lunes, 18 de marzo de 2013

Clase media aspiracional será decisiva en elecciones de 2014

Tomado de El Confidencial

El entrampamiento de El Salvador y sus escenarios políticos

Por Arturo Cruz*

¿Quiénes son los representantes políticos de esta mayoría que podemos clasificar como clase media 'aspiracional', y cuyo grado de frustración es cada vez más evidente a medida que sus aspiraciones no son satisfechas?

Si bien es cierto que entre las numerosas encuestas que se realizan en El Salvador uno encuentra lo que a uno le conviene argumentar, la mayoría de ellas sugieren que su sociedad política, como sucede en casi todos los países de América Latina, se ha devaluado en el aprecio de los ciudadanos.

¿Una sociedad política devaluada?

En la encuesta de IUDOP publicada en diciembre del 2012, cuando ésta preguntó a los consultados sobre ¿cuánta confianza tuvo durante el 2012 en los partidos políticos?, 50.3% aseguró que ninguna, 33.6% contestó que poca, y solamente el 16% expresó alguna o mucha confianza. Y cuando preguntó sobre el partido de su preferencia, 49.4% contestó ninguno, 26.4% el FMLN y 20.9% ARENA[1]. En encuestas más recientes, el porcentaje de ciudadanos que se identifican con los principales partidos de El Salvador ha incrementado, aunque el 65% de los salvadoreños afirman que votarán motivados por el candidato (porcentaje que sube al 81% de los indecisos), mientras que el 29% dice que su voto será motivado por el partido.

Lo notable es el contraste entre los números de los partidos políticos y los de Mauricio Funes y  Antonio Elías Saca, los que se han conservado consistentemente altos en la opinión pública, de manera que a pesar del pobre desempeño económico de El Salvador, la evaluación personal de Funes en la encuesta de El Mundo publicada en diciembre del 2012,  entre excelente y buena sumaban 59%, con sólo 10% de pésima o mala. Mientras Antonio Elías Saca obtuvo 52% de opiniones positivas sobre su persona, 17% mala y 27% indiferente, a pesar de 4 años de acusaciones —la mayoría de ellas emanadas de la dirigencia de lo que fue su corporación política —por sus supuestas irregularidades cuando le tocó ejercer la primera magistratura de su país. No se puede decir lo mismo de los otros tres ex presidentes de ARENA, cuyos números personales están muy distantes de los de Saca.

¿Qué explica semejante contraste? Sobre todo, cuando se toma en cuenta que ARENA y el FMLN fueron los vehículos que los llevaron a sus respectivas presidencias. ¿Qué explica que la mayoría de los salvadoreños los disculpen de una economía sin movimiento, del estancamiento de sus ingresos familiares, y de lo que parece ser un país en un callejón sin salida?

Los números económicos

Esta sensación de malestar con su condición económica ya era notoria entre los salvadoreños en el 2010, cuando como parte de un esfuerzo en 25 países de las Américas, se realizó el estudio sobre Cultura Política de la Democracia en El Salvador: Consolidación democrática en las Américas en tiempos difíciles. Ante la pregunta de que: ¿si el ingreso de su hogar ha disminuido, permanecido igual o aumentado en los últimos dos años?, 47.4% de los salvadoreños respondieron que igual, un 40.6% afirmó que más bien había disminuido, el tercer porcentaje más alto entre los 25 países del estudio, y solamente el 12% dijo que el ingreso de su hogar había aumentado, el segundo porcentaje más bajo entre esos 25 países (Encuesta IUDOP, FundaUngo,Vanderbilt U, LAPOP, Noviembre 2010).

Los números económicos son la explicación de estas respuestas. A partir del 2009, la economía de El Salvador o ha registrado tasas de crecimiento negativas o muy modestas, de manera que en términos reales, el PIB per cápita de sus ciudadanos todavía en el 2011, no recuperaba su nivel del 2008. Y recientemente, en su cuarto informe de coyuntura económica, FUSADES señalaba que a finales del 2011, 47.5% de los salvadoreños se situaban por debajo de la línea de la pobreza, en comparación a 38.1% en el 2006.

