Tomado de CNN Money
Dwight Eisenhower presidente de los Estados Unidos de América 1953-1961
Gasto en EU, condicionado por la deuda
Los republicanos buscan recortes en el Obamacare a cambio de aumentar el techo de endeudamiento; esta forma de presión nació en 1953, cuando el riesgo de que EU cayera en ‘default’ era mucho menor.
Por Por Joseph J. Thorndike
Charlottesville— ¿Pueden justificarse las amenazas de bloquear el aumento del
techo estatutario de la deuda como una herramienta para forzar a los políticos
a tomar decisiones difíciles pero necesarias? ¿Puede justificarse ese quid
pro quo?
Los republicanos parecen pensar
que sí. Los líderes republicanos dicen que primero quieren recortes al gasto a
cambio de elevar el límite de deuda fijado en 16.699 billones de dólares, un
aumento que el gobierno de Obama afirma tiene que hacerse antes
de mediados del próximo mes. Y algunos republicanos también están pidiendo a
cambio la cabeza del llamado Obamacare, la reforma sanitaria.
La idea de utilizar el techo de
la deuda como palanca para ejercer presión no es nueva. De hecho, provocó la primera crisis sobre
el límite de la deuda en EU.
En el verano de 1953, el
presidente Dwight Eisenhower, un republicano, pidió un modesto aumento en el
techo de la deuda, de 275,000 mdd a 290,000 mdd. Los legisladores que
favorecían un presupuesto austero rechazaron la petición y condujeron al país
al borde del default (o lo hicieron entrar en razón fiscal,
según el punto de vista que tengamos sobre el tema).
A poco de asumir el cargo,
Eisenhower comenzó a insistir en la necesidad de la autorización para contraer
préstamos adicionales. Los conservadores no estaban convencidos. The
Wall Street Journal incluso sugirió que una crisis del techo de la
deuda podría ser útil: "El gobierno no tendría la capacidad de llevar a
cabo todos sus planes de gasto", predijeron los editores. "Por lo que
algunas cosas se tendrían que recortar un poco más".
Pero Eisenhower no creía que los
recortes de gastos bastarían para mantener la deuda federal a raya por mucho
tiempo. "A pesar de nuestros intensos esfuerzos conjuntos para reducir los
gastos, es inevitable que la deuda pública pase por un incremento
adicional".
La Cámara de Representantes tragó
saliva y aceptó la solicitud de Eisenhower. Sin embargo, el Senado se opuso.
Harry F. Byrd, el senador
demócrata de Virginia, encabezó el combate al aumento. Declaró que elevar el
límite sería "una invitación al derroche". Mantener el techo
estatutario vigente, además, favorecería a la necesitada economía. "Es
posible que la administración se vea obligada a operar con un presupuesto muy
prudente y conservador a fin de evitar un aumento en el límite de la
deuda", predijo.
Pero la petición de Eisenhower
recibió un apoyo considerable fuera del Capitolio, y sobre todo en las páginas
editoriales de los periódicos. "A nadie le gusta contemplar una mayor
carga de deuda", observó el Washington Post en un típico
editorial periodístico. "Pero la deuda es la consecuencia y no la causa
del gasto público".
En última instancia, sin embargo,
los senadores no modificaron su postura, y la medida sucumbió. El diario Los
Angeles Times lo calificó de "impresionante" derrota para el
presidente.
Tras la votación, Byrd tuvo la
cautela de explicar su razonamiento. "Mi principal objetivo era enfatizar
la crisis fiscal que ahora nos enfrenta con un déficit en la mayor parte de los
últimos 15 años y más déficit por venir a menos que reduzcamos los
gastos", dijo. El debate sobre el límite de deuda, en otras palabras, fue
una manera de obligar a actuar a los políticos reacios. Fue una palanca, una
herramienta para ejercer presión (leverage).
Y fue bastante eficaz. Casi de
inmediato, Eisenhower instruyó a su gabinete a reducir el gasto. "Es
absolutamente esencial que comiencen de forma inmediata a tomar todas las
medidas posibles para reducir progresivamente los gastos de sus ministerios
durante el año fiscal 1954," les dijo.
El secretario del Tesoro, George
Humphrey, trató de hacer lo mejor que pudo en esa situación, sugiriendo que el
Gobierno podría arreglárselas financieramente mal que bien. Y Humphrey
efectivamente se las arregló para evitar el desastre, disminuyendo más el gasto
y adoptando otras medidas, como vender algunos de los lingotes de oro del país
para pagar 500 mdd en deuda pendiente.
Cuando llegó el invierno,
Humphrey emprendió una nueva campaña para elevar el techo de deuda. Pero los
conservadores en materia fiscal se sintieron reivindicados y justificados por
el éxito del Tesoro al lidiar con el límite existente de la deuda.
"La lección es clara",
se regocijó un editorialista. "La manera de conseguir que bajen los gastos
del gobierno es reducir los impuestos y negarle a la administración la facultad
para aumentar la deuda. En una fecha cercana el Congreso bien podría considerar
reducir el límite de la deuda".
Con todo, Humphrey continuó su
campaña, y tomó la precaución de consultar con antelación a los senadores
escépticos. Y en julio -un año después de la petición de Eisenhower- persuadió
a los legisladores de aprobar un aumento temporal del techo por 6,000 mdd. Eso
puso fin al debate sobre el límite de la deuda en ese
entonces.
En retrospectiva, la crisis de
1953 parece reforzar los argumentos de los republicanos modernos que pretenden
utilizar el techo como moneda de cambio. La negativa de Byrd de facilitarle las
cosas al presidente Eisenhower sí logró una reducción adicional de costos.
Pero hace 60 años,
"arreglárselas" o "ingeniárselas" era una estrategia fiscal
factible, pues los déficits presupuestarios eran lo suficientemente pequeños
como para ser manejables. En consecuencia, pocos participantes en el debate de
1953 creían que el incumplimiento o default era una
posibilidad real. Byrd desde luego no lo creía, él era un conservador fiscal de
la vieja escuela y se habría horrorizado ante la perspectiva del default nacional.
Cierto, Byrd apostó que el Tesoro podría mantenerse bajo el techo de la deuda
sin rebasarlo, pero se trataba de una apuesta bastante segura.
La situación actual es muy
distinta.
El historiador Joseph J.
Thorndike es un editor colaborador de Tax Analysts y columnista de la revista
Tax Notes, donde primero apareció una versión de este artículo. Su libro
Their Fair Share: Taxing the Rich in the Age of FDR (Urban Institute Press) fue
publicado a principios de este año.
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