Tomado de ESglobal
OCHO
ERRORES QUE EE UU NO QUIERE COMETER EN SIRIA
Cómo no tropezar en las
mismas piedras.
Por Carlos Hernández-Chavarría
No ampliar el conflicto. La Administración Obama quiere una operación “discreta y
limitada”. Unos pocos días de bombardeo que reduzcan la capacidad del Ejército
de Bashar al Assad de emplear armas químicas. Eso y nada más: no pretende
alterar el equilibrio de fuerzas, ni forzar una negociación y sobre todo no
quiere verse obligado a intervenir más de lo estrictamente necesario. El mismo
día en que se anunció la operación, la Casa Blanca quiso descartar nuevamente
un posible despliegue de tropas estadounidenses en suelo sirio que además,
según una encuesta de Reuters/Ipsos, sólo apoyaría un 4% de los ciudadanos.
El referente en este
sentido sería la operación Desert Fox contra Irak en el 1998,
en la que la Administración Clinton quiso castigar a Sadam Husein por incumplir
el desarme ordenado por Naciones Unidas. Fueron cuatro días de ataques contra
instalaciones militares con el objetivo de degradar la capacidad de Irak para
fabricar armas de destrucción masiva. La palabra clave es “degradar”, que no
significa destruir ni aniquilar, sólo reducir. Ahora Estados Unidos también
quiere dar un toque de atención a un dictador pero quedándose lejos de
derrocarlo.
La cuestión, como siempre,
es qué pasará después. En concreto qué postura tomará Estados Unidos si después
de lanzar su ataque limitado y preciso Siria ignora el aviso y sigue gaseando a
sus ciudadanos. Ahí es cuando a Obama no le quedaría más remedio que caer en
esa escalada del conflicto que tanto parece temer. El escenario ideal para
Washington no es ese, pero una vez que Estados Unidos entre a formar parte del
juego es imposible prever hasta dónde puede llegar su implicación.
No provocar matanzas. Al igual que sucedió en la operación Desert Fox, los misiles Tomahwak lanzados desde el Mediterráneo encontrarán la mayor parte de sus objetivos vacíos. La estrategia consiste en destruir parte de la infraestructura que permite usar armas químicas pero causando el menor número posible de bajas. No interesa que surjan fotografías de daños colaterales en forma de civiles muertos.
Si se atiende a las filtraciones que van conociéndose, en el punto de mira estarían los acuartelamientos de las unidades que han usado armas químicas. Evidentemente ,el Ejército sirio también toma nota y ya ha empezado a mover parte del equipamiento, vaciando por ejemplo una base militar al norte de Damasco y trasladando los misiles Scud y lanzaderas que allí tenía a otras ubicaciones más seguras. Lo mismo ha sucedido con el cuartel general del Ejército en la capital.
No perder de vista el arsenal químico. En esas listas de posibles objetivos quedan fuera precisamente todas las bases de almacenamiento de armas químicas. Los estrategas del Pentágono temen que un ataque sobre estas instalaciones provoque una explosión de gases venenosos o peor, que grupos incontrolados se hagan con ellos. Aunque el Gobierno de Al Assad dice que nunca las usaría contra civiles, sí que reconoce tenerlas y los expertos están convencidos de que posee grandes reservas al menos de gas mostaza y gas sarín que estarían repartidas por todo el país.
Lo cierto es que Estados Unidos prefiere que ese material siga de momento en manos de Al Assad y que no se haga con él algún grupo de la resistencia. Entre ellos hay muchos con los que la Administración Obama no tiene contacto alguno o a los que no está en condiciones de presionar. Con este ataque la Casa Blanca quiere convencer al régimen sirio de que no las use, pero no poner en peligro su control sobre ellas.
No ir a por Al Assad. Tras perder más de un billón de euros y casi 4.500 militares en Irak, los estadounidenses conocen muy bien el precio de tratar de crear una democracia por la vía militar. La Casa Blanca ha descartado abiertamente que el objetivo del ataque sea un cambio de régimen, a pesar de que Washington vería con buenos ojos la marcha del Presidente sirio. Otra cosa es que la Administración Obama tenga claro qué relevo resultaría mejor para los intereses de Estados Unidos.
