El entrampamiento de El Salvador y sus escenarios políticos
Por Arturo Cruz*
¿Quiénes
son los representantes políticos de esta mayoría que podemos clasificar como
clase media 'aspiracional', y cuyo grado de frustración es cada vez más
evidente a medida que sus aspiraciones no son satisfechas?
Si bien es cierto que entre las numerosas
encuestas que se realizan en El Salvador uno encuentra lo que a uno le conviene
argumentar, la mayoría de ellas sugieren que su sociedad política, como sucede
en casi todos los países de América Latina, se ha devaluado en el aprecio de
los ciudadanos.
¿Una sociedad
política devaluada?
En la encuesta de IUDOP publicada en
diciembre del 2012, cuando ésta preguntó a los consultados sobre ¿cuánta
confianza tuvo durante el 2012 en los partidos políticos?, 50.3% aseguró que
ninguna, 33.6% contestó que poca, y solamente el 16% expresó alguna o mucha
confianza. Y cuando preguntó sobre el partido de su preferencia, 49.4%
contestó ninguno, 26.4% el FMLN y 20.9% ARENA[1].
En encuestas más recientes, el porcentaje de ciudadanos que se identifican con
los principales partidos de El Salvador ha incrementado, aunque el 65% de los
salvadoreños afirman que votarán motivados por el candidato (porcentaje que
sube al 81% de los indecisos), mientras que el 29% dice que su voto será
motivado por el partido.
Lo notable es el contraste entre los
números de los partidos políticos y los de Mauricio Funes y Antonio Elías
Saca, los que se han conservado consistentemente altos en la opinión pública,
de manera que a pesar del pobre desempeño económico de El Salvador, la
evaluación personal de Funes en la encuesta de El Mundo publicada en diciembre
del 2012, entre excelente y buena sumaban 59%, con sólo 10% de pésima o
mala. Mientras Antonio Elías Saca obtuvo 52% de opiniones positivas sobre su
persona, 17% mala y 27% indiferente, a pesar de 4 años de acusaciones —la mayoría de ellas emanadas de la
dirigencia de lo que fue su corporación política —por sus supuestas irregularidades
cuando le tocó ejercer la primera magistratura de su país. No se puede decir lo
mismo de los otros tres ex presidentes de ARENA, cuyos números personales están
muy distantes de los de Saca.
¿Qué explica semejante contraste? Sobre
todo, cuando se toma en cuenta que ARENA y el FMLN fueron los vehículos que los
llevaron a sus respectivas presidencias. ¿Qué explica que la mayoría de los
salvadoreños los disculpen de una economía sin movimiento, del estancamiento de
sus ingresos familiares, y de lo que parece ser un país en un callejón sin
salida?
Los números económicos
Esta sensación de malestar con su
condición económica ya era notoria entre los salvadoreños en el 2010, cuando
como parte de un esfuerzo en 25 países de las Américas, se realizó el estudio
sobre Cultura Política de la Democracia en El Salvador: Consolidación
democrática en las Américas en tiempos difíciles. Ante la pregunta
de que: ¿si el ingreso de su hogar ha disminuido, permanecido igual o aumentado
en los últimos dos años?, 47.4% de los salvadoreños respondieron que igual, un
40.6% afirmó que más bien había disminuido, el tercer porcentaje más alto entre
los 25 países del estudio, y solamente el 12% dijo que el ingreso de su hogar
había aumentado, el segundo porcentaje más bajo entre esos 25 países (Encuesta
IUDOP, FundaUngo,Vanderbilt U, LAPOP, Noviembre 2010).
Los números económicos son la explicación
de estas respuestas. A partir del 2009, la economía de El Salvador o ha
registrado tasas de crecimiento negativas o muy modestas, de manera que en
términos reales, el PIB per cápita de sus ciudadanos todavía en el 2011, no
recuperaba su nivel del 2008. Y recientemente, en su cuarto informe de
coyuntura económica, FUSADES señalaba que a finales del 2011, 47.5% de los
salvadoreños se situaban por debajo de la línea de la pobreza, en comparación a
38.1% en el 2006.
