Tomado de esglobal
(anteriormente Foreign Policy Español)
LA LISTA: GRUPOS INSURGENTES A LOS QUE PRESTAR ATENCIÓN
Por Pablo Diez
Las
insurgencias que aquí se detallan son seis exponentes de grupos armados con
fuerte capacidad de desestabilización territorial
y política, a veces sobre el conjunto del territorio en el que se asientan, y
en otros casos sobre zonas concretas en grandes Estados. Dentro de esta pequeña
selección hay grupos que se valen de la guerra de guerrillas, del terrorismo o
de una confrontación militar directa con las fuerzas oficiales, pero en todo
caso coinciden en su determinación de subvertir el orden establecido e imponer
en el ámbito político su particular visión territorial, ideológica o religiosa.
No figuran múltiples insurgencias menores, ni grandes redes terroristas con
agendas políticas no definidas, ni tampoco algunos de los grupos más
importantes y conocidos, como la milicia libanesa de Hezbolá o las FARC
colombianas, por ejemplo.
Los seis grupos se han
seleccionado por su capacidad de desestabilización, por su vigencia, porque se
esperan noticias importantes relacionadas con ellos y por tener una entidad
considerable, pero también porque, a pesar de ello, tienen más posibilidades de
quedarse fuera del radar mediático que otros grupos mejor conocidos.
Al Shabab (Somalia)
Al Shabab, más que un grupo
insurgente, es un fiel reflejo de Somalia. El paradigma del Estado
fallido sigue hoy controlado en buena medida por una inmensa constelación
de milicianos radicales. Esa constelación es Al Shabab, los talibanes del
Cuerno de África, permeados por Al Qaeda, dados también al pillaje marítimo, al
crimen organizado y dotados de una fuerza creciente de más de 14.000
insurrectos.
La todopoderosa milicia,
hasta hace poco intocable, comienza a dar señales de debilidad. Kenia, el
vecino comparativamente rico, ve con cada vez más recelo el descontrol que hay
en su patio trasero. Nairobi también teme que Al Shabab erosione la crucial
industria turística del país, lo que le llevó en octubre del año pasado a
aumentar con miles de efectivos su contribución a la operación militar de
la Unión Africana en Somalia. A pesar de haber sufrido muchas bajas
y de haber perdido la sensación de impunidad y dominio libre de toda oposición
efectiva que ha ejercido durante años, Al Shabab mantiene importantes campos de
entrenamiento y sigue en posesión de la mayor parte del territorio.
M23 (República Democrática del Congo)
La rebelión que azota el
este de la República Democrática del Congo (RDC) ha adoptado varias
denominaciones. El Movimiento 23 de marzo (M23, que hace referencia a la fecha
del año 2009 en que sus predecesores firmaron un frustrado acuerdo de paz con
el Gobierno) es la última de estas marcas. Conocidos abusadores de la población
civil, los miembros de M23 tomaron la ciudad de Goma el pasado noviembre, ante
la impotencia de las fuerzas congoleñas y de la MONUSCO, la mayor operación mundial de
Naciones Unidas. Tras amenazar con avanzar hasta la capital del país, Kinshasa,
sólo la presión internacional pudo hacerles dar un paso atrás.
Distintos gobiernos
africanos, actuando bajo los auspicios de la ONU, han conseguido firmar un
acuerdo de paz con el M23, pero la insurgencia tiende a regenerarse bajo siglas
distintas y actores similares, ya que los problemas continúan estando ahí. La
RDC sigue siendo el escenario de una guerra regional, atrapada entre los
estertores de las matanzas entre hutus y tutsis que salpicaron de sangre a sus
vecinos en los 90, y el ansia por las materias primas. Los cerca de 9.000
millones de dólares (unos 6.900 millones de euros) invertidos en la MONUSCO no
han servido para evitar la violencia; los líderes de la misión se plantean
ahora derrotar por medio de drones a los renegados del M23,
pero todas las iniciativas chocan con la reticencia de Ruanda, el supuesto
patrocinador de los insurgentes.
Al Houthi (Yemen)
La guerra que golpea el
norte de Yemen desde que, en 2004, el líder de una secta chií lanzara la
rebelión Al Houthi para crear un Estado independiente en la región de Sa'dah,
no es sólo un factor de desestabilización, sino también un escenario
alternativo del enfrentamiento entre Arabia Saudí e Irán. Los rebeldes Houthi
llevan años lanzando ofensivas y conquistando y perdiendo territorios. Algunas
zonas han llegado a quedar de facto bajo su poder, ante la
impotencia del Ejército yemení, exprimido por los esfuerzos de sofocar otro
movimiento secesionista en el sur y, más recientemente, el establecimiento en
su territorio de Al Qaeda en la Península Arábiga.
