Traducción del
discurso completo pronunciado por el presidente de los Estados Unidos de
América el día Martes 24 de Septiembre de 2013 durante la celebración de la 68
Asamblea Genera de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
Señor presidente, señor secretario general, colegas
delegados, damas y caballeros. Cada año nos reunimos para reafirmar la visión
con que se fundó esta institución. Durante la mayor parte de la historia conocida,
las aspiraciones individuales quedaron a merced de los caprichos de tiranos e
imperios. Las divisiones raciales, religiosas y tribales se resolvían con la
espada y el enfrentamiento de ejércitos. La idea de que los países y las
personas se podrían congregar en paz para resolver sus diferencias y promover
una prosperidad común parecía inconcebible.
Se requirió de la espantosa carnicería que dejaron tras de
sí dos guerras mundiales para cambiar nuestro modo de pensar. Los líderes que
crearon la Organización de las Naciones Unidas no eran ingenuos, pues no creían
que este organismo pudiese erradicar todas las guerras. Sin embargo, tras
millones de muertes y continentes en escombros, y con el desarrollo de armas
nucleares que podían aniquilar un planeta, entendieron que la humanidad no
podría sobrevivir en el rumbo que seguía. En consecuencia, nos dieron esta
institución con la creencia de que nos permitiría resolver conflictos, aplicar
las normas de conducta y crear hábitos de cooperación que se fortalecerían con
el transcurso del tiempo.
Durante décadas, las Naciones Unidas en efecto han marcado
una diferencia: desde ayudar a erradicar enfermedades, hasta educar a los niños
y mediar la paz. No obstante, al igual que cada generación de líderes, nos enfrentamos
a desafíos nuevos y profundos, y este organismo sigue siendo puesto a prueba.
La cuestión es si tenemos la sabiduría y el valor, como naciones estado y
miembros de una comunidad internacional, para hacer frente directamente a estos
desafíos, y si las Naciones Unidas pueden pasar las pruebas de nuestros
tiempos.
Durante gran parte de mi mandato presidencial, algunos de
nuestros desafíos más apremiantes han girado en torno a una economía mundial
cada vez más integrada y a nuestras iniciativas para recuperarnos de la peor
crisis económica de nuestros tiempos. Ahora, cinco años después de que
colapsara la economía mundial, y gracias al trabajo coordinado de los países
que se encuentran hoy aquí, se están creando puestos de trabajo, se han
estabilizado los sistemas financieros mundiales y las personas una vez más
están saliendo de la pobreza. Pero este progreso es frágil e irregular y aún
tenemos trabajo por hacer juntos para garantizar que nuestros ciudadanos puedan
acceder a las oportunidades que necesitan para prosperar en el siglo XXI.
Juntos también hemos trabajado por poner fin a una década
de guerra. Hace cinco años, casi 180.000 estadounidenses estaban prestando
servicio en medio del peligro, y la guerra en Iraq fue el tema dominante en
nuestra relación con el resto del mundo. Hoy en día, todas nuestras tropas han
abandonado Iraq. El próximo año, una coalición internacional terminará la
guerra en Afganistán, tras haber logrado la misión de desmantelar el núcleo del
al Qaeda que nos atacó en el 11S.
Para Estados Unidos, estas nuevas circunstancias también
han significado un distanciamiento de una perpetua alerta de guerra. Además de
traer nuestras tropas a casa, hemos limitado el uso de aviones no tripulados
para que apunten solamente a aquellos que representan una amenaza continua e
inminente para Estados Unidos donde no sea factible su captura y donde haya una
certeza casi total de que no habrá víctimas civiles. Estamos transfiriendo los
detenidos a otros países y juzgando a los terroristas en tribunales de
justicia, a la vez que trabajamos con diligencia para cerrar la prisión de la
bahía de Guantánamo. Así como analizamos la manera de desplegar nuestras
extraordinarias capacidades militares de tal modo que haga honor a nuestros
ideales, hemos comenzado a analizar la manera en que reunimos informes de
inteligencia, para equilibrar de forma correcta las consideraciones legítimas
de seguridad de nuestros ciudadanos y aliados con las consideraciones de
privacidad que todas las personas compartimos.
Como resultado de este trabajo y de la cooperación con
aliados y asociados, el mundo es más estable que hace cinco años. Sin embargo,
solo un vistazo a los titulares de hoy nos hace ver que el peligro permanece.