Si se parte del crecimiento del 1.5% en el
2011, y suponiendo el mismo crecimiento poblacional de años recientes, le
tomarían 89 años a los salvadoreños para duplicar en términos reales su PIB per
cápita. El crecimiento de El Salvador se espera que cierre en
1.3% en el 2012, y se anticipa 1.0% en el 2013. Suponiendo que Costa Rica
continuará creciendo al 4.2% como fue en el 2011, le tomarían 23 años para
duplicar el PIB per cápita de sus ciudadanos (en el 2012 se espera una tasa del
5%), mientras a Guatemala, con 3.8% en el 2011, le tomarían 45 años. Con las
tasas de crecimiento del 2011, Honduras duplicaría su PIB per cápita en 38
años, Nicaragua en 20 años, y Panamá en 8 años (Véase Francisco de Paula
Gutiérrez, Centroamérica: situación, perspectivas y retos, CEFSA, abril 2012).
Lo dicho no es nuevo puesto que a partir
de 1996, las tasas económicas de El Salvador no se han destacado por su vigor,
inclusive en comparación con las economías de sus vecinos, aunque durante los
últimos 4 años el crecimiento ha sido particularmente deficiente. Se espera un
crecimiento promedio entre el 2010 y, los crecimientos anticipados en el 2013 y
2014, por debajo del 2.1%, el promedio del quinquenio 2000-2004, el de menor
crecimiento durante las últimas dos décadas previo a la debacle de la economía
mundial del 2009.
En su estudio sobre la economía
salvadoreña durante las últimas dos décadas, el Departamento de Estudios
Económicos y Sociales de FUSADES, dividió a estos años en tres periodos,
caracterizando al de 1990-1995, como uno de “franca recuperación”, al de
1996-2004, como una “larga fase de desaceleración”, y al de 2005-2008, como una
“corta fase de recuperación”, truncada por la crisis de la economía mundial en
el 2009 (Fusades, ¿Cómo está El Salvador?, julio 2009).
Sobre el por qué de este crecimiento tan
anímico hay varias hipótesis, incluyendo la de flujos de inversiones nacionales
y extranjeras muy bajos, de manera que durante los últimos 4 años la tasa de
inversión privada y pública no llegó ni al 14% del PIB. El hecho es que sin
crecimiento económico los números fiscales se complican aún cuando se logre
aumentar la carga tributaria. Y hay un sin número de bienes esenciales, que el
Estado deberá ofrecer a su comunidad de ciudadanos con un mínimo de efectividad
y justicia, pero, sin crecimiento, no hay suficiencia tributaria para que los
partidos puedan cumplir con la entrega de esos bienes esenciales y ejercer su
función en las democracias liberales como los mediadores principales entre el
Estado y la sociedad.
¿Cómo hacer entonces para que la sociedad
política pueda desempeñar esta función, en un contexto de exigencias ciudadanas
cada vez mayores, con ingresos tributarios escasos propios de un crecimiento
económico raquítico, y sin descuidar los equilibrios macroeconómicos?
En años recientes, los déficits fiscales
de El Salvador no dejan de rondar los 4 puntos del PIB (-5.6% en el 2009), por
lo que sus autoridades se han sentido presionadas a “racionalizar” los gastos
del gobierno central, particularmente los subsidios estatales al gas licuado,
al transporte público y al consumo de electricidad, cuyos montos desde el 2006
(cuando el precio internacional del petróleo aceleró su tendencia alcista), han
tenido un piso cercano a los 200 millones de USD y un techo de 400 millones de
USD, el monto estimado para el 2012.
Salvo los años de 1993, 1994 y 1995, de
crecimiento vigoroso post conflicto armado y reconstrucción, y 2007, cuando El
Salvador creció a 4.7%, la tasa más alta desde 1996, y la carga tributaria
llegó a 14.4% del PIB, 2.2% por encima de la del 2004, los ingresos del Estado
junto con donaciones, no han sido suficientes para cubrir sus gastos, aún
cuando se excluyen el pago de los intereses de la deuda. Cuando se incluyen el
pago de estos últimos, los ingresos y las donaciones que recibe el Estado
salvadoreño, desde 1991, han sido insuficientes para cubrir sus gastos totales.
Mientras tanto, la deuda del gobierno central pasó del 47.7% del PIB, 10.7
miles de millones de USD en el 2009, a 57.1% y 13.9 miles de millones de USD en
el 2012, generando más dudas durante estos cuatro años sobre la capacidad del
gobierno salvadoreño de continuar compensando su insuficiencia tributaria con
obligaciones financieras en el exterior.
Las circunstancias actuales de El Salvador
son extremadamente difíciles, con la agravante de que no quedan “conejos” que
sacar del sombrero del mago para continuar alimentando las esperanzas de una
mejor economía entre los salvadoreños. Lo que se podía privatizar se privatizó,
incluyendo las pensiones en 1997 (que con el agotamiento del fondo común en el
2003, hoy representan una obligación anual para el gobierno central de 500
millones de USD), sin mencionar a la dolarización, el conejo mayor de las
últimas dos décadas. Y los flujos de inversión extranjera directa, supuestos a
generar los empleos del futuro, no terminan de materializarse para los 16 mil
profesionales que han salido como promedio anual de las universidades
salvadoreñas durante los últimos cuatro años.
