domingo, 29 de julio de 2012

Colombia: Popularidad de Santos en su segundo año de gobierno se reduce casi a la mitad


Tomado de Semana
La Gran Encuesta ratifica el mal momento por el que pasa el gobierno. Qué está funcionando y qué no. ¿Qué puede hacer el presidente?

Si el primer año del gobierno de Juan Manuel Santos sorprendió por lo bien que terminó frente a la opinión, el segundo ha sorprendido por lo contrario. Sus niveles de popularidad hasta finales de 2011 fueron cercanos al 80 por ciento, superando inclusive los de Álvaro Uribe que muchos creían inalcanzables. Hoy el presidente está en cifras cercanas al 50 por ciento. Aunque este es un índice que otros presidentes de la región envidiarían, en términos relativos es un bajonazo importante.
El gran interrogante es determinar si esa pérdida de 30 puntos obedece a problemas reales, de percepción o de ambos. Sin duda la respuesta es ambos. La crisis de la reforma a la Justicia, por ejemplo, fue un episodio que se manejó mal y tuvo consecuencias políticas enormes. Y, por ahora, el presidente y el Congreso siguen en terapia de pareja. 

Pero hay nubarrones más preocupantes que se están formando alrededor de dos frentes: seguridad y economía. El primero ha sido el talón de Aquiles de este gobierno.

Si bien el orden público en Colombia está mucho mejor que en los días del Caguán, está menos bien que cuando Uribe dejó el poder. Con el aumento en ataques guerrilleros, boleteos y voladuras de torres y oleoductos, la presión sobre el equipo de defensa aumenta. No deja de sorprender que el mismo equipo que obtuvo los resultados espectaculares del segundo gobierno de la seguridad democrática, no haya podido mantener la misma tendencia durante los dos primeros años del gobierno de la prosperidad democrática.



No menos grave para el presidente es que en el último año la economía pasó de muy buena a regular. Lo único que afecta más al ciudadano del común que la seguridad es el bolsillo. Y en el segundo semestre de 2012 el bolsillo se va a ver afectado. Los días del crecimiento del 6 por ciento anual quedaron atrás. También los del 5 y ahora va en el 4 por ciento. Al igual que la popularidad del presidente, esta es una cifra que anhelarían muchos países en situaciones más complicadas. Pero el sector privado se acostumbró al nivel de crecimiento, empleo y consumo que ese 6 por ciento jalonaba. Y es por eso que en este momento en materia de plata todo el mundo se siente un poco menos bien. Ese flanco débil no es responsabilidad del gobierno. Obedece a factores externos.

Tanto Europa como Estados Unidos y China están a punto de producir un estancamiento en la economía mundial. Colombia está en capacidad de navegar esas aguas mucho mejor que otros países, pero la economía no estaba tan blindada como se había dicho.

La administración Santos tiene logros importantes que han quedado opacados por el impacto cotidiano de la seguridad, la reforma a la Justicia y la economía.

La reducción de la pobreza, por ejemplo, ha sido el mayor éxito hasta ahora y tal vez el menos comprendido. Las cifras hablan por sí solas: han salido de la pobreza 1,2 millones de colombianos. Y más importante que los números fríos es que el foco de este gobierno es cerrar la brecha y reducir la inequidad social y, si la tendencia sigue, se estaría empezando a lograr. 



Otro elemento positivo es que el gobierno tiene una estrategia realista para neutralizar el golpe de la desaceleración de la economía: 40 billones de pesos de inversión pública para 2013. Esto constituye una monumental inyección para revivir al paciente. Puede que este empujón no permita regresar al 5 por ciento o al 6 por ciento pero debería evitar no caer por debajo del 4 por ciento en medio de la recesión económica mundial. 



La clave del éxito en todo lo que se refiere al futuro inmediato está en la ejecución. El gobierno y sus asesores creen que el problema se reduce a la comunicación. Esta es una interpretación algo simplista. Más válida sería la crítica de que este gobierno ha sido demasiado mediático.