Hemos visto en Kenia terroristas que arremeten contra civiles inocentes en un
concurrido centro comercial, y acompañamos en el sentimiento a las familias de
los afectados. Hace poco en Pakistán, cerca de 100 personas fueron asesinadas
por terroristas suicidas fuera de una iglesia. En Iraq, los asesinatos y los
autos bomba siguen siendo una parte terrible de la vida. Por su parte, al Qaeda
se ha dividido en redes y milicias regionales, lo que en este momento no les da
la capacidad para realizar ataques como el del 11S, pero representan una grave
amenaza para gobiernos y diplomáticos, empresas y civiles de todo el mundo.
De igual importancia, los disturbios en Oriente Medio y el
norte de África han puesto de manifiesto las profundas divisiones internas de
las sociedades, a medida que un antiguo régimen es derrocado y el pueblo se
enfrenta a lo que sigue. En muchas ocasiones, los movimientos pacíficos han
recibido una respuesta violenta de aquellos que se resisten al cambio y de los
extremistas que tratan de apropiarse del cambio. El conflicto sectario ha vuelto
a surgir. La potencial propagación de armas de destrucción masiva sigue
ensombreciendo la búsqueda de la paz.
En ningún otro lugar hemos visto que estas tendencias
converjan con mayor intensidad que en Siria. En este país, las protestas
pacíficas contra un régimen autoritario se encontraron con la represión y la
masacre. Ante tal matanza, muchos se replegaron en su identidad sectaria --
alauitas y sunitas, cristianos y kurdos -- y la situación desencadenó una
guerra civil.
La comunidad internacional reconoció los riesgos desde el
comienzo, pero nuestra respuesta no ha correspondido a la escala de este reto.
La ayuda no puede ir a la par con el sufrimiento de los heridos y desplazados.
Un proceso de paz no llegó a ver la luz. Estados Unidos y otros han trabajado
por fortalecer la oposición moderada, pero los grupos extremistas se han
asentado para sacar provecho de la crisis. Los aliados tradicionales de Asad le
han brindado su respaldo citando principios de soberanía para proteger su
régimen. El 21 de agosto, el régimen utilizó armas químicas en un ataque en el
que murieron más de 1.000 personas, incluidos cientos de niños.
Ahora, la crisis en Siria y la desestabilización de la
región son el centro de desafíos más amplios que la comunidad internacional
debe confrontar ahora. ¿Cómo debemos responder a los conflictos en Oriente
Medio y el norte de África, conflictos entre países, pero también internos?
¿Cómo afrontamos la opción de permanecer insensibles mientras los niños son
sometidos a gas nervioso o de involucrarnos en la guerra civil de otro país?
¿Cuál es la función de la fuerza en la resolución de conflictos que amenazan la
estabilidad de la región y socavan todas las normas básicas de la conducta
civilizada? ¿Cuál es la función de la Organización de las Naciones Unidas y del
derecho internacional para cumplir con el clamor por la justicia?
Hoy quiero explicar la posición de Estados Unidos frente a
estos temas. En relación con Siria, creemos que como punto de partida, la
comunidad internacional debe aplicar la prohibición de armas químicas. Cuando
manifesté mi disposición a ordenar un ataque limitado contra el régimen de Asad
en respuesta al uso descarado de armas químicas, no lo hice a la ligera. Lo
hice porque creo que en interés de la seguridad de Estados Unidos y en interés
del mundo se debe aplicar de forma significativa una prohibición cuyos orígenes
son más remotos que la misma Organización de las Naciones Unidas. El 98 por
ciento de la humanidad ha acordado la prohibición contra el uso de armas químicas,
incluso en la guerra. Esta prohibición es reforzada por los recuerdos dolorosos
de los soldados que se asfixiaban en las trincheras, de los judíos masacrados
en cámaras de gas, de las decenas de miles de iraníes envenenados.
Las pruebas de que el régimen de Asad utilizó armas
químicas el 21 de agosto son incuestionables. Los inspectores de las Naciones
Unidas proporcionaron un informe claro de que se dispararon misiles avanzados
con grandes cantidades de gas sarín contra civiles. Estos misiles fueron disparados
desde un vecindario bajo el control del régimen y cayeron en los vecindarios de
la oposición. Es un insulto a la razón humana --y a la legitimidad de esta
institución-- sugerir que cualquier otro que no sea el régimen llevó a cabo
este ataque.
Ahora sé que inmediatamente después del ataque hubo
algunos que cuestionaron la legitimidad de un ataque siquiera limitado sin una
orden clara del Consejo de Seguridad. Pero sin una amenaza militar creíble, el
Consejo de Seguridad no ha mostrado ninguna inclinación a actuar en absoluto.
Sin embargo, como ya lo he hablado con el presidente Putin durante más de un
año, y más recientemente en San Petersburgo, mi preferencia siempre ha sido una
solución diplomática a este asunto. En las últimas semanas, Estados Unidos,
Rusia y nuestros aliados han llegado al acuerdo de colocar las armas químicas
de Siria bajo el control internacional y destruirlas.
