domingo, 11 de marzo de 2012

Supermartes de primarias republicanas fue “Super” para Obama

Tomado de Semana.com

El supermartes, lejos de definir el candidato republicano, demostró que ninguno de los aspirantes tiene lo necesario para derrotar al presidente en ejercicio.

“Creo que esta es la peor campaña que he visto en mi vida”, afirmó la semana pasada la exprimera dama Barbara Bush en el canal de televisión Fox News. Como matriarca de uno de los clanes republicanos más poderosos, con un esposo y un hijo que llegaron a la Casa Blanca y otro que fue gobernador de Florida, su voz no solo tiene autoridad, sino también una larga experiencia política. Por años acompañó a su familia en pueblos, fábricas y mítines por todo Estados Unidos, en una de las seis campañas presidenciales que ha vivido.

Las palabras de esta señora de 86 años resonaron por todo el país, como una evidencia de las desastrosas primarias republicanas. A pesar de que empezaron hace ya tres meses, el Partido no ha sido capaz de encontrar un hombre sólido y consistente. Mitt Romney, Rick Santorum, Newt Gingrich y Ron Paul, los cuatro precandidatos que sobreviven, están aniquilando la posibilidad de reconquistar la presidencia. Con riñas interminables, debates patéticos y propuestas mediocres, se despedazan unos a otros antes siquiera de enfrentar a Barack Obama en noviembre.

El supermartes, en el que diez estados votaban, tenía que disipar las dudas y esclarecer el panorama del Grand Old Party (GOP), como es apodado el Partido Republicano. Pasó todo lo contrario. Si bien el moderado Romney venció en seis estados, no convenció. A pesar de los 63 millones de dólares que se ha gastado hasta ahora, no logró darle la estocada final al resto de la jauría. Con enormes dificultades, le ganó por solo un punto al extremista Rick Santorum en Ohio, un estado clave que, con sus más de 11 millones de habitantes, muchos consideran como un modelo de Estados Unidos a escala, un infalible termómetro político. De haber perdido, la catástrofe hubiera sido total, pues desde 1988 quien gana en Ohio siempre es el candidato final. Pero es cada vez más claro que Romney, tibio y multimillonario, es incapaz de conquistar a los religiosos, los conservadores y las clases obreras blancas, el corazón republicano.

Santorum se apoderó de Tennessee, Dakota del Norte y Oklahoma, mientras el veterano Gingrich ganó en Georgia –el estado que representó por dos décadas– y Ron Paul, el libertario de derecha, arañó aquí y allá algunos delegados. Los tres derechistas saben que las elecciones se enrumban hacia el sur profundo, religioso y ultraconservador. Con comicios la próxima semana en Alabama y Misisipi, no es momento de retirarse y todavía tienen posibilidades de hacerle daño a Romney.

Sin embargo, por sus fondos, su maquinaria y los 419 delegados que tiene, es casi imposible que Romney no sea el nominado final. Pero antes de serlo, va a enfrentar varios meses de pelea, y se espera que solo hasta abril, cuando voten Nueva York y Texas, logre eliminar a sus contrincantes.

Mientras tanto, la campaña sigue dando tumbos. Tan solo la semana pasada, Santorum explicó que casi vomita cuando leyó el discurso de 1960 del presidente John F. Kennedy sobre la separación de la Iglesia y el Estado, lo que fue considerado por muchos comentaristas como el punto más bajo al que puede llegar un candidato. También vociferó que “Satanás está atacando las instituciones de este país”, mientras Gingrich dijo que Andrew Jackson, un niño de 13 años, le dio una “muy buena idea sobre los enemigos de Estados Unidos: ¡Mátenlos!”.

Si así es como tratan de convencer de que son capaces de dirigir la primera potencia mundial, hay que preocuparse. La situación es tan terrible que varios caciques del partido piensan que hay que buscar un candidato por fuera de las primarias.

Pues mientras los republicanos dan un espectáculo patético y vergonzoso, no se concentran en atacar a su principal adversario: Barack Obama. El martes pasado, el presidente, con la prestancia de un estadista, dio su primera conferencia de prensa del año. Sin nombrar siquiera a los precandidatos, habló confiado y relajado de economía, de política internacional, de programas sociales. Cerró su espectáculo con una gran sonrisa, deseándole a Romney, “mucha suerte. En serio”. Sabía que el martes pasado solo fue ‘súper’ para él

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