Los que sostienen a El Salvador son los de
su inmensa diáspora económica, gran parte de los cuales, en vez de recoger café
en las alturas de su país como lo hicieron sus antepasados, ocupan hoy hasta
dos o tres empleos, limpiando oficinas en Maryland y Virginia, trabajando en la
construcción en la Florida y en las procesadoras de pollos en Arkansas. Sus
remesas (3.910 millones de USD en el 2012) y los gastos que incurren en sus
peregrinajes a su tierra natal, son los motores de la demanda interna que
alimentan los servicios y la construcción.
Un país de clase
media “aspiracional”
Lo expuesto no significa que El Salvador
sea el mismo país de cuando se firmaron los Acuerdos de Paz en 1992. La
estructura económica cambió, la población es mayoritariamente urbana, y la
tendencia de los índices de pobreza, al menos hasta el 2006, fue a mejorar.
Durante estos años, el capital histórico (oligárquico si se quiere), o murió
económicamente, o sus activos, desde la banca, seguros, cemento, licores, línea
área, se han transferido a intereses transnacionales, con lo que un buen número
de los ricos de otrora, ya no tienen empresas, al menos en El Salvador, aunque
sin dudas son más ricos que nunca. Durante estos años también surgieron nuevos
grupos empresariales, más modestos en su acervo económico, y más cercanos en
sus raíces a los sectores medios.
Estoy dispuesto a alegar que El Salvador
durante estos años adquirió un perfil social de clase media, no
tanto por el lado de los ingresos, sino más bien por el lado de las
aspiraciones. La gran mayoría de los salvadoreños, aspiran a
pertenecer a la clase media, tal como lo caracterizó Jorge Castañeda pensando
en la sociedad mexicana, es decir, aquellos que pretenden una “vivienda digna,
aunque pequeña; un automóvil, acceso al crédito, el conjunto de bienes
duraderos (televisión, refrigeradora, lavadora de ropa, computadora, teléfono
fijo o celular), vacaciones anuales por modestas que sean; acceso a salud y
educación pública o privada, buena o mediocre, pero que permitan cierta
certeza de movilidad social”[2].
¿Quiénes son los representantes políticos
de esta mayoría que podemos clasificar como clase media “aspiracional”, y cuyo
grado de frustración es cada vez más evidente a medida que sus aspiraciones no
son satisfechas? ¿Acaso los representan los partidos políticos dominantes de
las últimas dos décadas?
Creo que el partido que durante años tuvo
la oferta más atractiva para esta mayoría fue ARENA, porque logró transmutarse
en una asociación política con una base de apoyo social heterogénea, que
incluía a los “ricos de siempre”, pero también a los pobres rurales, a los
profesionales de clase media, y a los empresarios emergentes, todos ellos
originalmente unidos por sus miedos a un cambio radical en sus modos de vida.
Pero también, porque la corporación defensora de los intereses atávicos de El
Salvador, que nació asociada a los “escuadrones de la muerte”, se reinventó
como el partido de la modernidad económica, hasta convertirse en la ARENA de la
agenda social, con una dirigencia hegemonizada por los representantes de los
sectores medios.
Este último ensayo sin embargo concluyó
con la expulsión de Saca de la militancia de ARENA por los “ricos de siempre”, mutatis
mutandi, el equivalente del fraude electoral de 1972 en contra de
Napoleón Duarte, cuando el capital histórico de El Salvador frustró las ansias
de movilidad social de los sectores medios emergentes de entonces. Con el golpe
contra Saca, la base social de ARENA quedó
disminuida a su “clientela superior”, perdiendo en el proceso las simpatías de
la clase media aspiracional y de los empresarios emergentes, inclusive, una
buena parte, del voto de los pobres rurales, seducidos por los recursos del
ALBA/FMLN.