El gobierno sirio tomó un primer paso al proporcionar una
relación de sus arsenales. Ahora, debe haber una resolución firme del Consejo
de Seguridad para verificar que el régimen de Asad esté cumpliendo sus
compromisos y de que habrá consecuencias si no lo hace. Si no podemos llegar a
un acuerdo sobre esto siquiera, se demostrará que la Organización de las
Naciones Unidas no tiene la capacidad de hacer cumplir las leyes
internacionales más básicas. Por otra parte, si lo logramos, transmitiremos un
enérgico mensaje de que el uso de armas químicas no tiene cabida en el siglo
XXI y que este organismo es consecuente con lo que dice.
El acuerdo sobre armas químicas debe estimular una
iniciativa diplomática más amplia para llegar a una solución política dentro de
Siria. No creo que la acción militar, sea de aquellos al interior de Siria o de
potencias externas, pueda lograr una paz duradera. Tampoco creo que Estados
Unidos o cualquier país deban determinar quién gobernará Siria, pues es un
asunto que debe decidir el pueblo sirio. Sin embargo, un gobernante que masacre
a sus ciudadanos y asesine con gases a sus niños no puede recobrar la
legitimidad para liderar un país resquebrajado. La idea de que Siria puede
volver de alguna manera a una condición previa a la guerra es una fantasía.
Es hora de que Rusia e Irán se den cuenta de que insistir
en el gobierno de Asad llevará directamente al resultado que temen: un espacio
cada vez más violento para que operen los extremistas. A su vez, aquellos de
nosotros que sigamos apoyando la oposición moderada debemos persuadirlos de que
el pueblo sirio no puede permitirse el colapso de las instituciones estatales,
y que no se puede llegar a una solución política sin abordar los temores y
preocupaciones legítimos de alauitas y otras minorías.
Estamos comprometidos a trabajar en esta senda política. Y
a medida que busquemos un arreglo, recordemos que este no es un trabajo de suma
cero. Ya no estamos en la Guerra Fría. No hay ningún gran juego por ganar ni
Estados Unidos tiene intereses en Siria más allá del bienestar de su gente, la
estabilidad de sus países vecinos, la eliminación de armas químicas y la
garantía de que no se convertirá en un refugio seguro para terroristas.
Recibo de buen grado la influencia de todos los países que
puedan ayudar a lograr una resolución pacífica a la guerra civil en Siria. En
la medida en que avancemos en el proceso en Ginebra, insto a todos los países
aquí representados a dar un paso adelante para satisfacer las necesidades
humanitarias de Siria y los países a su alrededor. Estados Unidos ha
comprometido más de mil millones de dólares a esta iniciativa y hoy puedo anunciar
que aportaremos 340 millones de dólares más. Ninguna ayuda puede sustituir a
una solución política que le ofrezca al pueblo sirio la oportunidad de
reconstruir su país, pero puede ayudar a que personas desesperadas sobrevivan.
¿Qué conclusiones generales podemos sacar de la política
de Estados Unidos frente a Siria? Sé que están aquellos que se sienten
frustrados por nuestra renuencia a utilizar nuestro poder militar para
destituir a Asad y creen que esto es indicio del debilitamiento de una solución
estadounidense en la región. Otros han sugerido que mi disposición a dirigir
ataques militares aún limitados para disuadir el uso adicional de armas
químicas demuestra que no hemos aprendido nada de Iraq, y que Estados Unidos
sigue buscando controlar Oriente Medio para sus propios fines. De esta manera,
la situación en Siria refleja una contradicción que ha persistido en la región
por décadas: Estados Unidos es criticado severamente por intervenir en la
región, es acusado de participar en todo tipo de conspiraciones y, a la vez, es
culpado de no hacer lo suficiente por resolver los problemas de la región y de
mostrarse indiferente ante el sufrimiento de las poblaciones musulmanas.
Percibo que parte de esto es inevitable dado el papel que
tiene Estados Unidos en el mundo. Sin embargo, estas actitudes contradictorias
tienen un impacto práctico en el apoyo del pueblo estadounidense a nuestra
implicación en la región, y les permite a los líderes de la región, así como a
la comunidad internacional en ocasiones, evitar afrontar los problemas
difíciles por sí mismos.
Así pues, permítanme aprovechar esta oportunidad para
explicar cuál es la política de Estados Unidos ante Oriente Medio y el norte de
África y cuál será mi política durante el resto de mi presidencia.
Los Estados Unidos de América estamos preparados para
utilizar todos los elementos de nuestro poder, lo que incluye nuestras fuerzas
militares, para proteger nuestros intereses centrales en la región.