Esto supone una diferencia fundamental con la operación llevada a cabo en Libia en 2011, donde pese a las afirmaciones de la OTAN de que Gadafi no era un objetivo militar, su palacio de Trípoli fue repetidamente bombardeado. Los aliados creían entonces que la muerte del dictador precipitaría sin duda el final del conflicto, pero parece que en el caso sirio surgen más dudas sobre las consecuencias de la muerte del Presidente.
No provocar matanzas. Al igual que sucedió en la operación Desert Fox, los misiles Tomahwak lanzados desde el Mediterráneo encontrarán la mayor parte de sus objetivos vacíos. La estrategia consiste en destruir parte de la infraestructura que permite usar armas químicas pero causando el menor número posible de bajas. No interesa que surjan fotografías de daños colaterales en forma de civiles muertos.
Si se atiende a las filtraciones que van conociéndose, en el punto de mira estarían los acuartelamientos de las unidades que han usado armas químicas. Evidentemente ,el Ejército sirio también toma nota y ya ha empezado a mover parte del equipamiento, vaciando por ejemplo una base militar al norte de Damasco y trasladando los misiles Scud y lanzaderas que allí tenía a otras ubicaciones más seguras. Lo mismo ha sucedido con el cuartel general del Ejército en la capital.
No perder de vista el arsenal químico. En esas listas de posibles objetivos quedan fuera precisamente todas las bases de almacenamiento de armas químicas. Los estrategas del Pentágono temen que un ataque sobre estas instalaciones provoque una explosión de gases venenosos o peor, que grupos incontrolados se hagan con ellos. Aunque el Gobierno de Al Assad dice que nunca las usaría contra civiles, sí que reconoce tenerlas y los expertos están convencidos de que posee grandes reservas al menos de gas mostaza y gas sarín que estarían repartidas por todo el país.
Lo cierto es que Estados Unidos prefiere que ese material siga de momento en manos de Al Assad y que no se haga con él algún grupo de la resistencia. Entre ellos hay muchos con los que la Administración Obama no tiene contacto alguno o a los que no está en condiciones de presionar. Con este ataque la Casa Blanca quiere convencer al régimen sirio de que no las use, pero no poner en peligro su control sobre ellas.
No ir a por Al Assad. Tras perder más de un billón de euros y casi 4.500 militares en Irak, los estadounidenses conocen muy bien el precio de tratar de crear una democracia por la vía militar. La Casa Blanca ha descartado abiertamente que el objetivo del ataque sea un cambio de régimen, a pesar de que Washington vería con buenos ojos la marcha del Presidente sirio. Otra cosa es que la Administración Obama tenga claro qué relevo resultaría mejor para los intereses de Estados Unidos.
Esto supone una diferencia fundamental con la operación llevada a cabo en Libia en 2011, donde pese a las afirmaciones de la OTAN de que Gadafi no era un objetivo militar, su palacio de Trípoli fue repetidamente bombardeado. Los aliados creían entonces que la muerte del dictador precipitaría sin duda el final del conflicto, pero parece que en el caso sirio surgen más dudas sobre las consecuencias de la muerte del Presidente.
No fastidiarla con la
inteligencia, no depender de la ONU y tampoco ignorarla. Otra lección aprendida de Irak. Estados Unidos debe estar
absolutamente seguro de que Al Assad empleó armas químicas. Tras el patinazo de
las armas de destrucción masiva de Sadam que nunca aparecieron, esta vez no
puede permitirse que al final resulte que no se ha empleado este tipo de armas
o que no ha sido el Gobierno sirio.