Si se parte del crecimiento del 1.5% en el 2011, y suponiendo el mismo crecimiento poblacional de años recientes, le tomarían 89 años a los salvadoreños para duplicar en términos reales su PIB per cápita. El crecimiento de El Salvador se espera que cierre en 1.3% en el 2012, y se anticipa 1.0% en el 2013. Suponiendo que Costa Rica continuará creciendo al 4.2% como fue en el 2011, le tomarían 23 años para duplicar el PIB per cápita de sus ciudadanos (en el 2012 se espera una tasa del 5%), mientras a Guatemala, con 3.8% en el 2011, le tomarían 45 años. Con las tasas de crecimiento del 2011, Honduras duplicaría su PIB per cápita en 38 años, Nicaragua en 20 años,  y Panamá en 8 años (Véase Francisco de Paula Gutiérrez, Centroamérica: situación, perspectivas y retos, CEFSA, abril 2012).

Lo dicho no es nuevo puesto que a partir de 1996, las tasas económicas de El Salvador no se han destacado por su vigor, inclusive en comparación con las economías de sus vecinos, aunque durante los últimos 4 años el crecimiento ha sido particularmente deficiente. Se espera un crecimiento promedio entre el 2010 y, los crecimientos anticipados en el 2013 y 2014, por debajo del 2.1%, el promedio del quinquenio 2000-2004, el de menor crecimiento durante las últimas dos décadas previo a la debacle de la economía mundial del 2009.

En su estudio sobre la economía salvadoreña durante las últimas dos décadas, el Departamento de Estudios Económicos y Sociales de FUSADES, dividió a estos años en tres periodos, caracterizando al de 1990-1995, como uno de “franca recuperación”, al de 1996-2004, como una “larga fase de desaceleración”, y al de 2005-2008, como una “corta fase de recuperación”, truncada por la crisis de la economía mundial en el 2009 (Fusades, ¿Cómo está El Salvador?, julio 2009).

Sobre el por qué de este crecimiento tan anímico hay varias hipótesis, incluyendo la de flujos de inversiones nacionales y extranjeras muy bajos, de manera que durante los últimos 4 años la tasa de inversión privada y pública no llegó ni al 14% del PIB. El hecho es que sin crecimiento económico los números fiscales se complican aún cuando se logre aumentar la carga tributaria. Y hay un sin número de bienes esenciales, que el Estado deberá ofrecer a su comunidad de ciudadanos con un mínimo de efectividad y justicia, pero, sin crecimiento, no hay suficiencia tributaria para que los partidos puedan cumplir con la entrega de esos bienes esenciales y ejercer su función en las democracias liberales como los mediadores principales entre el Estado y la sociedad.

¿Cómo hacer entonces para que la sociedad política pueda desempeñar esta función, en un contexto de exigencias ciudadanas cada vez mayores, con ingresos tributarios escasos propios de un crecimiento económico raquítico, y sin descuidar los equilibrios macroeconómicos?

En años recientes, los déficits fiscales de El Salvador no dejan de rondar los 4 puntos del PIB (-5.6% en el 2009), por lo que sus autoridades se han sentido presionadas a “racionalizar” los gastos del gobierno central, particularmente los subsidios estatales al gas licuado, al transporte público y al consumo de electricidad, cuyos montos desde el 2006 (cuando el precio internacional del petróleo aceleró su tendencia alcista), han tenido un piso cercano a los 200 millones de USD y un techo de 400 millones de USD, el monto estimado para el 2012.

Salvo los años de 1993, 1994 y 1995, de crecimiento vigoroso post conflicto armado y reconstrucción, y 2007, cuando El Salvador creció a 4.7%, la tasa más alta desde 1996, y la carga tributaria llegó a 14.4% del PIB, 2.2% por encima de la del 2004, los ingresos del Estado junto con donaciones, no han sido suficientes para cubrir sus gastos, aún cuando se excluyen el pago de los intereses de la deuda. Cuando se incluyen el pago de estos últimos, los ingresos y las donaciones que recibe el Estado salvadoreño, desde 1991, han sido insuficientes para cubrir sus gastos totales. Mientras tanto, la deuda del gobierno central pasó del 47.7% del PIB, 10.7 miles de millones de USD en el 2009, a 57.1% y 13.9 miles de millones de USD en el 2012, generando más dudas durante estos cuatro años sobre la capacidad del gobierno salvadoreño de continuar compensando su insuficiencia tributaria con obligaciones financieras en el exterior.