Confrontaremos los ataques externos contra nuestros aliados
y asociados, como lo hicimos en la Guerra del Golfo.
Garantizaremos la libre circulación de energía desde esa
región al resto del mundo. Aunque Estados Unidos está reduciendo de forma
constante su propia dependencia del petróleo importado, el mundo aún depende
del suministro de energía de esa región y una interrupción grave podría
desestabilizar la economía mundial.
Desmantelaremos las redes de terroristas que amenacen a
nuestro pueblo. En lo posible, desarrollaremos la capacidad de nuestros
asociados, respetaremos la soberanía de los países y trabajaremos en
contrarrestar las raíces del terror. No obstante, cuando sea necesario defender
a Estados Unidos contra un ataque terrorista, tomaremos medidas directas.
Por último, no toleraremos el desarrollo ni el uso de
armas de destrucción masiva. Así como consideramos que el uso de armas químicas
en Siria constituye una amenaza para nuestra propia seguridad nacional,
rechazamos el desarrollo de armas nucleares que pudiesen desencadenar una
carrera armamentística nuclear en la región y socavar el régimen internacional
de la no proliferación.
Ahora bien, decir que estos son intereses básicos de
Estados Unidos no es decir que son nuestros únicos intereses. Creemos
profundamente que uno de nuestros intereses es ver a Oriente Medio y al norte
de África en paz y prosperidad y seguiremos fomentando la democracia y los
derechos humanos y abriendo mercados, porque creemos que estas prácticas llevan
a la paz y la prosperidad. Sin embargo, también creo que son raras las ocasiones
en que podemos lograr estos objetivos mediante la acción unilateral
estadounidense, en particular si se trata de la acción militar.
Iraq nos demuestra
que la democracia no se puede imponer simplemente por la fuerza. Por el
contrario, estos objetivos se logran mejor cuando nos asociamos con la
comunidad internacional y con los países y pueblos de la región.
Así pues, ¿qué significa esto en adelante? A medio plazo,
las iniciativas diplomáticas de Estados Unidos se enfocarán en dos temas
particulares: la búsqueda de armas nucleares por parte de Irán y el conflicto
árabe-israelí. Aunque estos asuntos no son la causa de los problemas en la
región, durante mucho tiempo han sido una fuente importante de inestabilidad, y
resolverlos puede servir de base para una paz más amplia.
Estados Unidos e Irán se han mantenido aislados uno del
otro desde la Revolución Islámica de 1979. Este recelo tiene raíces profundas.
Los iraníes por mucho tiempo se han quejado de un historial de injerencia de
Estados Unidos en sus asuntos y de la función de Estados Unidos en derrocar el
gobierno iraní durante la Guerra Fría. Por otra parte, los estadounidenses ven
un gobierno iraní que ha declarado enemigo a Estados Unidos, que ha capturado
rehenes estadounidenses de manera directa –o mediante intermediarios–, que ha
dado muerte a tropas y civiles estadounidenses y amenazado a nuestro aliado
Israel con la destrucción.
No creo que esta difícil historia se pueda solucionar de
la noche a la mañana, porque el recelo corre demasiado profundo. Pero sí creo
que resolver el problema del programa nuclear de Irán puede ser un gran paso en
el largo camino hacia una relación diferente, que se base en intereses y el
respeto mutuos.
Desde que asumí el cargo, he dejado claro en cartas
dirigidas al líder supremo de Irán y, más recientemente, al presidente Rouhaní,
que Estados Unidos prefiere resolver sus preocupaciones sobre el programa
nuclear de Irán de forma pacífica, aunque estamos determinados a evitar que
Irán fabrique un arma nuclear. No estamos buscando que cambie el régimen y
respetamos el derecho del pueblo iraní al acceso a la energía nuclear pacífica.
Por el contrario, insistimos en que el gobierno iraní cumpla sus
responsabilidades en virtud del Tratado de No Proliferación Nuclear y del Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas.
Por lo pronto, el líder supremo ha emitido una fatua,
contra el desarrollo de armas nucleares, y el presidente Rouhaní hace poco ha
reiterado que la república islámica nunca desarrollará un arma nuclear.
Por lo tanto, estas declaraciones pronunciadas por
nuestros gobiernos respectivos deben ser la base de un acuerdo significativo.
Debemos poder lograr una solución que respete los derechos del pueblo iraní,
mientras se le proporciona al mundo la confianza de que el programa iraní es
pacífico. Pero para lograr el éxito, las palabras conciliatorias tendrán que
equipararse con acciones transparentes y verificables. Después de todo, son las
decisiones del gobierno de Irán las que han llevado a sanciones integrales que
actualmente están en vigor. Este no es simplemente un problema entre Estados
Unidos e Irán. El mundo ha visto a Irán evadir sus responsabilidades en el
pasado y tiene un interés continuo en asegurarse de que Irán cumpla sus
obligaciones en el futuro.