Tanto Obama como Joe Biden
y John Kerry lo han afirmado estos días de forma categórica, pero la
Administración trabaja sobre un documento final de inteligencia que sirva para
convencer del todo a los congresistas y senadores que todavía ven puntos
débiles en la justificación. El Gobierno británico, por su parte, ha querido
evitar cualquier reminiscencia con lo que pasó en Irak y ya ha hecho público el
informe de sus propios servicios secretos en el que culpa Al Assad del uso de
armas químicas contra la población, aunque esto no ha servido para convencer a
los miembros de la Cámara de los Comunes.
A pesar de las prisas
iniciales, el Gobierno estadounidense parece decidido a dejar que los
inspectores de la ONU terminen su trabajo sobre el terreno antes de lanzar un
ataque. El grupo de expertos presentará su conclusión inicial de inmediato al
secretario general, Ban Ki Moon, y el Consejo de Seguridad tendrá oportunidad
de debatir la cuestión. Es importante reseñar que la misión de los inspectores
es únicamente decir si hay o no rastros de armas químicas y no determinar si
quien las utilizó fue el Gobierno o la oposición. Es un argumento al que con
toda seguridad se agarrará tanto la propia Siria como sus valedores, China y
Rusia, que de todas formas ya han anunciado que impondrán su veto al uso de la
fuerza, independientemente de lo que digan los inspectores.
También Casa Blanca ha declarado que tomará “sus propias decisiones y a su propio ritmo”, pero desde el principio ha señalado la posibilidad de una acción fuera del paraguas de la ONU: Obama considera que tienen suficiente pruebas para el ataque, aunque no ha dado más detalle que “hemos concluido que el Gobierno llevó a cabo ataques con gas”. Parece que la pieza clave que sustenta este análisis estaría en una llamada interceptada por los servicios de inteligencia en la que un alto mandatario sirio exigiría explicaciones al comandante de una unidad por haber empleado este tipo de armamento.
Además del debate internacional, Obama necesita avanzar algo más en lograr un consenso interno. Aunque el Presidente estadounidense ya intervino en Libia sin la autorización del Congreso, entonces contaba al menos con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que le daba cierta legitimidad. La Casa Blanca está en contacto con los legisladores clave en materia de defensa y relaciones exteriores, pero ahora mismo el Congreso está en receso veraniego y parece que Obama no se plantea convocarlo de urgencia para que refrende sus planes de guerra en Siria.
No distraerse de la política nacional. Con sólo tres años restantes en la Casa Blanca, Obama sabe bien que todo lo que pretenda lograr en su segundo mandato tiene que conseguirlo en los próximos seis meses, antes de que empiece la campaña para las elecciones de mitad de mandato a las que luego se unirá el largo proceso para elegir a su sucesor. En este sentido la crisis siria le coge en un muy mal momento: seis de cada diez estadounidenses se oponen a cualquier tipo de intervención en Siria, independientemente de que se hayan usado armas química. Abrir un gran debate nacional al respecto puede suponer una distracción que haga imposible la reforma migratoria o las nuevas medidas sobre el control de armas. Esta es una de las grandes razones por las que Obama quiere una operación limitada, tanto en el tiempo como en sus efectos.
Además de suponer una distracción y de ser impopular, la intervención en Siria tiene pocos partidarios. Los demócratas liberales y los libertarios republicanos están unidos en su oposición a nuevas aventuras en Oriente Medio, mientras que los republicanos neoconservadores consideran absurda esta opción tan limitada. Incluso los demócratas moderados preferirían que Obama se centrara en su agenda doméstica y no se expusiera a otra guerra costosa que les cueste votos en noviembre de 2014.
También Casa Blanca ha declarado que tomará “sus propias decisiones y a su propio ritmo”, pero desde el principio ha señalado la posibilidad de una acción fuera del paraguas de la ONU: Obama considera que tienen suficiente pruebas para el ataque, aunque no ha dado más detalle que “hemos concluido que el Gobierno llevó a cabo ataques con gas”. Parece que la pieza clave que sustenta este análisis estaría en una llamada interceptada por los servicios de inteligencia en la que un alto mandatario sirio exigiría explicaciones al comandante de una unidad por haber empleado este tipo de armamento.