¿Pero entonces qué explica la expulsión de
Saca más allá de equipararlo, como lo han hecho los dirigentes de ARENA, como
el Arnoldo Alemán de El Salvador? ¿Será que cuando el capital histórico vendió
la mayor parte de sus empresas a intereses transnacionales, incluyendo los
bancos, los hizo valorizar más que nunca el control de ARENA, como su último
instrumento de poder? Será por lo dicho, que el capital histórico no estaba
dispuesto a permitir una ARENA hegemonizada por la clase media y los
empresarios emergentes, en la que, como mencionó Joaquín Villalobos en su artículo
en Prensa Gráfica del 6 de febrero de este año (Poderoso Caballero es Don
Dinero), la vieja élite ejercería “influencia” pero no
control pleno, y hubiese tenido que cohabitar como iguales con
las nuevas fuerzas sociales.
Las contradicciones
de ARENA
Que la dirigencia de ARENA no esté
dispuesta a ceder el dominio de su corporación política, no significa que no
reconozca, aunque sea implícitamente, la contradicción fatal entre su esencia y
la mayoría social del país. Esto se manifestó cuando acudieron a uno de sus
“asalariados” como candidato para la presidencia de El Salvador, como señaló
Villalobos en su columna mencionada anteriormente. El perfil de clase media
aspiracional de Norman Quijano (así como su gestión en la alcaldía de San
Salvador), le dio inicialmente réditos a la decisión de Freddy Cristiani de
escogerlo como el candidato presidencial de ARENA, cuando su imagen llegó a
registrar un neto positivo de 48 puntos a mediados de 2012. Sin embargo, estos
números se han devaluado de tal manera, como señaló Manuel Hinds en su columna
El Punto de Inflexión del 17 de enero de este año en El Diario de Hoy, que en
el promedio de tres encuestas, Quijano continuaba con un neto positivo de 24 puntos,
pero con Saca registrando un neto positivo de 29 puntos, y con Quijano
perdiendo espacio en los sondeos de opinión pública.
En El Salvador del 2013, afirma Manuel
Hinds, el candidato de ARENA debe ser capaz de “resolver los graves problemas
del país”, puesto que para ganar las elecciones presidenciales ya no es
suficiente “la promesa de detener el comunismo”. Esta última afirmación
debe destacarse, ya que todavía en las elecciones presidenciales pasadas, con
Funes como candidato del FMLN, en la encuesta de CID Gallup del 7 de marzo del
2009, pocos días antes de los comicios, 23.9% de los encuestados indicaban
“miedo a votar por el FMLN”.
Es una paradoja que el partido que manejó
a la perfección la combinación de piso y techo electoral, no tenga hoy un piso
lo suficientemente sólido como para que el candidato no importe, o un candidato
tan fuerte que jale al partido, sin importar la solidez del piso. Más aún, en la víspera de las
elecciones nacionales, ARENA no cuenta con las ventajas de instrumentalizar los
órganos del Estado, ni con las ventajas de las contribuciones privadas, porque
en esta ocasión, el FMLN cuenta con los flujos del ALBA, lo que al menos le da
paridad con ARENA en las condiciones de financiamiento para la campaña
venidera. En un head to head, ARENA y el FMLN (inclusive en
su versión ideológica “más pura”), la victoria del primero no es automática,
pese a las deficiencias de la imagen de Salvador Sánchez Cerén como candidato
presidencial del FMLN, con un neto negativo de 11 puntos en algunas de las
encuestas de enero del 2013.
El FMLN, además de tener su voto duro
consolidado, ha sumado votos rurales, lo que pudiese darle el mínimo para
ganar, sobre todo, si la masa de electores que hemos asociado con la clase
media aspiracional, no siente ni miedo ni esperanza,
perdiendo los motivos para salir a votar.
Si bien es cierto que en las elecciones
presidenciales de marzo del 2004, el miedo a la candidatura de Shafick
Handal fue un factor motivador para que participase el 66% de la franquicia
electoral, no es menos cierto que el otro gran factor motivador fue el
candidato de ARENA, quien con su narrativa de vida ofrecía a los salvadoreños representatividad
y esperanza. Anteriormente a estas elecciones, en América Latina solamente los
colombianos superaban a los salvadoreños en su indiferencia de cara a los
comicios electorales, de manera que F. Flores ganó la presidencia de El
Salvador en primera vuelta con el 50.2% del total de votos válidos, pero con el
ausentismo llegando al 54% de los inscritos y al 62% respecto a la población en
edad de votar. Cuando A.E. Saca salió electo en el 2004 con el 57.7% de los
votos válidos, sólo los votos de él (1.314.000), superaban el total de votos
(1.222.253) depositados en las presidenciales de 1999.
¿Una opción nueva?
