Tomado de ABC
Por Carmen de Carlos
El sindicalista y viejo amigo
de la presidenta de Argentina fue el organizador de la huelga de transportistas
que sufrió la peronista
El jueves 27 de junio, el camionero Hugo Moyano convocaba
a sus leales en la histórica Plaza de Mayo. Ese día, Moyano, todavía secretario
general de la poderosa CGT (Confederación General del Trabajo), estaba
dispuesto a paralizar medio país. El desliz inicial, con amenaza de la huelga
general, se había transformado en el nada despreciable paro del transporte.
Dicho de otro modo, el golpe en la mesa de Moyano pasó a ser advertencia,
moderada pero advertencia al fin y al cabo.
Las columnas que siguen a Moyano se concentraron, en un
gesto de repudio, de espaldas a la Casa Rosada. La sede del Ejecutivo,
equivalente a La Moncloa, no albergaba en ese momento a la «dueña de casa»,
como se refieren los argentinos a los anfitriones en las reuniones sociales.
Cristina Fernández de Kirchner había dado un portazo a las movilizaciones sindicales. Prefería
no estar allí, no ver lo inevitable ni escuchar el discurso más duro que le
haya profesado un peronista, como ella, durante su doble legislatura.
«Cerdos
para todos»
La presidenta se fue a la provincia de San Luis a
inaugurar un criadero porcino que forma parte del programa oficial «Cerdos para
todos». El periodista y azote de este Gobierno y de los anteriores Jorge
Lanata descubrió que la inauguración, una vez más, era «trucha», falsa,
ya que el centro cárnico opera desde hace años. No obstante, «ella» habló
durante 45 minutos sobre las costumbres y el destete de los lechones y su
progenie. El discurso se interpretó en diferentes sectores como un mensaje
metafórico para Moyano, el único hombre capaz de alterarle los nervioso y
ponerla contra las cuerdas.
La relación entre Hugo Moyano y el matrimonio Kirchner
es una historia de amor y odio, de necesidades mutuas y, desde la muerte de
«él», como se refiere la viuda a su difunto esposo, de golpes bajos.
Moyano tenía, desde mucho antes, a los gobiernos en un
puño. La amenaza de una huelga general era su argumento más sólido para lograr
convenios colectivos a su medida, forzar la asociación de trabajadores a su
gremio cuando pertenecían a otros, «apretar» a las empresas o bloquear, en este
caso para satisfacción de la familia gobernante, las instalaciones de los
periódicos críticos con este Gobierno.
Su interlocutor directo era Néstor Kirchner, aunque fuera su esposa la que presidía Argentina. Ella, no
hace tanto tiempo, el 15 de octubre de 2010, se dirigía al líder de la CGT y a
miles de «compañeros» con la voz rota en un sollozo: «Gracias, Hugo» y
expresaba las razones de su agradecimiento: «Por su cariño, afecto, por la
lealtad, por los gestos, por la mirada, por lo que me dan todos los días».
Hoy esas palabras se las llevó el viento y Moyano es la
bestia negra de su ex aliada que llegó a amenazarle con retirarle la
personalidad jurídica al sindicato e imponerle una multa millonaria. También, a
través de la Justicia, le lleva al rincón del ring por sus enjuagues y
abultados fondos que le han puesto en la mira de Suiza.
Son variadas las razones que abrieron una brecha entre
Moyano y Cristina, como se presenta la presidenta últimamente. La última es que
el camionero reconoce la inflación que el Gobierno oculta y se empeña en que se
aumente el mínimo imponible de la renta para que los trabajadores no pierdan
poder adquisitivo.
Aspiraciones
políticas
Pero, quizás haya que contemplar las aspiraciones
políticas del líder sindical, que en una intervención pública anticipó un presidente
de los trabajadores. La réplica no se hizo esperar, la presidenta, en otro
acto público, replicó que ella trabajaba desde muy joven. Posiblemente antes de
que los hijos de «Hugo», uno en el sindicato de peajes y otro como diputado en
el Congreso en representación del Frente Para la Victoria, la corriente
peronista «made in Kirchner».
Con las espadas en alto y unos 35.000 trabajadores en la
Plaza de Mayo, aquel jueves Moyano dijo en voz alta lo que ningún otro
peronista había hecho hasta entonces. Sin nombrarles, repasó la historia del
matrimonio durante la dictadura argentina.
Les reprochó el «exilio en el sur» donde se «lucraron» ejecutando créditos hipotecarios mientras el régimen militar
hacía desaparecer a miles de argentinos. «¿Qué nos vienen a hacer creer ahora?
¿Qué son los salvadores de la patria?», disparó Moyano. El tiro apuntaba a la
fibra más sensible de la gestión kirchnerista, envuelta en la bandera de los
derechos humanos desde la llegada de Néstor Kirchner al poder el 25 de mayo del
2003.
En su intervención también criticó la falta de
respeto a las instituciones del Gobierno, la ausencia de diálogo, «hacen
todo -protestó- como si fuera una dictadura, sin consultar con nadie». Moyano despreció
los anuncios de Cristina Fernández de «cientos de miles de viviendas que
prometen nuevamente» y en el suma y sigue dio donde debería doler al criticar a
los intelectuales «K» que están al servicio de los medios «pauta dependientes»,
los oficiales que se benefician de la abundante publicidad del Estado a cambio
de rendir pleitesía al Gobierno.
Moyano, frente a sus treinta y pico mil hombres (y
mujeres) zarandeó los pilares del Gobierno, «parece que se hubiera logrado el
milagro alemán», dijo para meter el bisturí en la economía. A la presidenta le
advirtió que «el peronismo no es verso, no es chamuyo» (cuento), le recordó su
«soberbia abrumadora» y al final le tendió una mano, «Cristina no se va del
Gobierno» . El tiempo dirá si el abrazo peronista será posible o la venganza de
«ella» será inminente. Como decía el general Perón, «la única verdad es la
realidad» y esa está por llegar.
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