Sin embargo, quiero poner en claro que nos anima que el
presidente Rouhaní recibiese un mandato del pueblo iraní de ir tras un curso
más moderado. Dado el compromiso que declaró el presidente Rouhaní de llegar a
un acuerdo, le estoy pidiendo a John Kerry que continúe en esta iniciativa con
el gobierno iraní en estrecha colaboración con la Unión Europea, el Reino
Unido, Francia, Alemania, Rusia y China.
Puede que los obstáculos resulten ser demasiado grandes,
pero creo firmemente que se debe ensayar el camino diplomático. Porque mientras
que el statu quo solo intensificará el aislamiento de Irán, el compromiso
genuino de Irán de tomar un camino diferente será de bien para la región y para
el mundo y será de ayuda para que el pueblo iraní desarrolle su extraordinario potencial
en comercio y cultura, en ciencia y educación.
También estamos determinados a resolver un conflicto que
se remonta más allá de nuestras diferencias con Irán; se trata del conflicto
entre palestinos e israelíes. Hemos puesto de manifiesto que Estados Unidos
nunca pondrá en entredicho su compromiso con la seguridad de Israel, ni su
apoyo a la existencia del estado judío. A comienzos del año, en Jerusalén, me
sentí inspirado por los jóvenes israelíes que respaldaban la creencia de que la
paz es necesaria, justa y posible. Creo que hay un reconocimiento cada vez
mayor en Israel de que la ocupación de Cisjordania desgarra el tejido
democrático del estado judío. Sin embargo, los niños de Israel tienen derecho a
vivir en un mundo donde los países que nos reunimos en este organismo los
reconozcan por completo como nación, y donde rechacemos absolutamente a quienes
disparen cohetes contra sus hogares o inciten el odio hacia ellos.
Del mismo modo, Estados Unidos mantiene su compromiso con
la creencia de que el pueblo palestino tiene derecho a vivir con seguridad y
dignidad en su propio estado soberano. En ese mismo viaje, tuve la oportunidad
de reunirme en Ramala con jóvenes palestinos, cuya ambición e increíble
potencial se igualan al dolor que sienten por no tener un lugar firme en la
comunidad de naciones. Sienten un cinismo comprensible de que vaya a ocurrir un
progreso real y se sienten frustrados al ver que sus familias soportan a diario
la humillación de la ocupación. Pero también reconocen que dos estados es el
único camino hacia la paz, porque así como el pueblo palestino no debe ser
desplazado, el estado de Israel está aquí para quedarse.
Por lo tanto, es el momento oportuno para que toda la
comunidad internacional salga en busca de la paz. Los líderes israelíes y
palestinos ya han demostrado la voluntad de asumir riesgos políticos
importantes. El presidente Abbas ha dejado a un lado sus esfuerzos por tomar un
atajo hacia la paz y se ha acercado a la mesa de negociaciones. El primer
ministro Netanyahu ha puesto en libertad a prisioneros palestinos y reafirmado
su compromiso con un estado palestino. Los diálogos en curso se centran en
temas definitivos sobre fronteras y seguridad, refugiados y Jerusalén.
Así pues, ahora el resto de nosotros debemos estar dispuestos
a asumir también los riesgos. Los amigos de Israel, incluido Estados Unidos,
deben reconocer que la seguridad de Israel como estado judío y democrático
depende de la materialización de un estado palestino, y debemos decirlo así de
claro. Los estados árabes, y aquellos que apoyan a los palestinos, deben
reconocer que la estabilidad solo se conseguirá mediante una solución de dos
estados y la seguridad de Israel.
Todos nosotros debemos reconocer que la paz será una
poderosa herramienta para vencer a los extremistas de toda la región, y para
inspirar a aquellos que están preparados para construir un mejor futuro.
Asimismo, los nexos comerciales entre israelíes y árabes podrían ser un motor
de crecimiento y oportunidad en un tiempo en el que muchísimos jóvenes de la
región perecen sin trabajo. Así que dejemos los conocidos rincones de la culpa
y el prejuicio. Apoyemos a los líderes israelíes y palestinos que están
preparados para recorrer el difícil camino hacia la paz.
Los avances reales en estos temas (el programa nuclear de
Irán y la paz entre israelíes y palestinos) tendrían un efecto positivo y
profundo en todo Oriente Medio y el norte de África. Sin embargo, la agitación
actual que comenzó con la Primavera árabe nos recuerda que una paz justa y duradera
no se puede medir solo mediante acuerdos entre países. También se debe medir
con nuestra capacidad de resolver conflictos y promover la justicia dentro de
los países. Y si atendemos a esta medida, está claro que todos tenemos más
trabajo por realizar.