Las circunstancias actuales de El Salvador son extremadamente difíciles, con la agravante de que no quedan “conejos” que sacar del sombrero del mago para continuar alimentando las esperanzas de una mejor economía entre los salvadoreños. Lo que se podía privatizar se privatizó, incluyendo las pensiones en 1997 (que con el agotamiento del fondo común en el 2003, hoy representan una obligación anual para el gobierno central de 500 millones de USD), sin mencionar a la dolarización, el conejo mayor de las últimas dos décadas. Y los flujos de inversión extranjera directa, supuestos a generar los empleos del futuro, no terminan de materializarse para los 16 mil profesionales que han salido como promedio anual de las universidades salvadoreñas durante los últimos cuatro años.

Los que sostienen a El Salvador son los de su inmensa diáspora económica, gran parte de los cuales, en vez de recoger café en las alturas de su país como lo hicieron sus antepasados, ocupan hoy hasta dos o tres empleos, limpiando oficinas en Maryland y Virginia, trabajando en la construcción en la Florida y en las procesadoras de pollos en Arkansas. Sus remesas (3.910 millones de USD en el 2012) y los gastos que incurren en sus peregrinajes a su tierra natal, son los motores de la demanda interna que alimentan los servicios y la construcción.
 
 

Un país de clase media “aspiracional”

Lo expuesto no significa que El Salvador sea el mismo país de cuando se firmaron los Acuerdos de Paz en 1992. La estructura económica cambió, la población es mayoritariamente urbana, y la tendencia de los índices de pobreza, al menos hasta el 2006, fue a mejorar. Durante estos años, el capital histórico (oligárquico si se quiere), o murió económicamente, o sus activos, desde la banca, seguros, cemento, licores, línea área, se han transferido a intereses transnacionales, con lo que un buen número de los ricos de otrora, ya no tienen empresas, al menos en El Salvador, aunque sin dudas son más ricos que nunca. Durante estos años también surgieron nuevos grupos empresariales, más modestos en su acervo económico, y más cercanos en sus raíces a los sectores medios.
Estoy dispuesto a alegar que El Salvador durante estos años adquirió un perfil social de clase media, no tanto por el lado de los ingresos, sino más bien por el lado de las aspiraciones. La gran mayoría de los salvadoreños, aspiran a pertenecer a la clase media, tal como lo caracterizó Jorge Castañeda pensando en la sociedad mexicana, es decir, aquellos que pretenden una “vivienda digna, aunque pequeña; un automóvil, acceso al crédito, el conjunto de bienes duraderos (televisión, refrigeradora, lavadora de ropa, computadora, teléfono fijo o celular), vacaciones anuales por modestas que sean; acceso a salud y educación pública o privada, buena o mediocre,  pero que permitan cierta certeza de movilidad social”[2].

¿Quiénes son los representantes políticos de esta mayoría que podemos clasificar como clase media “aspiracional”, y cuyo grado de frustración es cada vez más evidente a medida que sus aspiraciones no son satisfechas? ¿Acaso los representan los partidos políticos dominantes de las últimas dos décadas?

Creo que el partido que durante años tuvo la oferta más atractiva para esta mayoría fue ARENA, porque logró transmutarse en una asociación política con una base de apoyo social heterogénea, que incluía a los “ricos de siempre”, pero también a los pobres rurales, a los profesionales de clase media, y a los empresarios emergentes, todos ellos originalmente unidos por sus miedos a un cambio radical en sus modos de vida. Pero también, porque la corporación defensora de los intereses atávicos de El Salvador, que nació asociada a los “escuadrones de la muerte”, se reinventó como el partido de la modernidad económica, hasta convertirse en la ARENA de la agenda social, con una dirigencia hegemonizada por los representantes de los sectores medios.

Este último ensayo sin embargo concluyó con la expulsión de Saca de la militancia de ARENA por los “ricos de siempre”, mutatis mutandi, el equivalente del fraude electoral de 1972 en contra de Napoleón Duarte, cuando el capital histórico de El Salvador frustró las ansias de movilidad social de los sectores medios emergentes de entonces. Con el golpe contra Saca, la base social de ARENA quedó disminuida a su “clientela superior”, perdiendo en el proceso las simpatías de la clase media aspiracional y de los empresarios emergentes, inclusive, una buena parte, del voto de los pobres rurales, seducidos por los recursos del ALBA/FMLN.