Desde el presidente para abajo hay una obsesión con la comunicación. Esto ha generado un exceso de anuncios y expectativas que se convierten en frustración frente a unos resultados que no se ven en algunos frentes, como en el de infraestructura. Hay que ejecutar más y comunicar menos. Y saber comunicar mejor lo que se ejecuta, como en el caso de los logros en la lucha contra la pobreza. 

El problema del gobierno en este momento es que las amenazas que enfrenta, economía y seguridad, le respiran en la nuca mientras que las metas con las cuales piensa pasar a la historia solo se concretarán a mediano o largo plazo.

El presidente se la ha jugado por la Ley de Víctimas y la restitución de tierras que no solo rectifican injusticias históricas sino que constituyen los cimientos de una sociedad más moderna y justa. Pero estos son procesos complejos, llenos de obstáculos y que pisan muchos callos, por lo cual los resultados no pueden ser tan inmediatos. Esta es una de las razones por las cuales los observadores políticos dan por sentado que Santos buscará la reelección.

Sus programas bandera solo rendirán frutos en un segundo cuatrienio. De aquí al 7 de agosto de 2014 serán iniciativas en proceso embrionario, más incipientes que finiquitadas.

Y aunque Santos lo niega, ya es evidente que después de la historica legislación de tierras y víctimas, su aspiración es firmar un acuerdo de paz con la guerrilla.

Este propósito, que en el fondo es el anhelo de todo presidente –y de todo colombiano--, ha sido malinterpretado y utilizado en su contra políticamente. La palabra ‘paz’ ha sido asociada con debilidad y baja de guardia, cosa que no se le ha pasado por la cabeza ni al presidente, ni a los militares ni a nadie en el gobierno. Es evidente que la guerra sin cuartel contra las Farc seguirá en este gobierno hasta que se den las condiciones para sacar la llave del bolsillo.

Pero, salvo los exitosos golpes con las muertes de Cano y Jojoy, los resultados contra la guerrilla han sido muy regulares y los mensajes que se han dado, con marco para la paz incluido, son confusos y les han dado abundante munición a Álvaro Uribe y a sus áulicos antigobiernistas. Por eso cualquier proceso de paz en las actuales condiciones sería una bomba atómica para el gobierno. 



Quizá el mayor problema del presidente Santos es que pretende abarcar demasiado. A diferencia de su antecesor, quien centró su mensaje y obra de gobierno exclusivamente en la seguridad democrática, el actual presidente le apuntó a un abanico demasiado amplio de temas para una reestructuración integral del Estado. Y su estilo, que fue bienvenido el primer año como el de un director de orquesta que escogía muy bien a sus músicos y producía una sinfonía perfecta, ha pasado a ser percibido como un líder con exceso de delegación frente a sus subalternos y de distancia frente a su electorado.

El gobierno es tan consciente de esto que se ha embarcado en una estrategia de recorrer el país haciendo rendición de cuentas y mostrando a un jefe de Estado más cercano al colombiano raso que a las cumbres diplomáticas. Es un paso en la buena dirección que para ser exitoso requiere continuidad, ejecución y buena comunicación y prontos resultados.



El presidente de la prosperidad democrática sufre del desgaste de liderar un gobierno en un país tan complejo como Colombia. Muchos de los flagelos vienen de atrás y ninguno tiene una solución pronta y sencilla.

Resolver el problema de la salud, la restitución de tierras, las víctimas, la infraestructura, las pensiones, o el invierno, para citar solo algunos, son retos monumentales.

Pero aunque muchos de los lunares del panorama actual no se le pueden atribuir a esta administración, algunos sí y el resultado es que en estos momentos en el país se vive una sensación de preocupación y desconfianza.


Hablar de crisis en el país es quiza exagerado pero la delicada situación que vive el primer mandatario y su equipo los está poniendo a todos a prueba. Es al presidente a quien le corresponde desplegar todos sus dotes de estratega para corregir el rumbo, incluido el de su propio estilo de liderazgo. Y a su equipo de tecnócratas, a mostrar rápidamente resultados frente a un país que exige que el gobierno de la prosperidad democrática pase del dicho al hecho. 



En este segundo tiempo le corresponde al gobierno enfrentar las raíces de este malestar coyuntural y acelerar las respuestas a los desafíos estructurales que han sido desde el primer momento los que Santos ha querido resolver.

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