Cuando se iniciaron las transiciones pacíficas en Túnez y
Egipto, todo el mundo se llenó de esperanza. Aunque a Estados Unidos --como a
otros-- le sorprendió la velocidad de la transición, y aunque no impusimos --y
de hecho no podíamos-- los sucesos, optamos por apoyar a aquellos que pedían un
cambio. Lo hicimos basándonos en la creencia de que aunque estas transiciones
fuesen difíciles y tomaran tiempo, las sociedades que se cimientan en la
democracia y la transparencia y la dignidad del individuo finalmente son más
estables, prósperas y pacíficas.
En los últimos años, específicamente en Egipto, hemos
visto lo difícil que será esta transición. Mohamed Morsi fue democráticamente
elegido, pero demostró que no tenía la disposición ni la capacidad para gobernar
de manera totalmente inclusiva. El gobierno provisional que lo reemplazó
respondió a los deseos de millones de egipcios que consideraron que la
revolución había tomado un rumbo equivocado, pero también ha tomado decisiones
inconsecuentes con la democracia inclusiva, a través de un estado de emergencia
y restricciones a la prensa, la sociedad civil y los partidos de la oposición.
Desde luego, Estados Unidos ha sido objeto de ataques
provenientes de todos los flancos de este conflicto interno y a la vez ha sido
acusado de apoyar a la Hermandad Musulmana y de urdir su destitución del poder.
Pero en realidad, Estados Unidos de manera deliberad ha evitado inclinarse por
un lado. Nuestro interés primordial en estos últimos años ha sido promover un
gobierno que refleje legítimamente la voluntad del pueblo egipcio y que
reconozca que la verdadera democracia requiere el respeto de los derechos de
las minorías y del estado de derecho, de la libertad de expresión y de reunión,
y una sociedad civil muy estable.
Este sigue siendo nuestro interés actual. Por tanto, de
cara al futuro, Estados Unidos mantendrá con el gobierno provisional una
relación constructiva que promueva los intereses esenciales, como los acuerdos
de paz de Camp David y la lucha contra el terrorismo. Seguiremos dando nuestro
apoyo en ámbitos como la educación que benefician directamente al pueblo
egipcio. Sin embargo, no hemos continuado con el suministro de determinados
sistemas militares y nuestro apoyo dependerá del progreso de Egipto en la búsqueda
de un camino más democrático.
Nuestro enfoque en Egipto refleja una cuestión más amplia:
Estados Unidos trabajará en ocasiones con gobiernos que no cumplan, al menos
desde nuestro punto de vista, las expectativas internacionales más elevadas,
pero que trabajen con nosotros en nuestros intereses centrales. No obstante, no
dejaremos de defender principios que sean consecuentes con nuestros ideales,
así ello signifique oponerse al uso de la violencia como método para suprimir
la disensión o apoyar los principios que se reflejan en la Declaración
Universal de Derechos Humanos.
Rechazaremos la idea de que estos principios son meras
exportaciones occidentales, incompatibles con el islam o el mundo árabe, pues
consideramos que son derechos inalienables de todas las personas. Si bien
reconocemos que en ocasiones nuestra influencia será limitada, aunque seremos
cautelosos con acciones dirigidas a imponer la democracia mediante la fuerza
militar, y aunque en ocasiones se nos acusará de hipócritas y contradictorios,
participaremos activamente en la región por mucho tiempo. Porque la ardua labor
de forjar la libertad y la democracia es la tarea de toda una generación.
Ello conlleva la tarea de resolver las tensiones sectarias
que siguen aflorando en lugares como Iraq, Bahréin y Siria. Entendemos que
estos antiguos problemas no los pueden resolver actores externos, sino que los
deben abordar las comunidades musulmanas por sí mismas. Sin embargo, ya antes
hemos visto conflictos agotadores que llegan a su fin; el más reciente fue el
de Irlanda del Norte, donde católicos y protestantes finalmente reconocieron
que el ciclo interminable de conflicto estaba ocasionando el retraso de la dos
comunidades en un mundo en evolución vertiginosa. Así pues, creemos que estos
mismos conflictos sectarios se pueden superar en Oriente Medio y en el norte de
África.