Como afirmé al inicio de este ejercicio,
las circunstancias actuales de El Salvador son extremadamente difíciles, sin
perspectivas de crecimiento robustas, con flujos de inversión nacional y
extranjera muy por debajo del promedio centroamericano, con la cuestión fiscal
complicándose por las nuevas exigencias de una ciudadanía cada vez más
frustrada, y en condiciones de endeudamiento público preocupantes, amén de
estar agotado el menú de reformas económicas, lo que le resta esperanza a los
salvadoreños de que mañana todo será mejor, a menos que opten por emigrar.
Asimismo, la sociedad política se ha devaluado en el aprecio de los ciudadanos,
lo que se complica aún más, por el hecho de que el capital histórico, aunque
muy holgado en liquidez, ya no tiene las palancas que representaban sus
empresas, quedándole solamente ARENA y el control de la política, lo que ha
reducido a este partido a su clientela superior, habiendo perdido lo que fue su
heterogeneidad social.
¿Qué hacer entonces? Al menos para los que
no se sienten a gusto con una victoria presidencial del FMLN. Esta pregunta
cobra urgencia con el candidato actual de ARENA, el que se ve cada vez más como
otro Francisco Flores, es decir, alguien de origen de clase correcto para el
momento electoral, pero cuya eventual presidencia sería más sensible, como fue
la de Flores, a los intereses de la “vieja élite”. Con los agravante de
que Quijano no tiene ni la elocuencia, ni la juventud del Flores de entonces.
Es por esto que insisto en el peligro de
la ausencia de votantes en las elecciones presidenciales de marzo del 2014, con
segmentos importantes de la sociedad salvadoreña cayendo en una suerte de
“depresión mental” ante un panorama oscuro, salvo si hubiese alguna opción que
les dé esperanza con programas innovadores pero realistas y sobre todo
responsables fiscalmente, que sin ver al capital histórico como un enemigo,
gobernaría con independencia, con sensibilidad por los pobres, pero
reconociendo como la tarea principal la satisfacción de las demandas de la
clase media aspiracional.
Todo lo cual nos lleva a preguntarnos de
nuevo: ¿Cómo explicar los números de Funes y Saca en medio del letargo económico
de El Salvador?; ¿Será que la masa de votantes atribuye lo dicho a los
excesos de la “ARENA empresarial”, disculpando a sus presidentes “clase
medieros” de este letargo económico, no sólo por verse reflejados en ellos,
sino que también porque los dos han mostrado independencia de los poderes
fácticos y de las dirigencias de los que fueron sus vehículos electorales,
además de iniciar o consolidar programas sociales de beneficio para los
salvadoreños de menor ingreso?
Es indiscutible que ambos se sitúan por
encima de las marcas de los partidos que los llevaron a la presidencia, y es
alrededor de sus simpatizantes que se puede construir la nueva opción, con A.
E. Saca de epicentro de una coalición de partidos políticos, ex guerrilleros,
movimientos ciudadanos, incluyendo areneros que no se ven reflejados en el
espejo de sus dirigentes.
¿Será esta opción la que puede motivar a
los salvadoreños a votar masivamente en los comicios presidenciales del 2014?
En el 2004 Saca reanimó entre los salvadoreños el entusiasmo electoral, y no
podemos olvidar el medio millón de votos que Funes en el 2009 le agregó a la
clientela tradicional del FMLN, y de los cuales se estima que 360 mil votaron
por primera vez. Aunque en esta ocasión, para los votantes pertenecientes a la
clase media aspiracional, la racionalidad tendrá igual peso
que las emociones, lo que le da una importancia singular al
programa de gobierno de la nueva opción y a la integridad profesional y
personal de los que rodean a A.E. Saca. De cara al futuro inmediato -- queda un
larguísimo año de campaña electoral --, ya no serán suficiente los programas
para remediar la pobreza (la que ha incrementado notablemente en los últimos
cuatro años), y también se tendrán que ofrecer programas concretos a aquellos
que tienen ingresos para aspirar pero no para adquirir todos los bienes que
desde el punto de vista material significa ser clase media, sobre todo, para
los miles de egresados de universidades, con empleos que no corresponden a sus
títulos. Y votantes como los que acabo de describir, están conscientes que lo
dicho es fácil decirlo, pero muy difícil hacerlo, precisamente porque los
espacios económicos se han reducido notablemente.
*Profesor pleno de
INCAE, obtuvo un doctorado en el Departamento de Historia Moderna de la
Universidad de Oxford
[2] Tomado
de Arturo J. Cruz-Sequeira, Socialismo, distribución y clase
media, INCAE
Business Review (Volumen 1, número 9, septiembre-diciembre 2009).
No hay comentarios:
Publicar un comentario