Además del debate internacional, Obama necesita avanzar algo más en lograr un consenso interno. Aunque el Presidente estadounidense ya intervino en Libia sin la autorización del Congreso, entonces contaba al menos con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que le daba cierta legitimidad. La Casa Blanca está en contacto con los legisladores clave en materia de defensa y relaciones exteriores, pero ahora mismo el Congreso está en receso veraniego y parece que Obama no se plantea convocarlo de urgencia para que refrende sus planes de guerra en Siria.
No distraerse de la política nacional. Con sólo tres años restantes en la Casa Blanca, Obama sabe bien que todo lo que pretenda lograr en su segundo mandato tiene que conseguirlo en los próximos seis meses, antes de que empiece la campaña para las elecciones de mitad de mandato a las que luego se unirá el largo proceso para elegir a su sucesor. En este sentido la crisis siria le coge en un muy mal momento: seis de cada diez estadounidenses se oponen a cualquier tipo de intervención en Siria, independientemente de que se hayan usado armas química. Abrir un gran debate nacional al respecto puede suponer una distracción que haga imposible la reforma migratoria o las nuevas medidas sobre el control de armas. Esta es una de las grandes razones por las que Obama quiere una operación limitada, tanto en el tiempo como en sus efectos.
Además de suponer una distracción y de ser impopular, la intervención en Siria tiene pocos partidarios. Los demócratas liberales y los libertarios republicanos están unidos en su oposición a nuevas aventuras en Oriente Medio, mientras que los republicanos neoconservadores consideran absurda esta opción tan limitada. Incluso los demócratas moderados preferirían que Obama se centrara en su agenda doméstica y no se expusiera a otra guerra costosa que les cueste votos en noviembre de 2014.
No parecer inmóvil ante los aliados. Tras dos años de matanzas y otros tantos de advertencias, a Obama no le ha quedado más remedio que intervenir. Conforme Al Assad iba traspasando una tras otra las líneas rojasmarcadas por la diplomacia estadounidense, la Casa Blanca iba quedándose sin argumentos para seguir inmóvil si quiere mantener su liderazgo moral entre los países occidentales.
A la presión de la prensa y
la opinión pública en Europa se ha sumado la de algunos gobiernos. El
presidente francés, François Hollande, ya dijo que estaba preparado para
castigar a “quien ha gaseado a inocentes” y elpremier británico,
David Cameron, pese al revolcón recibido en la Cámara de los Comunes, lleva ya
días defendiendo que el mundo “no puede quedarse quieto” tras las acciones del
régimen sirio. Está claro que todo este entusiasmo por una intervención es una
llamada al único país que puede de verdad encabezarla, Estados Unidos.
No parecer débil ante los rivales. Obama ha escogido la respuesta militar más limitada de todas, pero no podía seguir parado ante la insubordinación del régimen sirio. Al Assad ha actuado amparado por el bloqueo que China y Rusia han ejercido en la ONU ante cualquier iniciativa internacional, así que esta operación también debe ser entendida como un mensaje al presidente ruso, Valdímir Putin, y al líder chino, Xi Jinping, de que la primera potencia sigue dispuesta a actuar por su cuenta. Obama demuestra así que su multilateralismo tiene un límite y planta cara a Rusia en plena crisis por Snowden, después de cancelar una reunión de alto nivel en Moscú.
No menos importante es el
mensaje que se envía a los países que tampoco han firmado el tratado de la
Convención contra las Armas químicas, principalmente, Corea del Norte. Estados
Unidos no interviene en Siria por las violaciones diarias de los derechos
humanos, sino que ha marcado el límite en el uso de armas químicas. Cuando el
propio Obama ha apelado a “los intereses de América” para justificar el ataque
es una manera de decir a Pyongyang y a otros: “Hasta aquí es hasta donde podéis
llegar sin enfrentaros a un ataque estadounidense”.
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