En resumen, Estados Unidos goza de una humildad bien
merecida en lo que se refiere a nuestra capacidad para decidir sobre los
sucesos al interior de otros países. La idea del imperio estadounidense puede
ser propaganda útil, pero ni la política actual de Estados Unidos ni la opinión
pública confirman esa idea. De hecho, como lo demuestran claramente los últimos
debates internos sobre Siria, el peligro del mundo no es un Estados Unidos
demasiado ávido por inmiscuirse en los asuntos de otros países o de tomar cada
problema de la región como si fuese propio. El peligro para el mundo es que
Estados Unidos, tras una década de guerra —con justa preocupación por los
problemas nacionales y consciente de la hostilidad que nuestra participación en
la región ha engendrado en todo el mundo musulmán— se libre del compromiso y
deje un vacío de liderazgo que ningún otro país está preparado para suplir.
Creo que semejante desconexión sería un error. Creo que
Estados Unidos ha de mantener su participación por su propia seguridad. Pero
también creo que el mundo es mejor gracias a ello. Puede que algunos no estén
de acuerdo, pero creo que Estados Unidos es excepcional; en parte, porque hemos
demostrado la voluntad, a través del sacrificio de sangre y fortuna, no solo de
defender nuestros propios intereses limitados, sino los intereses de todos.
No obstante, debo ser honesto. Es mucho más probable que
invirtamos nuestra energía en aquellos países que deseen trabajar con nosotros,
que invierten en su pueblo en lugar de unos cuantos corruptos; es mucho más
probable que adoptemos la visión de una sociedad donde todos puedan aportar:
hombres y mujeres, chiítas y sunitas, musulmanes, cristianos y judíos. Porque desde
Europa hasta Asia, desde África hasta América, los países que han perseverado
en un camino democrático han resultado más prósperos, más pacíficos y han
invertido más en apoyar nuestra seguridad y nuestra humanidad comunes. Creo que
esto mismo es válido para el mundo árabe.
Esto me lleva a un último punto. Habrá ocasiones en que el
colapso de las sociedades sea tan estrepitoso y la violencia contra los civiles
tan enorme que se hará un llamado a la acción de la comunidad internacional.
Esto entrañará una nueva forma de pensar y algunas decisiones muy difíciles. Si
bien la ONU fue concebida para prevenir las guerras entre los estados, cada vez
más afrontamos el desafío de evitar las masacres dentro de los estados. Estos
desafíos se harán más pronunciados en la medida en que nos enfrentemos a
estados frágiles o en fracaso, lugares donde la violencia horrorosa puede poner
en peligro a hombres, mujeres y niños inocentes, sin la esperanza de que les
protejan sus instituciones nacionales.
He dejado bien sentado que, aun cuando los intereses
centrales de Estados Unidos no se vean amenazados directamente, estamos
preparados para poner de nuestra parte para evitar las atrocidades masivas y
proteger los derechos humanos fundamentales. Sin embargo, no podemos ni debemos
soportar esta carga solos. En Malí, ofrecimos nuestro apoyo tanto a la
intervención francesa que hizo retroceder a al Qaeda, como a las fuerzas
africanas que están manteniendo la paz. En África Oriental, estamos trabajando
con asociados para acabar con el Ejército de Resistencia del Señor. En Libia,
cuando el Consejo de Seguridad promulgó la orden de proteger a los civiles,
Estados Unidos se sumó a una coalición que tomó medidas. Gracias a lo que
hicimos allí, se salvaron innumerables vidas y un tirano no pudo volver al
poder mediante asesinatos.
Sé que ahora algunos critican las acciones en Libia como
una lección perfecta. Señalan los problemas que ahora enfrenta el país: un
gobierno democráticamente elegido que pasa dificultades para proporcionar seguridad;
grupos armados, y extremistas en algunos lugares, que dominan zonas de un
territorio fracturado. Los detractores sostienen que cualquier intervención
para proteger a la población civil está condenada al fracaso, si no miren a
Libia. Nadie es más consciente de estos problemas que yo, puesto que
desembocaron en la muerte de cuatro sobresalientes ciudadanos estadounidenses
que estaban comprometidos con el pueblo libio, entre ellos el embajador Chris
Stevens, un hombre cuyas valientes proezas ayudaron a salvar la ciudad de
Bengasi. ¿Pero alguien cree realmente que la situación en Libia sería mejor si
se le hubiese permitido a Gadafi asesinar, encarcelar o tratar brutalmente a su
pueblo para someterlo? Es mucho más probable que sin la acción internacional,
Libia estaría ahora envuelta en una guerra civil y una matanza.
