con la ruptura de un oleoducto en Alaska. Ello bastó para la subida de un par de dólares más por barril.

Los expertos creen que el shock petrolero, tarde o temprano, impactará elevando más los precios y provocando un enfriamiento en la actividad mundial. Según cálculos del FMI, por cada $5 que aumenta el precio del barril, la producción del planeta disminuye en 0.3%.

Si el Canal de Suez, por el que pasan cuatro millones de barriles por día, quedase vedado al paso de tanqueros a consecuencia de una huelga o un sabotaje, el impacto en Europa sería inmediato.

Ni hablar si la revuelta democrática llega a Arabia Saudí. Al parecer, a la monarquía saudí nadie le ha señalado la necesidad de reformas. Ello, pese a que las libertades ciudadanas están muchos más restringidas que en Egipto.

Shocks petroleros, como el que se vio en 1973, generan inflación y ello afecta el bolsillo de los consumidores, lo que merma la demanda de otros productos. Esto a su vez repercute sobre el empleo y así continúa el círculo vicioso.

En la industria ya se habla de un “punto de quiebre” en los $100 por barril. A partir de ahí entrarían a ser viables fuentes de energía sustitutas, aunque ninguna tiene la capacidad de reemplazar al petróleo en poco tiempo.

Nuestra vulnerabilidad energética preocupa. El precio de la energía en el país crece día con día. Lo que más conviene al Gobierno y a la ciudadanía es volcarnos a la explotación de energías renovables limpias con un plan de incentivos para quienes las adopten.

Al habernos obsequiado la naturaleza muchos meses de luz solar, el país podría explorar la conveniencia de instalar cientos de miles de paneles solares, inversión onerosa al principio pero mucho más ecológica y barata a largo plazo.

Ello bajaría la factura que hoy los hogares y el país pagan por energéticos importados o por estaciones lluviosas no copiosas incapaces de llenar los embalses de nuestras represas hidroeléctricas.

El Gobierno puede crear una institución destinada a impulsar energías renovables no convencionales que incrementen la autonomía nacional.

Este es un asunto de la mayor importancia para El Salvador. Y el Estado, de la mano de la cooperación internacional, el sector privado y la ciudadanía, debería asignarle la mayor prioridad.

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