Los valores se aprenden viviéndolos, y se toman de
quienes son la referencia fundamental para los niños, es decir, los padres.
Repetidamente se ha tratado de buscar una
respuesta a la violencia social que
vivimos en tiempos recientes. Ha habido diferentes tipos de propuestas, como la
iniciativa de leer la biblia en las escuelas, o la de replantear la asignatura
de moral y cívica, u otras, manejadas frecuentemente en forma de decretos; propuestas casi todas que tienden a ubicar la
solución al problema en la escuela, y que, con toda su buena intención, tienden
a eximir de responsabilidad a la familia en la formación de los hijos. No
debemos engañarnos; la pérdida de valores no depende de que la escuela tenga o
no, estrategias que lo eviten.
La escuela es la menos responsable de la
situación que vivimos, y es a la que pedimos que nos proporcione la receta
mágica. De hecho, en materia de formación de valores, la escuela tiene escaso
poder frente al que tiene la familia, o incluso la propia sociedad a través de
las relaciones sociales y de sus medios de comunicación, y, sobre todo, de la
transmisión de valores mediante los grupos sociales. La función principal de la
escuela es la formación académica, y es ahí donde debe mejorar; la formación
humana es una función secundaria y complementaria a la de los padres de
familia, de quienes es responsabilidad fundamental.
Los valores no se aprenden con su lectura
o estudio, y mucho menos sin una adecuada y objetiva explicación. Los valores
se aprenden viviéndolos, y se toman de quienes son la referencia fundamental
para los niños, es decir, los padres. Las relaciones sociales y los medios de comunicación
tienden, de modo sutil, a afectar cada vez más desfavorablemente dichos
valores; especialmente en la adolescencia; y es responsabilidad de la familia
el control de la situación.
Pero si la familia no existe, o no cumple
su papel, y el medio social presiona más y más, en vano pretendemos que la
escuela haga el milagro. Somos los adultos los que debemos educarnos para que,
como padres y como sociedad, asumamos nuestra responsabilidad para con nuestros
hijos; tarea dura de enfrentar, que requiere de algo más que simples decretos.
Acerca de la Dra. Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicología Médica,
Psiquiatría infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad
Complutense de Madrid, España.
Mi actividad profesional, desde 1,993, en El Salvador, se ha
enfocado en dos direcciones fundamentales: una es el ejercicio de la profesión
en mi clínica privada; y la segunda es la colaboración con los diferentes
medios de comunicación nacionales, y en ocasiones también internacionales, con
objeto de extender la conciencia de la necesidad de salud mental, y de
apartarla de su tradicional estigma.
Fui la primera Psiquiatra infanto-juvenil y Terapeuta familiar
acreditada en ejercer dichas especialidades en El Salvador.
Ocasionalmente he colaborado también con otras instituciones en
sus programas, entre ellas, Ayúdame a Vivir, Ministerio de Educación, Hospital
Benjamín Bloom, o Universidad de El Salvador. He sido también acreditada por la
embajada de U.S.A. en El Salvador para la atención a su personal. Todo ello me
hizo acreedora en 2007, de un Diploma de reconocimiento especial otorgado por
la Honorable Asamblea Legislativa de El Salvador, por la labor realizada en el
campo de la salud mental. Desde 2008 resido en Florida, Estados Unidos, donde
compatibilizo mi actividad profesional con otras actividades.
La tecnología actual me ha permitido establecer métodos como
video conferencia y teleconferencia, doy consulta a distancia a pacientes en
diferentes partes del mundo, lo cual brinda la comodidad para
mantener su terapia regularmente aunque esté de viaje. De igual manera permite
a aquellos pacientes que viven en ciudades donde los servicios de terapeuta son
demasiado altos acceder a ellos. Todo dentro de un ambiente de absoluta
privacidad.
Trato de
orientar cada vez más mi profesión hacia la prevención, y dentro de ello, a la
asesoría sobre relaciones familiares y dirección y educación de los hijos,
porque después de tantos años de experiencia profesional estoy cada vez más
convencida de que el desenvolvimiento que cada persona tiene a lo largo de su
vida está muy fuertemente condicionado por la educación que recibió y el
ambiente que vivió en su familia de origen, desde que nació, hasta que se hizo
adulto o se independizó, e incluso después.
Estoy
absolutamente convencida del rol fundamental que juega la familia en lo que
cada persona es o va a ser en el futuro.
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