Vivimos en un mundo de decisiones imperfectas. Ante cada
situación, los distintos países no estarán de acuerdo sobre la necesidad de
tomar acción y el principio de soberanía es el protagonista de nuestro orden
internacional. Pero la soberanía no puede ser un escudo detrás del cual los
tiranos cometan asesinatos injustificables, ni una excusa para que la comunidad
internacional haga la vista gorda. Aunque necesitamos ser moderados en nuestra convicción
de que podemos solucionar todos los males, aunque necesitamos ser conscientes
de que el mundo está lleno de consecuencias imprevistas, ¿debemos realmente
aceptar la idea de que el mundo es impotente ante lo que sucedió en Ruanda o
Srebrenica? Si ese es el mundo en el que desea vivir la gente, deberían decirlo
y considerar la lógica fría de las fosas comunes.
Pero creo que podemos adoptar un futuro diferente. Si no
queremos elegir entre la inacción y la guerra, todos debemos mejorar las
políticas que previenen el colapso del orden básico. A través del respeto de
las responsabilidades de los países y los derechos de las personas. A través de
sanciones ejemplares para aquellos que infrinjan las normas. A través de una
diplomacia persistente que resuelva la causa del conflicto y no solo sus
consecuencias. A través de la ayuda para el desarrollo que lleve esperanza a
los marginados. Es cierto que habrá momentos en que la comunidad internacional
deba reconocer que se puede necesitar el uso multilateral de la fuerza militar
—aunque no será suficiente—para evitar que ocurra lo peor.
En última instancia, esta es la comunidad internacional
que Estados Unidos busca: una comunidad en que los países no codicien las
tierras ni los recursos de otros, y en lugar de ello cumplamos el propósito con
que se fundó esta institución y todos asumamos la responsabilidad. Un mundo en
que las normas establecidas a raíz de los horrores de la guerra puedan
ayudarnos a resolver los conflictos de manera pacífica, y evitar el tipo de
guerras que libraron nuestros antepasados. Un mundo en el que los seres humanos
puedan vivir con dignidad y satisfacer sus necesidades básicas, ya sea que
vivan en Nueva York o en Nairobi, en Peshawar o en Damasco.
Estos son tiempos extraordinarios con oportunidades
extraordinarias. Gracias al progreso humano, un niño que nace hoy en cualquier
lugar del planeta puede hacer cosas que hace 60 años habrían estado fuera del
alcance de la mayor parte de la humanidad. Vi esto en África, donde los países
que dejaron a un lado el conflicto ahora están preparados para despegar.
Estados Unidos está con ellos y colabora para alimentar a los hambrientos,
cuidar a los enfermos y llevar electricidad a lugares no conectados a la red
eléctrica.
Lo veo en toda la región del Pacífico, donde cientos de
millones de personas han escapado de la pobreza en una sola generación. Lo veo
en los rostros de los jóvenes de todas partes que pueden acceder a todo el
mundo con hacer clic en un botón, y que están deseosos de unirse a la causa de
la erradicación de la pobreza extrema, y combatir el cambio climático, montar
empresas, ampliar la libertad y dejar atrás las batallas ideológicas del
pasado. Esto es lo que está sucediendo en Asia y África. Está sucediendo en
Europa y en todo el continente americano. Este es el futuro que también merecen
las personas de Oriente Medio y el norte de África: un futuro en el que puedan
enfocarse en las oportunidades y no en si serán asesinados o reprimidos por lo
que son o lo que creen.
Una y otra vez, los países y los pueblos han demostrado
nuestra capacidad de cambiar, de estar a la altura de los ideales más elevados
de la humanidad, de escoger una historia mejor. El mes pasado, estuve presente
en el lugar en el que Martin Luther King Jr. manifestó su sueño al pueblo de
Estados Unidos hace 50 años, en una época en que muchas personas de mi raza no
podían siquiera votar para la presidencia. A comienzos de este año, estuve en
la pequeña celda donde Nelson Mandela soportó por décadas el aislamiento de su
propio pueblo y del mundo. ¿Quiénes somos nosotros para creer que no es posible
superar los desafíos actuales, cuando hemos visto los cambios que puede traer
el espíritu humano? ¿Quién en este salón puede sostener que el futuro le
pertenece a aquellos que buscan reprimir ese espíritu, y no a aquellos que
buscan liberarlo?
Sé en qué lado de la historia quiero que estén los Estados
Unidos de América. Estamos preparados para hacer frente a los cambios del
mañana con ustedes; firmes en la convicción de que todos los hombres y las
mujeres son creados iguales y que cada persona posee dignidad y derechos
inalienables que no se le pueden negar. Por esta razón, miramos al futuro no
con temor, sino con esperanza. Por esta razón, mantenemos la convicción de que
esta comunidad de naciones puede legar un mundo más pacífico, próspero y justo
a la próxima generación.
Muchas gracias.
A continuación vea y escuche el video completo de la participación del presidente estadounidense
A continuación vea y escuche el video completo de la participación del presidente estadounidense
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