Los yemeníes cuentan con el
apoyo de Arabia Saudí para combatir a Al Houthi, derivado del empeño de Riad en
consolidar el dominio del sunismo. Irán, bastión del chíismo, es el principal
sostén de los insurgentes. La caída del presidente yemení Ali Abdulá Saleh en
2011 envalentonó a los rebeldes, que desde entonces han conquistado centros
gubernamentales e infraestructuras. El conflicto es difícilmente resoluble,
sobre todo porque Yemen es el teatro de operaciones de grandes fuerzas
regionales, porque su ínfimo nivel de desarrollo asegura un flujo de jóvenes
dispuestos a la lucha, y porque los recursos militares del país están exhaustos
en ese triple ariete que conforman Al Houthi, al Qaeda y los independentistas
del sur.
Ejército para la Independencia de Kachin
(Myanmar)
Myanmar (antigua Birmania)
vive un despertar cuasi democrático. Sin embargo, sus fronteras se desangran en
múltiples guerras étnicas. La más importante de todas ellas es la que enfrenta
al Estado con el Ejército para la Independencia de Kachin (KIA). Creado en 1961
como reacción contra un golpe de Estado centralizador, KIA cuenta con alrededor
de 8.000 soldados que aspiran a la secesión de un territorio septentrional
colindante con China. Su lucha ha sido intermitente y estuvo paralizada durante
17 años, hasta que se reactivó en junio de 2011. A principios de este año se
acordó otro alto el fuego, pero las fuerzas armadas oficiales, conscientes de
su superioridad militar, lo incumplen repetidamente.
El desenlace de la guerra
con el KIA no amenaza sólo la estabilidad del país, sino también la nueva
dirección que ha tomado la administración. El hecho de que los soldados
oficiales ignoren el alto el fuego plantea la duda de hasta qué punto controla
el nuevo Gobierno a sus fuerzas armadas, y recuerda a los donantes que Myanmar
sigue siendo parcialmente una dictadura militar. Los abusivos hábitos de unas
tropas que desobedecen las instrucciones gubernamentales ponen en riesgo no
sólo el proceso de paz con el KIA y con otros ejércitos étnicos, sino también
la nueva idea que el mundo se ha hecho de Birmania.
Naxalitas (India)
La insurgentes maoístas en
los Estados del este de India, conocidos de forma genérica como naxalitas, son
considerados por el Gobierno como la mayor amenaza interna para el país. Sus
alrededor de 20.000 miembros armados han dejado más de 6.000 muertos en algo
más de veinte años de actividad, y su objetivo es ambicioso: controlar India.
Aunque sus pretensiones parezcan inasumibles y su efecto a escala
nacional pueda ser moderado, a nivel local es enorme (actúan fundamentalmente
en tres Estados, cuya población combinada es de 160 millones de personas).
Además, su discurso es peligroso porque tiene un justificado armazón social;
las denuncias de los naxalitas ante la injusticia del sistema les ha ofrecido
cierta legitimidad que obstruye los esfuerzos para derrotarlos. Cada vez más
sofisticados en sus métodos, han pasado de la guerra de guerrillas a un uso
creciente de dispositivos explosivos improvisados.
Su lucha por los
desheredados se traduce paradójicamente en un freno al desarrollo de los
territorios en los que actúan. La amenaza de que los naxalitas atacarán cualquier
iniciativa gubernamental sirve a las autoridades para eximirse de la
responsabilidad de invertir en esos Estados. Los insurgentes ponen al Gobierno
indio en una incómoda posición, entre quienes denuncian los abusos de sus
tropas para sofocar la rebelión y quienes exigen más mano dura.
Boko Haram (Nigeria)
Boko Haram puede traducirse
como "la educación occidental es pecado", pero tal denominación
resulta insuficiente para retratar las ambiciones de este grupo. Su pretensión
es derrocar al Gobierno y crear un Estado islámico en el norte de Nigeria, de
mayoría musulmana. Los objetivos de sus ataques son dispersos, y oscilan entre
lo local (repetidos atentados contra los cristianos de la región) y una
incierta ambición global (su mayor atrevimiento, hasta la fecha, fue el
atentado contra las instalaciones de Naciones Unidas en Abuja).
Boko Haram, cuya lucha se
ha cobrado ya miles de muertos, se nutre de la desafección de los nigerianos
del norte, más pobres que los del sur y, por lo tanto, más propensos a sentirse
alienados por una administración central culturalmente lejana y plagada de
corrupción. A medida que gana adeptos y polariza la sociedad nigeriana según
criterios religiosos, los insurgentes suponen una amenaza creciente a la
estabilidad del Estado. La abusiva política de mano dura de las fuerzas del
orden y las ejecuciones sumarias no ayudan a sofocar esta insurgencia, sino que
le confieren legitimidad.
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