¿Pero entonces qué explica la expulsión de Saca más allá de equipararlo, como lo han hecho los dirigentes de ARENA, como el Arnoldo Alemán de El Salvador? ¿Será que cuando el capital histórico vendió la mayor parte de sus empresas a intereses transnacionales, incluyendo los bancos, los hizo valorizar más que nunca el control de ARENA, como su último instrumento de poder? Será por lo dicho, que el capital histórico no estaba dispuesto a permitir una ARENA hegemonizada por la clase media y los empresarios emergentes, en la que, como mencionó Joaquín Villalobos en su artículo en Prensa Gráfica del 6 de febrero de este año (Poderoso Caballero es Don Dinero), la vieja élite ejercería “influencia” pero no control pleno, y hubiese tenido que cohabitar como iguales con las nuevas fuerzas sociales.

Las contradicciones de ARENA

Que la dirigencia de ARENA no esté dispuesta a ceder el dominio de su corporación política, no significa que no reconozca, aunque sea implícitamente, la contradicción fatal entre su esencia y la mayoría social del país. Esto se manifestó cuando acudieron a uno de sus “asalariados” como candidato para la presidencia de El Salvador, como señaló Villalobos en su columna mencionada anteriormente. El perfil de clase media aspiracional de Norman Quijano (así como su gestión en la alcaldía de San Salvador), le dio inicialmente réditos a la decisión de Freddy Cristiani de escogerlo como el candidato presidencial de ARENA, cuando su imagen llegó a registrar un neto positivo de 48 puntos a mediados de 2012. Sin embargo, estos números se han devaluado de tal manera, como señaló Manuel Hinds en su columna El Punto de Inflexión del 17 de enero de este año en El Diario de Hoy, que en el promedio de tres encuestas, Quijano continuaba con un neto positivo de 24 puntos, pero con Saca registrando un neto positivo de 29 puntos, y con Quijano perdiendo espacio en los sondeos de opinión pública.

En El Salvador del 2013, afirma Manuel Hinds, el candidato de ARENA debe ser capaz de “resolver los graves problemas del país”, puesto que para ganar las elecciones presidenciales ya no es suficiente “la promesa de  detener el comunismo”. Esta última afirmación debe destacarse, ya que todavía en las elecciones presidenciales pasadas, con Funes como candidato del FMLN, en la encuesta de CID Gallup del 7 de marzo del 2009, pocos días antes de los comicios, 23.9% de los encuestados indicaban “miedo a votar por el FMLN”.

Es una paradoja que el partido que manejó a la perfección la combinación de piso y techo electoral, no tenga hoy un piso lo suficientemente sólido como para que el candidato no importe, o un candidato tan fuerte que jale al partido, sin importar la solidez del piso. Más aún, en la víspera de las elecciones nacionales, ARENA no cuenta con las ventajas de instrumentalizar los órganos del Estado, ni con las ventajas de las contribuciones privadas, porque en esta ocasión, el FMLN cuenta con los flujos del ALBA, lo que al menos le da paridad con ARENA en las condiciones de financiamiento para la campaña venidera. En un head to head, ARENA y el FMLN (inclusive en su versión ideológica “más pura”), la victoria del primero no es automática, pese a las deficiencias de la imagen de Salvador Sánchez Cerén como candidato presidencial del FMLN, con un neto negativo de 11 puntos en algunas de las encuestas de enero del 2013.

El FMLN, además de tener su voto duro consolidado, ha sumado votos rurales, lo que pudiese darle el mínimo para ganar, sobre todo, si la masa de electores que hemos asociado con la clase media aspiracional, no siente ni miedo ni esperanza, perdiendo los motivos para salir a votar.

Si bien es cierto que en las elecciones presidenciales de marzo del 2004,  el miedo a la candidatura de Shafick Handal fue un factor motivador para que participase el 66% de la franquicia electoral, no es menos cierto que el otro gran factor motivador fue el candidato de ARENA, quien con su narrativa de vida ofrecía a los salvadoreños representatividad y esperanza. Anteriormente a estas elecciones, en América Latina solamente los colombianos superaban a los salvadoreños en su indiferencia de cara a los comicios electorales, de manera que F. Flores ganó la presidencia de El Salvador en primera vuelta con el 50.2% del total de votos válidos, pero con el ausentismo llegando al 54% de los inscritos y al 62% respecto a la población en edad de votar. Cuando A.E. Saca salió electo en el 2004 con el 57.7% de los votos válidos, sólo los votos de él (1.314.000), superaban el total de votos (1.222.253) depositados en las presidenciales de 1999.

¿Una opción nueva?

Como afirmé al inicio de este ejercicio, las circunstancias actuales de El Salvador son extremadamente difíciles, sin perspectivas de crecimiento robustas, con flujos de inversión nacional y extranjera muy por debajo del promedio centroamericano, con la cuestión fiscal complicándose por las nuevas exigencias de una ciudadanía cada vez más frustrada, y en condiciones de endeudamiento público preocupantes, amén de estar agotado el menú de reformas económicas, lo que le resta esperanza a los salvadoreños de que mañana todo será mejor, a menos que opten por emigrar. Asimismo, la sociedad política se ha devaluado en el aprecio de los ciudadanos, lo que se complica aún más, por el hecho de que el capital histórico, aunque muy holgado en liquidez, ya no tiene las palancas que representaban sus empresas, quedándole solamente ARENA y el control de la política, lo que ha reducido a este partido a su clientela superior, habiendo perdido lo que fue su heterogeneidad social.

¿Qué hacer entonces? Al menos para los que no se sienten a gusto con una victoria presidencial del FMLN. Esta pregunta cobra urgencia con el candidato actual de ARENA, el que se ve cada vez más como otro Francisco Flores, es decir, alguien de origen de clase correcto para el momento electoral, pero cuya eventual presidencia sería más sensible, como fue la de Flores,  a los intereses de la “vieja élite”. Con los agravante de que Quijano no tiene ni la elocuencia, ni la juventud del Flores de entonces.

Es por esto que insisto en el peligro de la ausencia de votantes en las elecciones presidenciales de marzo del 2014, con segmentos importantes de la sociedad salvadoreña cayendo en una suerte de “depresión mental” ante un panorama oscuro, salvo si hubiese alguna opción que les dé esperanza con programas innovadores pero realistas y sobre todo responsables fiscalmente, que sin ver al capital histórico como un enemigo, gobernaría con independencia, con sensibilidad por los pobres, pero reconociendo como la tarea principal la satisfacción de las demandas de la clase media aspiracional.

Todo lo cual nos lleva a preguntarnos de nuevo: ¿Cómo explicar los números de Funes y Saca en medio del letargo económico de El Salvador?;  ¿Será que la masa de votantes atribuye lo dicho a los excesos de la “ARENA empresarial”, disculpando a sus presidentes “clase medieros” de este letargo económico, no sólo por verse reflejados en ellos, sino que también porque los dos han mostrado independencia de los poderes fácticos y de las dirigencias de los que fueron sus vehículos electorales, además de iniciar o consolidar programas sociales de beneficio para los salvadoreños de menor ingreso?

Es indiscutible que ambos se sitúan por encima de las marcas de los partidos que los llevaron a la presidencia, y es alrededor de sus simpatizantes que se puede construir la nueva opción, con A. E. Saca de epicentro de una coalición de partidos políticos, ex guerrilleros, movimientos ciudadanos, incluyendo areneros que no se ven reflejados en el espejo de sus dirigentes.

¿Será esta opción la que puede motivar a los salvadoreños a votar masivamente en los comicios presidenciales del 2014? En el 2004 Saca reanimó entre los salvadoreños el entusiasmo electoral, y no podemos olvidar el medio millón de votos que Funes en el 2009 le agregó a la clientela tradicional del FMLN, y de los cuales se estima que 360 mil votaron por primera vez. Aunque en esta ocasión, para los votantes pertenecientes a la clase media aspiracional, la racionalidad tendrá igual peso que las emociones, lo que le da una importancia singular al programa de gobierno de la nueva opción y a la integridad profesional y personal de los que rodean a A.E. Saca. De cara al futuro inmediato -- queda un larguísimo año de campaña electoral --, ya no serán suficiente los programas para remediar la pobreza (la que ha incrementado notablemente en los últimos cuatro años), y también se tendrán que ofrecer programas concretos a aquellos que tienen ingresos para aspirar pero no para adquirir todos los bienes que desde el punto de vista material significa ser clase media, sobre todo, para los miles de egresados de universidades, con empleos que no corresponden a sus títulos. Y votantes como los que acabo de describir, están conscientes que lo dicho es fácil decirlo, pero muy difícil hacerlo, precisamente porque los espacios económicos se han reducido notablemente.
 

*Profesor pleno de INCAE, obtuvo un doctorado en el Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Oxford

[1] IUDOP encuesta realizada entre el 16 y 22 de noviembre del 2012.

[2] Tomado de Arturo J. Cruz-Sequeira, Socialismo, distribución y clase media, INCAE Business Review (Volumen 1, número 9, septiembre-diciembre 2009).

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